Entre Corea y Chile hay trece horas de diferencia horaria, por lo que no iba a ser fácil adaptarse al cambio.
Esta vez había alguien esperándonos, así que no hubo que hacer la caminata de Kung-Fu. Lo malo fue que el caballero era más chico y flaco que yo y manejaba un sedán, por lo que Cristián tuvo que cargar el auto, dejándonos a mí y el Toti unos veinte centímetro cuadrados para sentarnos al lado de maletas y bolsos.
Como la empresa era la que nos había mandado, llegamos de inmediato al departamento que ocuparemos durante este año. Cero hotel. Inevitablemente la primera impresión la dio el calor y la segunda, el barrio al que llegamos…feucho. Bueno, no importa, no juzgaré antes de tiempo –me dije.
La vista desde la ventana
El taxista con pinta de fideo nos dejó abajo del edificio. Haciéndonos una seña nos dijo que no tenía tiempo, por lo que no nos ayudaría con las maletas. Vuelta a acarrear todo. A esa altura Cristián ya tenía brazos de fisicoculturista. Subimos al quinceavo piso y ups, sorpresa…no hay cerradura sino que hay que ingresar un código para entrar, código que no teníamos idea cuál era. Menos mal Cristián se pudo comunicar con la persona encargada del traslado acá en Corea y le dio el número. Ya adentro todo mejoró. El departamento era mil veces mejor de lo que me esperaba.
Toti ambientándose a la casa nueva
El edificio es feíto, se ve antiguo por fuera, pero adentro es bien moderno. Tiene piso flotante en toda la casa, hartos ventanales, tres dormitorios amplios, dos baños y una cocina abierta conectada con el living, dándole a Cristóbal suficiente espacio para jugar. Bien, creo que me pudo adaptar a esto. Pasaron unos minutos y empezamos a ver que todos los electrodomésticos estaban en coreano, los controles remotos, los manuales de uso, todo. Chan!
Esquina de nuestra casa. El edificio grande del fondo es Samsung.
Toti ambientándose a la casa nueva
El edificio es feíto, se ve antiguo por fuera, pero adentro es bien moderno. Tiene piso flotante en toda la casa, hartos ventanales, tres dormitorios amplios, dos baños y una cocina abierta conectada con el living, dándole a Cristóbal suficiente espacio para jugar. Bien, creo que me pudo adaptar a esto. Pasaron unos minutos y empezamos a ver que todos los electrodomésticos estaban en coreano, los controles remotos, los manuales de uso, todo. Chan!
Ya que la casa está pensada para dos adultos, sólo hay una cama matrimonial, por ende, Cristóbal deberá dormir con nosotros hasta que compremos cama para su pieza. Chan chan!
Ya instalados, con los bolsos por fin desocupados, comenzamos a recorrer a pié lo que el calor nos permitió. De inmediato te das cuenta de dos cosas: va a haber que acostumbrarse al olor a comida en las calles y ¡por Dios que les gusta el café! En una cuadra nos encontramos con unos seis cafés distintos, estilo Starbucks, bien indos y occidentalizados. Sólo al lado de nuestra casa hay cuatro, más un restaurant de comida italiana, otro de brunch estilo ‘american’ y otro de hamburguesas.
Sin querer queriendo llegamos a un supermercado. Comprar lo básico fue toda una odisea. Varias cosas se veían igual que los negocios nuestros y tenían una que otra cosa escrita en inglés, lo que era de mucha ayuda. Los pañales, por ejemplo, fueron fáciles de comprar. Todo en coreano, excepto Huggies y los kilos de peso que la guagua tenía que tener para usarlos. Estupendo. Otra historia fue la leche en polvo. Se entendía que era leche por el pasillo en la que estaba, pero eso era lo único que se entendía. Al final compramos al ojo y parece que no nos fue muy bien. A Cristóbal no le gustó para nada.
Al igual que todos los occidentales en Corea -creo- mi pensamiento al llegar a las carnes fue “espero no encontrarme con un perrito embasado”, pero si lo hice al menos no me di cuenta. Tomamos las bandejas que decían ´Australian beef´ y listo. Otra cosa rara del súper fue que hay cero verduras y frutas. Es realmente impresionante la enorme variedad que tenemos en Chile. Acá sólo vimos un tipo de lechuga, cebollines, papas, pimentones y un par de cosas más. Nada de manzanas, ni acelgas, ni choclo, ni zapallo ni nada, ni siquiera congelado. Va a ser todo un desafío tratar de mantener nuestro estilo a la hora de comer…y yo que pensé que la barrera iba a estar en mi inexperiencia al cocinar…En el súper vivimos también nuestra primera experiencia en lo que se transformaría en una constante: ¡el Toti es un éxito! La embarró este niño como causa sensación entre los coreanos, hombres y mujeres. No sé si será que tiene los ojos enormes o qué, pero de que atrae miradas y arrumacos, pucha que los atrae. Y como se sabe exitazo se lanza todas las gracias juntas: corre, da besos, baila, se sube ‘upa’ de la gente y demases.
Si quieres saber qué le gusta a los coreanos es cosa de ir al supermercado y listo. Te fijas en lo que es gigante y ya. Las bolsas de cebollín y ajo eran para la risa de grandes -creo que no tendré que comprar ajo nunca más en mi vida- y había un pasillo entero, por ambos lados, dedicado al arroz. Había de todos tipos y tamaños. La bolsa más chica era de tres kilos y la más grande se veía igual a una bolsa de comida para perro: ¡veinte kilos! Después nos dijeron que esa era justamente la más vendida. Las despensas de estas personas deben ser enormes, pensé. Otra zona para perderse era la del café. Muchos tipos, tamaños, sabores y todo lo que te imagines.Al pagar la cuenta, otro choque cultural. Acá las bolsas se pagan aparte y son caras. A un costado hay un mesón con cajas de cartón dobladas y huincha adhesiva. Luego de pagar la gente va allá, elige su caja, la arma y guarda lo que compró. ¡Qué lata! Echo de menos a los “estoy para servirle” del Jumbo, que incluso pasan las cosas por la cajera si se lo pides, te acompañan al auto, te lo dejan cargado y todo. Una vez más ¡Chilito y su servicio Premium!
Al empezar la semana Cristián me avisó que estábamos invitados a ir a comer con sus jefes y respectivas señoras. La cultura coreana es muy respetuosa de los rangos, así que Cristián me tuvo que enseñar algunas cosas que tenía que hacer al estar entre ellos y otras que definitivamente tenía que dejar fuera. El primer dato fue que si alguno de ellos me servía algo para tomar, tenía que levantar el vaso con las dos manos y después debía servirle yo a esa persona. Lo iban a estar esperando. Otra cosa es que no podía llegar y sentarme en el puesto que yo quisiera de la mesa, ellos tienen su propio orden jerárquico y me iban a mostrar dónde me tocaba a mí. El jefe directo de Cristián nos pasó a buscar –acá no tenemos auto- y partimos a buscar a su señora, quien no hablaba ni media palabra de inglés. Uf, me espera una noche muy entrete. No llevábamos ni media cuadra cuando Cristóbal se puso a roncar, literalmente. Llegamos al restaurant – que era occidental, thank God- antes que el jefe máximo quien era el que nos había hecho la invitación. Ahí respiraron aliviados Cristián y su jefe.
Me tuve que aguantar la risa al ver que jefe número uno se doblaba como wantán al saludar a jefe número dos. La señora también se paró como con resorte y saludó muy humildemente. Yo opté por actuar acorde a mi cultura, es decir, saludé amorosa, pero sin dobleces ni reverencias raras. Luego de un rato me di cuenta que el jefe máximo era un encanto. Súper amoroso. Había vivido siete años en Inglaterra, así que estaba bastante occidentalizado, especialmente en el carácter. Se reía relajado y quedó fascinado con Cristóbal –quién se portó pésimo by the way. Ese fue mi estrés de la noche. Tratar de mantener tranquilo a Cristóbal, que no había dormido nada, sin pegarle el grito de furia en el intento. Pasó un par de horas y habíamos sobrevivido.Como llegamos a Corea día viernes, tuvimos todo el fin de semana para conocer y adaptarnos al horario. Lamentablemente el lunes llegó y Cristián tuvo que ir a trabajar. Ahí comenzó la realidad. Me vi sola con Cristóbal en un departamento rico, pero sin nana, internet, cable, ni celular, teniendo que hacerme cargo yo de todo: lavar, planchar, hacer aseo y cocinar. ¡En qué estaba pensando!
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