Cada vez que en Santiago me preguntaban qué iba a hacer al llegar mi respuesta era la misma, “algo encontraré, en la casa no me pienso quedar” y aquí estoy, en la casa.
Desde mi rutina en Chile la idea de venirme a Corea era más que tentadora. Si bien tenía claro que no todo iba a ser fácil, veía miles de cosas positivas: no tener que levantarme temprano para ir a trabajar, conocer otro país, aprender un nuevo idioma, unirnos más con Cristián y tener la experiencia de haber vivido en el extranjero. De verdad que la idea me entusiasmaba mucho. Pero sobre todo lo que más me gustaba del plan era que iba a poder disfrutar del poco tiempo de guagüita que le queda a mi Toti…antes de crecer y convertirse en un niñito que no me quiera ver ni en pintura.
Al pensar en Corea me imaginaba que Cristóbal iba a ir al jardín un par de horas al día y que después, en las tardes, íbamos a poder jugar y pasear juntos. Así, durante su rato en el colegio, yo iba a poder tomar cursos, ir al gimnasio, hacer clases de español o lo que quisiera, para luego disfrutar a este niñito exquisito. Win-win situation, ¿qué mejor? Sin embargo, ahora que estoy acá me ataca un pánico que me hablaba bajito mientras aún estaba en Chile. Y la voz dice: “¿qué tal si se me acaba el entusiasmo antes de haber empezado siquiera?”.
No sería la primera en mi familia que se caracteriza por eso. Parte de mi cadena de genes tiene escrito el código del ‘soñador/flojo’. Luchar contra esa realidad sería como negar a mis ancestros, pero lo tengo que hacer, principalmente por este niñito, que no se merece una mamá quedada y quejona. No, eso nunca.
Al final todo vuelve a ser un tema de expectativas. ¡Qué increíble que uno se las arma para lo que sea, aunque trate de no hacerlo! Mi gen de caballo inglés deberá quedar en remisión por ahora. Espero que el de mapuche estilo “de atrás pica el indio” sea más fuerte esta vez.
Aún no hay noticias respecto de jardín para el Toti. El colegio internacional de acá cuesta siete mil dólares el semestre, por lo que Cristián está tratando que eso lo pague la empresa. Mientras tanto, sigo a cargo de mi guagua 24/7 y el cambio me está pasando la cuenta.
Es cierto que uno los estimula mucho más -en pocos días ha aprendido hartas palabras-, eres testigo de cada una de sus exquisiteces, te haces indispensable para ellos a un nivel que no te imaginas y todo eso es maravilloso, pero cuesta. A mí en lo personal la pila me dura hasta como las siete de la tarde. A partir de ahí lo quiero matar. Suena duro, pero es cierto. En las noches mi nivel de paciencia es menos mil y él sigue con una energía que ya se quisiera cualquiera. Lo bueno es que, durante estas primeras semanas al menos, Cristián está llegando mucho más temprano y alcanza a verlo despierto y a entretenerlo antes de dormir, mientras yo me enrollo la lengua, como en los monitos animados.
La verdad es que en sólo una semana he pasado por todos los estados anímicos imaginables. Sigo en la nebulosa respecto de cómo serán mis días acá finalmente. Creo que todo mejorará una vez que pueda despegarme a este siamés, pero mientras tanto deberé concentrarme en lo bueno de todo lo que estoy viviendo, que supera con creces lo malo.
Me conformo con tener presente el hecho que a lo largo de la carrera lo importante, más que llegar rápido, es llegar digna, sin haber dejado muchos damnificados en el camino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias!