miércoles, 24 de agosto de 2011

Totito Super Star

Lo dije a penas llegamos, mi hijo causa sensación entre los coreanos. No es que yo sea su madre (jajaja, típico comentario nerd de mamá) pero ¡pucha que llama la atención!

Incluso el taxista más pesado se derrite cuando lo escucha atrás tratando de saludarlo diciéndole “yes?” –pobre, él jura que eso es un saludo…y en tono de pregunta más encima. La verdad es que sí está muy rico, pero como súper estrella también tiene sus momentos de divismo insoportable. Pero de verdad in-so-por-ta-ble.

Ayer fue domingo y salimos a pasear. Al bajarnos del tren en Seúl se hizo presente ‘Cristóbal’, el serio y malhumorado infante y comenzó la cuenta: ahí se produjo la primera pataleta. ¿Por qué? Ya ni me acuerdo. Quizá le quitamos una basura que recogió o quiso caminar solo cuando no podía, etc. Cualquier cosa puede gatillar un escándalo y este niño sí que es escandaloso cuando quiere. Ahí parte otra faceta de nuestra realidad como padres: la vergüenza.

Por lo general estamos muy orgullosos de Cristóbal, ¿quién no está chocho con su hijo?, pero en esos momentos quiero arrancar para no volver. Lamentablemente en Corea no es muy fácil pasar desapercibida como su mamá, así que no queda otra que hacerse cargo.

Increíblemente nunca hemos visto a un niñito(a) coreano con pataleta. Hay algunos que lloran, lógico, pero en una forma decente, no vergonzosa como la de mi retoño. Él es de esos que se retuerce si está amarrado en el coche, soltando todo tipo de líquidos corpóreos disponibles –dícese lágrimas, saliva, mocos, etc.- con un griterío que fácilmente podría hacer pensar a un desconocido que le tenemos fierros calientes escondidos entre la ropa.

¿Lo sacamos?, ¿lo reto?, ¿lo aprieto?, ¿lo dejo que siga hasta que se le pase?, ¿le doy besitos y arrumacos para que se calme este energúmeno? ¡Ayyyyy! Espantoso.

Además la gente de acá no es de mucha ayuda que digamos. Me llama la atención que cuando Cristóbal está teniendo un ataque la gente que pasa a nuestro lado por lo general ‘mete la cuchara’. No tengo idea qué dicen, pero todos opinan. Quizá me están dando el pésame, quizá me encuentran lo ´pior´ por dejarlo llorar, quizá le dicen garabatos, anda tú a saber, pero se meten. No ha faltado el iluso que por amoroso le ha tratado de pasar un dulce en medio de la batahola…en un segundo le llegó el dulce de vuelta de un solo manotazo. Eso en Chile no se ve. Como que uno está más acostumbrado al escándalo, creo yo. No llama tanto la atención un pendex pesote.

La hipótesis de Cristián es que acá les dan hierbitas calmantes a los niños, porque no puede ser tanta tranquilidad…me pregunto si se venden sin receta…

Lo bueno es que estos ataques así como parten, terminan. Le dura poco, pero en ese par de minutos me quita como 3 años de juventud y me saca unas 15 canas. Sin contar que limita más y más su futuro como hermano mayor. Y así, de la nada, parte la personalidad número dos: ‘Totito’.

Exquisitoooo, lleno de gracias. En libertad –caminando solo en el mall, por ejemplo- le dice “anión”(hola) a la gente!, corre, se esconde, ofrece high fives, pone caras y posa para las fotografías. Y no me refiero a que pose para nosotros, ¡posa para que los coreanos le saquen fotos!

Le sacan fotos en todas partes.

Una vez estábamos en una heladería, y unas niñas afuera, a través del vidrio, le hacían gracias y empezaron a sacar fotos, después llamaron a otra y también sacó cámara. Él chocho, obvio. Cerrando ojo y todo. En el museo, en los trenes, en restaurantes, en todos lados queda inmortalizado Totito. De verdad que suena chistoso, pero en cada paseo al menos unas cinco personas le sacan fotos.

Siendo paparazzeado

Quizá podríamos empezar a aprovechar esta realidad para solventar algunos gastos. Mi psicoterapia, quizá. No sería mala idea instalarme afuera de la estación de trenes con él, perreando. Así cada vez que vea una cámara yo podría estirar la mano y decir “one dollar”…seguro me lo dan. He sabido de gente que se ha hecho rica así.

Incluso estando acá en el condominio, en la plaza, las mamás se acercan para verlo, le dan chocolates y papas fritas y él sin moverse de su escritorio recibe y recibe…si supieran la bestia que está escondida detrás de esos cachetes…

Ganar algo de plata con este niñito sería una bonita forma de retribuirme a mí misma los malos ratos que tengo que pasar cuando ‘Cristóbal’ está presente. Unas rayas en una tarjeta para el Día de la Madre simplemente no son suficientes. 

Para ser justa, eso sí, debo reconocer que la personalidad amable y cariñosa del Toti es más recurrente…hasta ahora al menos.

Al final del día contamos cinco pataletas. Bastante mal, aunque se recuperó un poco en la noche. Fuimos a comer donde una compañera de pega de Cristián y nuevamente fue el alma de la fiesta. El orgullo ha vuelto.

lunes, 22 de agosto de 2011

Mi mejor amigo

Muchas veces uno siente que la vida pasa y que uno se agarra, como puede, de este tren express. Al menos yo me he sentido así.

Pasan los días, los meses y años y no parece haber minuto para simplemente parar, respirar y mirar a tu alrededor. Siempre hay algo más importante, urgente, que necesita de nuestra atención. Estudios, trabajo, relaciones, la guagua, la casa, ¡incluso la nana, por la cresta!, todo es necesario y todo tiene su minuto claramente establecido en la agenda. “Si no voy al súper ahora no voy a poder ir hasta el otro martes, entre las 17.30 y las 19.00 hrs.” Así estaba yo, estresada sin saberlo y desperdiciando buena parte de mis días en cosas que, en verdad, daban lo mismo.

Creo que antes de venirme para acá la última vez en la que en verdad pensé seriamente acerca de mi futuro y lo que yo quería fue cuando iba a dar la Prueba de Aptitud (que pena que la PSU existe hace no sé cuánto tiempo ya, pero mi realidad fue la PAA) Y ni siquiera es que haya tomado una decisión muy a conciencia ni madura - de hecho terminé estudiando Periodismo porque tenía harto Inglés y ramos de fotografía, en un campus lindo, cerca de mi casa- pero sí al menos le dediqué horas y días a pensar lo que quería.

Ni siquiera cuando me casé me di la oportunidad de analizar en serio si esa decisión me iba a ayudar a cumplir lo que yo esperaba de mi vida. Todo se dio en forma natural. Llevábamos pololeando ocho años, los dos trabajábamos hace un tiempo, yo estaba viviendo con una amiga –algo que siempre quise hacer- y así, tenía sentido y lo hicimos…¡Menos mal que todo salió bien!

Ser mamá tampoco fue una iluminación divina, más bien fue un vil ‘chiripazo’ que también, gracias a Dios, terminó haciéndome muy feliz.

Mi vida, hasta ahora, había sido muy tranquila y previsible, sin grandes sorpresas ni riesgos, en parte quizá por culpa de esa misma máquina flash que no nos deja ver el paisaje.

Nuestra llegada a Corea ha significado en gran parte ese ansiado stop en el camino. Esa oportunidad de mirarnos y ver si queremos cambiar nuestra vida y empezar algo totalmente nuevo juntos…y la respuesta es sí.

En septiembre Cristián y yo cumpliremos doce años juntos y me alegro de poder celebrar, de verdad, esa fecha.

Estando aquí sólo nos tenemos el uno al otro y aunque suene fome e incluso pueda dar un poco de miedo, ha sido bonito.

Cuando algo pasa, si estoy contenta o cuando Cristóbal ha hecho una gracia nueva en el primero en que pienso es en Cristián. Me alegra saber que pronto va a llegar y vamos a poder conversar, nos vamos a reír y él va a estar tan emocionado como yo de la tontera que sea que me haya pasado. El down side es que también es él quién se tiene que ‘comer’ mis malos momentos y rabias. ¿A quién le alego si la ducha está tapada?, ¿a quién le tengo que recordar que hay que ver el tema del jardín para el Toti, etc.? Lamentablemente esos batazos también lo esperan al llegar a la casa…Estoy contenta, pero no me he sometido a un trasplante de cerebro ni mucho menos …

Ahora los fines de semana no parten con “¿has hablado con alguien?”, esa era la típica frase de mi marido los días viernes. Ahora nos planificamos con tiempo para coordinar salidas y paseos, incluso estamos tratando de organizar viajes dentro de Asia y todo es pensado para la familia.

No voy a negar que echo mucho de menos una juntita con amigas, esas que se dan con las más íntimas donde uno se ríe de puras tonteras, habla cosas serias y profundas e incluso pasa penas juntas, todo en unas horas. Sí, las echo mucho de menos, pero también ha sido interesante que mi único amigo sea Cristián. Es tranquilizador saber que aún me entretiene. La sola idea me re encanta. 

Es ahora entonces cuando debemos sacar a la superficie lo mejor de nosotros para salir airosos de lo que podría haber sido una tragedia. ¿Sola en Corea y más encima lateada con Cristián? Ah, no…eso sí me hubiera matado.

Me imagino que más de una vez la sensación de que la vida te pasa por encima puede haber contribuido a separar familias enteras. De repente algo pasa, te miras, ves a quien está a tu lado y simplemente algo cambió, este tren los separó y ya no son lo que eran.

Ridículamente, cuando hay tormenta afuera y no podemos salir con el Toti, igual me arreglo para él. No me refiero a que me instalo un vestido de cóctel como los que hacen furor acá ni mucho menos, pero sí trato de estar como hubiera estado si viviéramos en Santiago y tuviera una vida fuera de estas cuatro paredes. Lo hago por él y por mí. Doña Florinda no va conmigo y, conociéndome, si efectivamente me quedara en pijama un día o no me preocupara nada, la cuestioncita se volvería un hábito de inmediato y después habría que sacarme el pijama con cincel. ¡Pavor! No, prefiero obligarme a ‘estar en pié’. Además, hay un tema que hay que reconocer: no soy de esas ‘bellezas al natural’ que se duchan y se ven radiantes. Yo necesito la encrespadita de pestañas y una pasada de tapa ojeras al menos para sentirme entre los vivos.

Ahora, mientras se termina de cocinar mi primerísimo charquicán espero tranquilamente que llegue mi ‘compañerito de juegos’ para poder así empezar a hablar en adulto nuevamente.

Esperemos que las cosas sigan como van y que los fines de semana sean lo suficientemente entretes como para que la semana se pase rapidito. Otra tarea para mi nuevo mejor amigo J

sábado, 13 de agosto de 2011

Las pequeñas cosas de la vida

Ayer fue un buen día. Cristóbal se portó súper bien después de pasar la primera noche en su cama nueva. Tanto así que no hubo necesidad de mandarlo a sentarse en el suelo castigado ni siquiera una vez –y eso que en un día por lo general se va a “sentar” (que más bien es echarse a llorar) al menos tres veces-. Además, al salir a la plaza a jugar conocimos a dos mamás con sus hijos. Una de ellas incluso hablaba un poquito de español, así que bien. “¡Hizo una amiguita!” me dijo Cristián. En la noche nos juntamos a tomar café con unos sudafricanos que viven acá hace algunos meses y,  para ya no dar más de éxtasis, me llegó el celular con conexión a internet y el colchón nuevo. ¡Todo en un día! Sí, fue maravilloso.

Hoy también hemos andado bastante bien, aunque estoy hecha bolsa de cansada. Mis días acá son bien básicos, pero agotadores. Hoy me levanté a las 7:30, como siempre, pero no paré. Teníamos invitadas a comer y para lucirme se me ocurrió la brillante idea de hacer ñoquis, por primera vez. ¡Valor! Aproveché mi nueva conexión a internet y busqué una receta.  Se veía simple, pero me faltaban mil cosas.

Tenía que ir al supermercado sola con Cristóbal, pero antes hubo que dejar la casa impecable. Aspiradora, trapeado, limpiado de baños y cocina, lavar y colgar ropa, etc. A las 10:30 estábamos saliendo. Tenía sólo una hora porque a las 11:30 en punto este niño empieza a pedir ´papa´. No sé qué le pasa que anda tan hambriado últimamente.

Cuando salimos del súper estaba lloviendo. Yo iba con tres bolsas –no soy capaz de usar las cajas de acá, así que me doy el lujo de pagar por el cruel y vil plástico- y con Cristóbal que se estaba quedando dormido. Le pasé mi celular al conductor, donde estaba escrita mi dirección en coreano, pero el muy nerd creyó que le iban a hablar y se puso el teléfono en la oreja diciendo “anió e ción?” –o algo así- que significa ‘hola, cómo está’ y yo atrás, muerta de la risa, trataba de explicarle que la información estaba escrita.

A las 12 estábamos en la casa y partió mi maratón. Acá la cosa es temprano, así que tenía que tener todo listo para que llegaran tipo 6:30

Hice almuerzo flash –panqueques con atún- y partí con las salsas: una boloñesa y una de champiñones. Una ensaladita y helado con frambuesas de postre. Listo. El tema complejo estaba en la pasta. En teoría los ñoquis son muy simples: papas, harina, nuez moscada y huevo, sería. Efectivamente es fácil, pero demorosooooo. Lograr la consistencia de la masa es lo complicado, sobre todo cuando uno no tiene experiencia…al ojo no más.

Una cosa no menor es que para cocinar en mi nueva casa hay que estar preparada para lavar, lavar y lavar. El equipamiento de la cocina incluía un sartén y dos ollas. Una chica como para salsa y otra un poco más grande estilo ‘para arroz’. La cocina a gas, además, tiene sólo dos quemadores y no existe el horno. Por ‘ahorrativa’ no quise comprar más cosas, no vi la necesidad. Ahora la veo. Las manos me quedaron con grietas de tanta agua y detergente, pero me las arreglé.

Para que Cristóbal no me molestara mucho durante la preparación le compré un balde con plasticinas. GRAVE error. Definitivamente no es la entretención adecuada para un niño de un año cuando uno quiere mantener el orden y  la limpieza de la casa. Lo dejé de mirar un minuto y medio y todo era un desastre. Él se había comido al menos un tubo, había pisado otros cuantos con las zapatillas, espolvoreado el resto y pegado uno que otro pedacito en el sillón. Paciencia, Pía, no lo mates…es tu hijo.

Después del aseo número dos del día tuve todo listo, mesa puesta incluida, a las 6 de la tarde. Justo a tiempo para sacarme la harina de encima y pegarme una lavadita de dientes al menos.

Los ñoquis!


Cristián llegó hecho una sopa, antes que las invitadas. Afuera había una tormenta enorme, llovía como en el sur, pero con 30 grados. Ahí nos preocupamos por estas niñas: ¿cómo iban a volver a sus casas después? Cristián llamó a una para ‘liberarla’ de la invitación si es que la tormenta las complicaba. A diferencia de lo que se podría pensar, quedé tan cansada con tanta preparación que feliz hubiera cancelado todo. Nadie puede, ¿cierto?

Al final todo salió bien. Las amigas de Cris llegaron con un postre precioso, los ñoquis quedaron ricos y las salsas también. Ufff. Otra pequeña felicidad. Hoy también fue un buen día…


Rachel & Christine (nombres occidentalizados, por supuesto. Los verdaderos son inpronunciables aún

 


Toti atacando el postre


 

martes, 9 de agosto de 2011

De shopping...

Por supuesto, la gran barrera al estar acá es el idioma. ¡El coreano es dificilísimo! Tienen una pronunciación muy extraña, nasal,  arrastrando algunas vocales, lo que hace que pierdas el tono en el que la persona te estaba hablando. Por ejemplo, es muy difícil identificar si alguien está afirmando algo o haciendo una pregunta.

Gracias a la tecnología, eso sí, hemos podido hacer algunas cosas, usando el coreano. El celular tiene una aplicación con frases simples, de uso diario, estilo “¿dónde está el baño? Y con eso nos hemos podido dar a entender –algo- en el taxi, por ejemplo -Ayer fuimos a un mall y el caballero se reía porque nos escuchaba practicar coreano en el asiento de atrás.

Tratar de comprar es otra historia. Entrar a un mall ya es toda una experiencia. Está todo constantemente repleto. Es muy extraño encontrarse con tiendas con un lujo que no se ve en Santiago, con marcas que ni conocemos y cosas carísimas, impagables y algunos metros más allá hay canastas con poleras horridas, que parecen sacadas de un ‘todo a mil’.
La moda también es súper diferente. Al ser una cultura tan tradicional, pero también moderna, esos estilos se mezclan y el resultado es una cosa media rara. Las mujeres usan vestidos y minis, principalmente. Es verano, claro, y quizá por eso andan más así, pero se nota una femineidad bien grande. Mucha mini y mucho taco. ¡Por Dios que les gustan los zapatos! Parece que todas fueran a algún cóctel o algo así, taco y vestido elegante, hasta para ir a comprar pan. En el mall que fuimos, por ejemplo, hay tres pisos enteros dedicados a las mujeres. Ropa, cremas, joyas, accesorios y por supuesto, zapatos. Cero mi gusto, lamentablemente. Si te gusta el taco alto y el brillo o pedrería, este es el lugar para ti. Mucho dorado, mucha mostacilla y cosas así. Las mujeres jóvenes por lo general usan faldas, tacos y una polera de algodón ancha, estilo Mickey Mouse (no me pregunten por qué). Entre los hombres se puede identificar dos estilos. Uno relajado, con polera, pescador de algodón y calcetines con chala plástica tipo “salida de piscina”; y otro ultra fashion, ridículo para nuestro gusto, con pantalón mega apretado color damasco, por ejemplo, cortito, camisa que parece sacada del closet de la hermana chica, muy loca con colores y diseños extraños, mocasines y cartera, sí, ¡CARTERA! No bolso, car-te-ra…y si es Louis Vuitton mejor. Ese tipo de hombres yo juraría de guata que es gay, pero se les ve con las pololas de la mano, entonces al parecer no lo son…ahí me pierdo un poco. Otra cosa que usan mucho es joyas, hombres y mujeres con anillos, relojes enormes, mujeres con uñas con diseño y así. Hasta niños de cinco años teñidos y con uñas pintadas he visto…


Prueba N°1: los hombres USAN cartera!


Prueba N°2


Si bien las primeras idas al shopping fueron más que todo para mirar y tratar de descifrar qué hacer, hoy tuve mi primer encuentro cercano y fui y lo hice…compré pilchitas para mí, usando la tarjeta de mi marido, falsificando firma y todo, total ¿qué iban a saber ellas si yo me llamaba Cristián o no? Al abrir una cuenta corriente acá voy a tener mi propia tarjeta, pero mientras tanto…¡matanga!

Es divertido comprar acá. Por mucho que ando con el celular con traductor, cuando pregunto un precio y me lo dicen, ¡no tengo idea qué me dijeron! Sib man no significa nada para mí, pero eso es cien mil, cheon es mil y así…puras rarezas que al sumarle el acento coreano pasan a ser como sonidos de otro planeta. ¿Qué hacer entonces? Les pido que me anoten el número en la calculadora. Charán!

El tema del transporte es otra cosa. Con el taxi la cosa es fácil porque uno le muestra el teléfono con la dirección y listo. Todos los autos de acá, pero TODOS, tienen pantallas con GPS y los taxis, además, tienen tele. Por lo que nos hemos dado cuenta, ¡los coreanos son fanáticos de las teleseries! Donde vayas hay una y la gente, pegada viéndola.
Con tanto aparato no sé cómo no chocan más. Entre el pito y la voz del GPS que me imagino les va indicando el camino, más la teleserie, más el celular de ellos, más los pasajeros…uf, increíble. El tráfico es bien atroz. Hay tacos por todas partes. Las calles son anchas y todos los semáforos son como de cuatro tiempos, por lo que si te tocó justo la roja prepárate para achicharrarte antes que puedas cruzar. Por lo mismo, varios se pasan las luces rojas, aunque en general debo decir que se ve todo ordenadito.   

Una de las cosas que nos preguntamos antes de venir era si sería necesario comprar un auto. El transporte público es muy bueno, barato y seguro y la oficina de Cristián queda a sólo dos cuadras, así que por ese lado no habría necesidad, pero con los veinte grados bajo cero que se esperan para el invierno es medio difícil pensar en salir con Cristóbal sin auto. Además, con auto creo que disfrutaríamos más los fines de semana, sin perder tanto tiempo esperando buses.


Cruzando la calle, desde nuestra casa, esto es lo que hay. El café Pascucci es desde donde me conecto


Una vez que tengamos la tarjeta de inmigración que nos permite comprar y contratar servicios creo que compraremos algo barato, que sea fácil de vender al momento de irnos. Lo difícil va a ser sacar licencia para conducir y aprenderse las calles…¡a comprar GPS se ha dicho!

¿Caballo inglés?


Cada vez que en Santiago me preguntaban qué iba a hacer al llegar mi respuesta era la misma, “algo encontraré, en la casa no me pienso quedar” y aquí estoy, en la casa.

Desde mi rutina en Chile la idea de venirme a Corea era más que tentadora. Si bien tenía claro que no todo iba a ser fácil, veía miles de cosas positivas: no tener que levantarme temprano para ir a trabajar, conocer otro país, aprender un nuevo idioma, unirnos más con Cristián y tener la experiencia de haber vivido en el extranjero. De verdad que la idea me entusiasmaba mucho. Pero sobre todo lo que más me gustaba del plan era que iba a poder disfrutar del poco tiempo de guagüita que le queda a mi Toti…antes de crecer y convertirse en un niñito que no me quiera ver ni en pintura.

Al pensar en Corea me imaginaba que Cristóbal iba a ir al jardín un par de horas al día y que después, en las tardes, íbamos a poder jugar y pasear juntos. Así, durante su rato en el colegio, yo iba a poder tomar cursos, ir al gimnasio, hacer clases de español o lo que quisiera, para luego disfrutar a este niñito exquisito. Win-win situation, ¿qué mejor? Sin embargo, ahora que estoy acá me ataca un pánico que me hablaba bajito mientras aún estaba en Chile. Y la voz dice: “¿qué tal si se me acaba el entusiasmo antes de haber empezado siquiera?”.

No sería la primera en mi familia que se caracteriza por eso. Parte de mi cadena de genes tiene escrito el código del ‘soñador/flojo’. Luchar contra esa realidad sería como negar a mis ancestros, pero lo tengo que hacer, principalmente por este niñito, que no se merece una mamá quedada y quejona. No, eso nunca.

Al final todo vuelve a ser un tema de expectativas. ¡Qué increíble que uno se las arma para lo que sea, aunque trate de no hacerlo! Mi gen de caballo inglés deberá quedar en remisión por ahora. Espero que el de mapuche estilo “de atrás pica el indio” sea más fuerte esta vez.

Aún no hay noticias respecto de jardín para el Toti. El colegio internacional de acá cuesta siete mil dólares el semestre, por lo que Cristián está tratando que eso lo pague la empresa. Mientras tanto, sigo a cargo de mi guagua 24/7 y el cambio me está pasando la cuenta.

Es cierto que uno los estimula mucho más -en pocos días ha aprendido hartas palabras-, eres testigo de cada una de sus exquisiteces, te haces indispensable para ellos a un nivel que no te imaginas y todo eso es maravilloso, pero cuesta. A mí en lo personal la pila me dura hasta como las siete de la tarde. A partir de ahí lo quiero matar. Suena duro, pero es cierto. En las noches mi nivel de paciencia es menos mil y él sigue con una energía que ya se quisiera cualquiera. Lo bueno es que, durante estas primeras semanas al menos, Cristián está llegando mucho más temprano y alcanza a verlo despierto y a entretenerlo antes de dormir, mientras yo me enrollo la lengua, como en los monitos animados.

La verdad es que en sólo una semana he pasado por todos los estados anímicos imaginables. Sigo en la nebulosa respecto de cómo serán mis días acá finalmente. Creo que todo mejorará una vez que pueda despegarme a este siamés, pero mientras tanto deberé concentrarme en lo bueno de todo lo que estoy viviendo, que supera con creces lo malo.

Me conformo con tener presente el hecho que a lo largo de la carrera lo importante, más que llegar rápido, es llegar digna, sin haber dejado muchos damnificados en el camino.

Fasten your seatbelts, we are preparing for landing...

Luego de casi once horas llegamos a Seúl. Lo que parecieron cuarenta grados de calor y una humedad del mil porciento nos recibieron al bajarnos del avión. OMG! ¿Siempre hará este calor o será una cosa de un día que pasa una vez cada un millón de años? ...Siempre hace ese calor.

Entre Corea y Chile hay trece horas de diferencia horaria, por lo que no iba a ser fácil adaptarse al cambio.
Esta vez había alguien esperándonos, así que no hubo que hacer la caminata de Kung-Fu. Lo malo fue que el caballero era más chico y flaco que yo y manejaba un sedán, por lo que Cristián tuvo que cargar el auto, dejándonos a mí y el Toti unos veinte centímetro cuadrados para sentarnos al lado de maletas y bolsos.
Como la empresa era la que nos había mandado, llegamos de inmediato al departamento que ocuparemos durante este año. Cero hotel. Inevitablemente la primera impresión la dio el calor y la segunda, el barrio al que llegamos…feucho. Bueno, no importa, no juzgaré antes de tiempo –me dije.


La vista desde la ventana
El taxista con pinta de fideo nos dejó abajo del edificio. Haciéndonos una seña nos dijo que no tenía tiempo, por lo que no nos ayudaría con las maletas. Vuelta a acarrear todo. A esa altura Cristián ya tenía brazos de fisicoculturista. Subimos al quinceavo piso y ups, sorpresa…no hay cerradura sino que hay que ingresar un código para entrar, código que no teníamos idea cuál era. Menos mal Cristián se pudo comunicar con la persona encargada del traslado acá en Corea y le dio el número. Ya adentro todo mejoró. El departamento era mil veces mejor de lo que me esperaba.


Esquina de nuestra casa. El edificio grande del fondo es Samsung.


 

Toti ambientándose a la casa nueva

El edificio es feíto, se ve antiguo por fuera, pero adentro es bien moderno. Tiene piso flotante en toda la casa, hartos ventanales, tres dormitorios amplios, dos baños y una cocina abierta conectada con el living, dándole a Cristóbal suficiente espacio para jugar. Bien, creo que me pudo adaptar a esto. Pasaron unos minutos y empezamos a ver que todos los electrodomésticos estaban en coreano, los controles remotos, los manuales de uso, todo. Chan!
Ya que la casa está pensada para dos adultos, sólo hay una cama matrimonial, por ende, Cristóbal deberá dormir con nosotros hasta que compremos cama para su pieza. Chan chan!
Ya instalados, con los bolsos por fin desocupados, comenzamos a recorrer a pié lo que el calor nos permitió. De inmediato te das cuenta de dos cosas: va a haber que acostumbrarse al olor a comida en las calles y ¡por Dios que les gusta el café! En una cuadra nos encontramos con unos seis cafés distintos, estilo Starbucks, bien indos y occidentalizados. Sólo al lado de nuestra casa hay cuatro, más un restaurant de comida italiana, otro de brunch estilo ‘american’ y otro de hamburguesas.
Sin querer queriendo llegamos a un supermercado.

Comprar lo básico fue toda una odisea. Varias cosas se veían igual que los negocios nuestros y tenían una que otra cosa escrita en inglés, lo que era de mucha ayuda. Los pañales, por ejemplo, fueron fáciles de comprar. Todo en coreano, excepto Huggies y los kilos de peso que la guagua tenía que tener para usarlos. Estupendo. Otra historia fue la leche en polvo. Se entendía que era leche por el pasillo en la que estaba, pero eso era lo único que se entendía. Al final compramos al ojo y parece que no nos fue muy bien. A Cristóbal no le gustó para nada.
Al igual que todos los occidentales en Corea -creo- mi pensamiento al llegar a las carnes fue “espero no encontrarme con un perrito embasado”, pero si lo hice al menos no me di cuenta. Tomamos las bandejas que decían ´Australian beef´ y listo. Otra cosa rara del súper fue que hay cero verduras y frutas. Es realmente impresionante la enorme variedad que tenemos en Chile. Acá sólo vimos un tipo de lechuga, cebollines, papas, pimentones y un par de cosas más. Nada de manzanas, ni acelgas, ni choclo, ni zapallo ni nada, ni siquiera congelado. Va a ser todo un desafío tratar de mantener nuestro estilo a la hora de comer…y yo que pensé que la barrera iba a estar en mi inexperiencia al cocinar…

En el súper vivimos también nuestra primera experiencia en lo que se transformaría en una constante: ¡el Toti es un éxito! La embarró este niño como causa sensación entre los coreanos, hombres y mujeres. No sé si será que tiene los ojos enormes o qué, pero de que atrae miradas y arrumacos, pucha que los atrae. Y como se sabe exitazo se lanza todas las gracias juntas: corre, da besos, baila, se sube ‘upa’ de la gente y demases.
Si quieres saber qué le gusta a los coreanos es cosa de ir al supermercado y listo. Te fijas en lo que es gigante y ya. Las bolsas de cebollín y ajo eran para la risa de grandes -creo que no tendré que comprar ajo nunca más en mi vida- y había un pasillo entero, por ambos lados, dedicado al arroz. Había de todos tipos y tamaños. La bolsa más chica era de tres kilos y la más grande se veía igual a una bolsa de comida para perro: ¡veinte kilos! Después nos dijeron que esa era justamente la más vendida. Las despensas de estas personas deben ser enormes, pensé. Otra zona para perderse era la del café. Muchos tipos, tamaños, sabores y todo lo que te imagines.

Al pagar la cuenta, otro choque cultural. Acá las bolsas se pagan aparte y son caras. A un costado hay un mesón con cajas de cartón dobladas y huincha adhesiva. Luego de pagar la gente va allá, elige su caja, la arma y guarda lo que compró. ¡Qué lata! Echo de menos a los “estoy para servirle” del Jumbo, que incluso pasan las cosas por la cajera si se lo pides, te acompañan al auto, te lo dejan cargado y todo. Una vez más ¡Chilito y su servicio Premium!
Al empezar la semana Cristián me avisó que estábamos invitados a ir a comer con sus jefes y respectivas señoras. La cultura coreana es muy respetuosa de los rangos, así que Cristián me tuvo que enseñar algunas cosas que tenía que hacer al estar entre ellos y otras que definitivamente tenía que dejar fuera. El primer dato fue que si alguno de ellos me servía algo para tomar, tenía que levantar el vaso con las dos manos y después debía servirle yo a esa persona. Lo iban  a estar esperando. Otra cosa es que no podía llegar y sentarme en el puesto que yo quisiera de la mesa, ellos tienen su propio orden jerárquico y me iban a mostrar dónde me tocaba a mí.

El jefe directo de Cristián nos pasó a buscar –acá no tenemos auto- y partimos a buscar a su señora, quien no hablaba ni media palabra de inglés. Uf, me espera una noche muy entrete. No llevábamos ni media cuadra cuando Cristóbal se puso a roncar, literalmente. Llegamos al restaurant – que era occidental, thank God- antes que el jefe máximo quien era el que nos había hecho la invitación. Ahí respiraron aliviados Cristián y su jefe.
Me tuve que aguantar la risa al ver que jefe número uno se doblaba como wantán al saludar a jefe número dos. La señora también se paró como con resorte y saludó muy humildemente. Yo opté por actuar acorde a mi cultura, es decir, saludé amorosa, pero sin dobleces ni reverencias raras. Luego de un rato me di cuenta que el jefe máximo era un encanto. Súper amoroso. Había vivido siete años en Inglaterra, así que estaba bastante occidentalizado, especialmente en el carácter. Se reía relajado y quedó fascinado con Cristóbal –quién se portó pésimo by the way. Ese fue mi estrés de la noche. Tratar de mantener tranquilo a Cristóbal, que no había dormido nada, sin pegarle el grito de furia en el intento. Pasó un par de horas y habíamos sobrevivido.

Como llegamos a Corea día viernes, tuvimos todo el fin de semana para conocer y adaptarnos al horario. Lamentablemente el lunes llegó y Cristián tuvo que ir a trabajar. Ahí comenzó la realidad. Me vi sola con Cristóbal en un departamento rico, pero sin nana, internet, cable, ni celular, teniendo que hacerme cargo yo de todo: lavar, planchar, hacer aseo y cocinar. ¡En qué estaba pensando!

viernes, 5 de agosto de 2011

Antes de llegar...

Una amiga me dio la idea. Debería escribir acerca de mi experiencia viviendo en Corea.

Llevo menos de una semana en este país y ya surgió el primer problema: la María de la Luz, mi amiga, me dijo que aprovechara el hecho que todo sería nuevo y emocionante y hasta ahora nada de eso. ¿Nuevo? Sí. De todas maneras es nuevo encontrarse en un lugar donde, a pesar de mis bien sabidas habilidades idiomáticas -bien sabidas por mí, en todo caso- aún no he aprendido a decir siquiera “hola”. Lo emocionante, hasta ahora al menos, ha sido que cociné mis primeras croquetas de atún y al parecer quedaron ricas. Sería.

Todo partió hace un mes y medio, más o menos. Cristián, mi marido, llegó a la casa contándome que existía la posibilidad que, por trabajo, lo enviaran a Corea por un año. ¡Me entusiasmé al tiro!

De inmediato me comencé a imaginar mi vida como extranjera, recorriendo la ciudad cámara en mano, con pintas que parecerían exóticas y entretenidas, aunque hayan estado en mi closet desde hace años. Pensé en mi hijo, hablando tres idiomas antes de cumplir los tres años. Español, inglés y coreano, ¿qué mejor? Tendríamos la posibilidad de ahorrar como nunca y mi marido podría crecer en una empresa que le encanta. Además, tendría mi tan ansiado ¡año sabático! Suena perfecto, ¿verdad?

Luego de un par de semanas de esa primera conversación se dio el sí definitivo. Nos íbamos a Corea. ¿Primer sentimiento? ¡Felicidad! No podía creer que por fin había resultado algo que yo de verdad había querido por mucho tiempo. Y luego…¡horror! Había que poner en arriendo nuestro departamento, vender los autos, yo tenía que renunciar al trabajo donde había estado por 4 años y miles de otros trámites como isapre, seguros, notarías, doctores, visa, etc. Y teníamos que estar en el avión en un mes.

Durante la época de organización las cosas no anduvieron tan bien como uno hubiera querido. Una de los aspectos que no me gusta del trabajo de Cristián es que son desorganizados, según yo. Nadie sabía muy bien cómo iba a funcionar todo y mi marido, según yo nuevamente, no preguntaba todo lo que había que preguntar cuando había que preguntarlo. Uf.

Por ejemplo, tuvimos que elegir en qué zona de Seúl queríamos vivir, sin  siquiera saber las características de cada una. Comenzamos a preguntar, a hablar con extranjeros que ya estuvieran acá  y cuando finalmente tomamos una decisión pasó que los arriendos eran muy caros por lo que terminamos justo en la única área donde estábamos seguros no queríamos vivir. Nos habían dicho que Suwon era feo y con pocas actividades para expats… pues bien…aquí estamos, en el corazón de Suwon.

Tres semanas antes de viajar renuncié a mi trabajo. No fue fácil decir adiós a un lugar donde me sentía en mi casa, con beneficios difíciles de encontrar para una periodista, como buen horario, hartas vacaciones, un sueldo decente, etc.…una pena, pero al menos me fui tranquila, con la posibilidad de volver en el futuro. Ahí comenzó la real pega. Como dije antes, trámites, trámites y más trámites llenaron mis días hasta que sólo nos quedaba una semana en Santiago. Aproveché como pude de juntarme con mis amigas lo más posible, de salir con mis hermanos, de ver a mi mamá y de mantener la cabeza fría como para empezar a hacer las maletas.

¡Full estrés! En general no me considero una persona que se estrese fácilmente, pero en esta ocasión me sentí colapsar. Mi hijo –Cristóbal, de 1 año 9 meses- llevaba semanas sin ir al jardín, ya que no me podía arriesgar a viajar casi 30 horas con un niño enfermo, por lo que pasó el último mes casi íntegro conmigo. Conmigo para comer, conmigo para bañarse, conmigo para jugar, conmigo para mañosear, incluso conmigo para ir al baño. Fui una mamá 24/7 y créanme que es agotador. Además, mi nana –que no se caracteriza por ser muy despabilada- me llenaba de preguntas y comentarios innecesarios; Cristián llegaba tarde todas las noches, quejándose de la cantidad de pega y el poco tiempo que tenía para hacerla. ¿Tiempo?, ¿qué es eso? –me preguntaba yo.

Tres días antes de partir llegaron los de la mudanza a hacer cajas y guardar todo. ¡Aleluya!, al menos no tendría que embalar yo.

Tras miles de paquetes y metros y metros de huincha de embalaje la casa quedó reducida a un camión y yo, reducida a un estropajo. Cansada como perro organizamos todo para quedarnos a alojar la última noche donde mis suegros. Sin camas en nuestro departamento teníamos que descansar para pasar las primeras 13 horas de vuelo que nos separaban de Paris, donde haríamos una parada de dos días…para conocer. Lamentablemente justo esa noche fue una de las más frías y nos entumimos, por lo que el descanso fue casi nulo. ¡Maldita calefacción central, me tienes mal acostumbrada!

Ya en el aeropuerto, con hermana, sobrinas, suegros y cuñado comenzó el primer mal rato. Teníamos millones de kilos de sobrecarga y nos pusieron problemas por el coche, la silla de auto y no sé cuánta cosa más de Cristóbal. ¿De turista a Paris y sin coche? No way. Quinientos dólares más pobre, finalmente algo pasó que me vi arriba del avión con todo lo que teníamos que llevar también abordo. Bien. ¡Ahora sí que sí!

Ya que la idea era estar consiente para cuidar a una guagua, me tuve que olvidar del pichicateo al cual acudo cada vez que tengo que volar. ¡Odio volar!

Con el Toti full emocionado empezamos a hacer el “reconocimiento de terreno”, sacando palitos, saludando a la gente de los asientos de al lado, caminando por el pasillo y saltando ‘upa’ de los papás hasta que hubo que amarrarse para el despegue. “Señor, por favor no nos mates, y si nos matas, haz que choquemos contra una montaña cosa de no enterarme que el avión se está cayendo. Amén”. Eran las cuatro de la tarde, hora de Chile, así que ni soñar con que Cristóbal se durmiera luego.

Air France un bodrio. Las azafatas –o auxiliares de vuelo, como se les dice ahora- me prepararon para lo que sería Paris más adelante. ¡Cuál de todas más pesada! Caras largas y malos tonos fue la tónica del viaje…¡y eso que Cristóbal no se portó mal! Por último las hubiera entendido si el cabro chico hubiera molestado todo el rato, pero ni eso. Paciencia, Señor…

En lo que para nosotros era la madrugada llegamos a Paris. ¡Estamos con vida! Agradecí silenciosamente a quiénes se acordaron de engrasar las tuerquitas que tenían que ser engrasadas, al hecho que el piloto no tuvo un infarto en pleno vuelo, etcétera y nos bajamos. Tarea NO fácil.

Éramos nosotros más la guagua, el coche, la silla de auto –que usamos en el asiento del avión y que fue una pésima idea by the way- más CINCO bolsos de mano…y todo sin medio segundo de ayuda del personal de Air France, obvio. Uf, ¡ya echo de menos Chilito!...el servicio al menos…

El aeropuerto era enorme. Nuestra preocupación en ese momento era cómo íbamos a llevarnos todo lo ‘de mano’ más las ¡ocho maletas gigantonas que todavía teníamos que rescatar del avión! Ahí Cristián tuvo la idea genial de dejar lo que no fuéramos a necesitar durante esos dos días en una especia de guardarropía del aeropuerto. Estupendo. Para allá partimos, demorándonos una eternidad porque, obvio, el guardarropía famoso estaba al otro extremo del edificio.

Queriendo matar a quién se cruzara en mi camino –Cristián es de esos hombres que NO pregunta direcciones, aunque tenga una señora que le ladra que no está dispuesta a dar un solo paso de más- llegamos a una mini oficinita donde se dejan las maletas. Tras desembolsar otros quinientos dólares estábamos ‘maletas free’ –por harto menos de eso nos hubiéramos arrendado una tremenda van que nos llevara al hotel, pero mejor no digo nada…ahora es Cristián el que quiere asesinar a alguien-.

Caminamos otra eternidad para llegar a la puerta donde estaba el bus que nos llevaría hasta la ciudad. Una vez arriba el cansancio me ganó y me dormí con guagua y pasaportes en mano. ¡Llegamos! Ahora hay que bajarse y caminar más hasta el hotel…y está lloviendo…¡Por qué no me mataste, Dios!

El hotel era chiquitito, cero lujo, pero muy cómodo y bien ubicado. ¡Ehhh! ¡somos felices nuevamente!

El hombre del lobby un elefante en brazos, pero no me hice problemas por eso en ese momento…estaba demasiado contenta de estar ahí. Una duchita rápida, baño a la guagua y a caminar por Paris, ¡que romántico!


Toti estirando las patitas en el hotel

La ciudad misma la encontré bonita, pero nada TAN espectacular como me había imaginado. De hecho me pareció bastante similar a la parte linda del centro de Santiago, con edificios antiguos, calles apretaditas y hartos cafés. La gracia sí era que toda la ciudad era sí, no sólo un par de cuadras a la redonda. Una cosa que sí me impactó fue pensar en toda la historia que había en un sólo lugar. Al tiro me acordé de mi profe de historia de séptimo, contándonos la Revolución Francesa. Y ahora yo estaba ahí, ¡chori!
Luego del paseo y una parada a comer volvimos al hotel y caímos los tres en un sueño profundo de doce horas. Al otro día salimos temprano y tomamos un city tour que nos llevó a la torre Eiffel, el Arco del Triunfo y otros lugares que al parecer eran importantes, pero no reconocí –cero posibilidad de escuchar el audio del bus al mismo tiempo que evitaba que Cristóbal se tirar por el deck para abajo.

En el bus, recorriendo la ciudad

Almorzamos y de vuelta a buscar las maletas. Una quick stop para el infaltable cafecito parisino antes eso sí. Listo, al aeropuerto de nuevo. Otro rezo compulsivo y estábamos a bordo de un Korean Air. ¡Qué diferencia! ¡esto sí que es servicio! Las azafatas amorosas, casi me tomaron en brazos a mí con tal de ayudarnos, cositas ricas para tomar y comer, gracias y caritas a Cristóbal… ¡ahora sí, poh! Además, como era casi de noche y habíamos aprendido la lección con la silla de auto, pusimos al Toti en el medio, acostado a lo ancho y chao…