viernes, 30 de septiembre de 2011

Madre hay una sola

Hay dos cosas muuuuy extrañas que no sé por qué se me olvidó mencionar antes. En Corea incluyen el año del embarazo como edad de la persona, por lo que acá mi hijo no tiene un año, sino tres. Se cuenta el 2009 (año en que nació), 2010 y 2011. Por lo mismo yo acá tengo 31 y no mis dulces y primaverales 30 como en occidente. El otro día le dije a alguien que mi guagua tenía un año y pensó que era recién nacido. Raro, ¿cierto?

Lo otro es que lo normal en Corea es que los papás duerman con sus hijos hasta que los niños tienen unos 6 ó 7 años. Duermen todos juntos, en familia, aunque haya tres niños en el medio. Otra cosa que sería mega extraño para nosotros, pero que está muy arraigado en esta cultura.

El otro día fui a almorzar con dos vecinas del condominio que tienen hijos como de la edad del mío. Súper amorosas ellas. Conversamos mucho acerca de estas diferencias culturales y las dos me decían que envidiaban nuestro sistema, que les encantaría poder “desprenderse” así de sus hijos, pero que era imposible. Me comentaban que no soportan escuchar llorar a sus niños y que les simplifica la vida tenerlos al lado durante la noche. Además, decían que aunque intentaran dejarlos llorar unos minutos en el colche, por ejemplo, no podían porque sabían que iban a ser fuertemente juzgadas por los demás. Acá no es bien visto que dejes llorando a tu hijo, aunque sea una simple mañana que se le va a pasar en unos minutos. Con razón todos me hablan y seudo gritonean cuando reto al Toti en público…

Caminando hacia el restaurant la hija de ocho meses de una de ellas se quejó. No alcanzó a ser llanto, pero se notaba que no quería estar en el coche. La mamá paró, se puso el “canguro” y puso a la guagua ahí. La movía y trataba de consolar como si la niñita estuviera sufriendo. Se notaba que estaba estresada al no poder calmarla de inmediato. Me pedía disculpas por el ruido y me decía que no sabía qué hacer. Mientras tanto la amiga sacaba el chupete y se lo trataba de poner a la guagua. Cuando la niñita no lo quiso trató de ayudar ofreciéndole una galleta…A mí la verdad me daba lo mismo la queja de la guagua. Los niños son así, llorar es la única forma que tienen de expresarse y eso no quiere decir que vayan a estar traumados después. Al final tanto nerviosismo de la mamá y de la otra mujer fue lo que más me incomodó.

Es increíble la entrega que estas mamás tienen hacia sus niños. La gran mayoría son mujeres profesionales, muy bien educadas, pero que al convertirse en mamás dejan de lado sus carreras para ser dueñas de casa 24/7. ¿Por qué? Primero porque así han sido las cosas siempre, están acostumbradas, y segundo porque las niñeras son extremadamente caras y muy pocos jardines aceptan niños de meses. El gobierno tampoco ofrece guarderías. En pocas palabras quedan con las manos atadas si es que no tienen algún familiar que las ayude.

En la plaza me llama la atención verlas tan tranquilas. Jamás he escuchado a alguna pegarle un grito a sus niños, menos un zamarreo ni nada parecido. Mi voz es la única que se escucha –casi- aparte de la de los niños.

Las mamás son muy unidas entre ellas, comparten todo, juguetes, cosas para comer e incluso el cuidado de los niños en los juegos. De hecho a veces es difícil distinguir quién es la mamá de quién porque todas cuidan a todos. Desde afuera parece tan natural, tan bien asumido este sacrificio que hacen día a día por ellos, pero al conocer a la gente un poquito más de cerca te das cuenta que es una carga que han aprendido a llevar, pero que les encantaría dejar de lado.

Me he hecho bien amiga de una coreana que tiene dos hijos. El mayor es más chico que Cristóbal y la guagua tiene recién tres meses. Ella es la única coreana que he conocido, con hijos, que trabaja. Me decía que durante mucho tiempo pensó en renunciar, ya que pagar el jardín de su hijo más la nana para su guagua era casi equivalente a su sueldo -la eterna disyuntiva-, pero que al final había decidido “aguantar” estos tres años difíciles que le iban a tocar con tal de mantener un trabajo que le diera posibilidades de ascender. Según ella muchas de sus amigas que han renunciado para cuidar a sus familias tratan de volver al mundo laboral después de un tiempo, pero es simplemente imposible. Al parecer no se perdona el “abandono”, por lo que las mujeres quedan destinadas a trabajos de poca responsabilidad, con poco sueldo.

Ella tiene una buena pega. Vivió en Estados Unidos por unos años y si bien su mentalidad está más occidentalizada que la del resto, igual se nota la culpa en sus palabras cuando trata de explicar por qué sigue trabajando. Sacando las cuentas se gasta cerca de un millón de pesos chilenos al mes sólo en el cuidado de sus hijos. Setecientos mil van directo a la nana.

En Chile, al menos en apariencia, ‘la tenemos’ más fácil. Las nanas son más baratas, la vida en general también y, bueno o no, al menos existe un sistema de jardines y salas cuna que nos da la posibilidad de trabajar sin que nuestros hijos queden descuidados. Sin embrago la eterna pregunta persiste: ¿vale la pena trabajar fuera de la casa para llegar a las 7 u 8pm, dar comida, bañar y acostar a los niños, día tras día, sin siquiera tener la energía para jugar un rato con ellos?, ¿o para escucharlos?, ¿o enseñarles algo?. ¿Es esa la mamá que queremos que nuestros hijos recuerden cuando sean grande? Me atormenta pensar que en el futuro mi hijo pueda criticarme por haber sido una mamá fome o amargada...que sienta que no lo disfruté...o peor aún, que yo crea que no lo hice.

Al pensar en esto me doy una vez más con la nunca bien ponderada roca en los dientes por la oportunidad que estoy teniendo ahora. Tengo la posibilidad de mandar a mi hijo a un buen jardín, donde creo está seguro y estimulado, y además tengo tiempo y energía para hacerle comida, sacarlo a pasear y jugar con él.

Finalmente me queda claro que ningún sistema es perfecto. Creo que las mujeres estamos destinadas –o programadas quizá- a sentir culpa hagamos lo que hagamos. “Show me a woman without guilt and I will show you a man” leí por ahí…



viernes, 23 de septiembre de 2011

Let's get physical

Al lado de mi casa, justo al lado, hay un tremendo gimnasio. Se llama Top Fitnesss y desde que llegué me cierra el ojo…

Hace más de diez años que no había puesto un pié en uno de esos lugares, pero qué mejor oportunidad que esta para comenzar una nueva adicción. Mi secreto deseo era que, gracias a una iluminación divina, mi cuerpo y mente se enamoraran de una rutina deportiva cosa de hacerme dependiente y, por ende, mina, mina. Lamentablemente no creo que me esté funcionando mucho.

El gimnasio es enorme, súper moderno, con muchas máquinas nuevas, teles, salones para spinning, yoga y esas cosas, y baños con camarines tremendos. Me di una vuelta loca, haciéndome la que sabía lo que estaba haciendo, y me inscribí por tres meses. Suficiente tiempo como para “enamorarme”, pero no demasiado como para perder plata como loca en caso que mi nueva relación no se diera como esperaba.

El primer día te dan una tarjetita y hacen una evaluación. En mi caso no tenía mucho sentido porque no les entiendo ni una cuestión a los entrenadores, pero al menos vería mi triste realidad en números. Y ‘oh my God’ que fue triste. Cincuenta y nueve kilos. ¡Cincuenta y nueve! ¡Eso pesaba cuando tenía casi cinco meses de embarazo!

El profesor que me evaluó no hablaba ni una palabra de inglés, pero tratando de explicarme el resultado de la medición –te paras en una maquinita con las piernas y brazos abiertos y te hacen una especie de scanner con todo tipo de índices- logró decirme una frase para el bronce “you: no muscle” y después una segunda revelación, “you: too much fat”. ¡Fantástico!

Con el ego por el suelo cumplí con todo lo que este joven me dio como tarea para el día: unas flexiones de piernas del terror, otros ejercicios de máquinas y cuarenta minutos de caminata rápida. Después de esa seudo-masacre llegué a mi casa arrastrándome, con las piernas tiritonas, sintiendo cada una de esas células adiposas de más. Pero al otro día estaba de vuelta.

Entré a una clase de yoga esta vez. ¡Qué espanto! ¡No puedo hacer nada! Soy hiperlaxa y por ende debiera ser ultra flexible, pero me sentí embalsamada. Realmente pasan la cuenta los años y la falta de movimiento. Al menos lo pasé bien esta vez, incluyendo la caída que me pegué tratando de mantener el equilibrio en una pierna. Después de esa clase entré por primera vez al camarín.

No puedo expresar mi sorpresa. La cuestión era enorme, doscientos lockers, espejos y pesas por doquier, pero lejos lo más impactante es que habían unas cuarenta mujeres adentro, piluchas de pié a cabeza, conversando, pintándose, secándose el pelo, así…como si nada. ¡Cero pudor! ¡¿No les gustan las toallas tampoco qe nadie las usa?!

Algunas estaban medio vestidas, pero no la parte obvia que uno primero se tapa, no. Ellas estaban a ‘poto pelao’, pero con una bella blusa y pelo perfectamente peinado. ¡Nadie puede! Como yo soy yo lo primero que noté fue que, si bien son extremadamente preocupadas por la higiene y la apariencia, al parecer no pasa lo mismo con la depilación. O sea…NI AHÍ CON LA DEPILACIÓN. Y a nadie parece importarle.

Una extraña sensación entre rabia por tener que estar mirando potos ajenos que no quería mirar, vergüenza y una necesidad imperiosa de sacar fotos se adueñaron de mi. ¡Necesitaba mostrarle eso al mundo para que se rieran y sorprendieran conmigo! De verdad estuve a un segundo de sacar el celular para inmortalizar la imagen, pero al final me arrepentí. Quizá las piluchas se dan cuenta y me atacan todas juntas con su humedad, pelos y rollos de por medio…no, mejor no.

Si bien la primera impresión fue grande, NADA me preparó para lo que vi después.

Al llegar al gimnasio te pasan una pulsera con un número que tiene una especie de imán que abre el locker. Un día ‘x’ me tocó uno de los primeros y eso me dejó al lado de los espejos y lavamanos. Y ahí, pasando casi desapercibida, figuraba una puerta enorme de vidrio que no había visto antes. Detrás de ella una sala gigantesca con duchas y dos enormes jacuzzis. Y cuando digo enormes me refiero a que caben unas cuarenta o cincuenta personas en cada uno, fácil.

Vapor por doquier saliendo de maquinitas en cada esquina de la habitación y decenas de mujeres de todas las edades bañándose juntas, piluchitas, en esos jacuzzis. Otra decena –por lo bajo- se duchaba mientras tanto. Me imagino que para los hombres la escena podría parecer casi erótica, pero para nada. Se tratan como madres e hijas, con una naturalidad tremenda, mientras lo único que cruza mi mente es: “¡qué asco esa agua!” Diez mil potos transpirados juntos al mismo tiempo…¡guáchila!

La ducha no es mucho mejor en todo caso. No se trata de las duchas que nosotros conocemos, individuales, con cortinas y altas cosa de bañarse paradas. No, acá el agua sale a la altura de la cadera, entonces las mujeres se sientan en unas banquitas plásticas enanas, mirando el chorro, con las piernas bien abiertas -cosa que el chorrito caiga donde tiene que caer-  mientras con unos jarritos juntan agua y se la van tirando para enjugarse la espalda. P-L-O-P.

Después de ese nivel de intimidad no íntima, echarse crema, secarse el pelo y conversar sin ropa no parece nada del otro mundo.
Las primeras veces que me tocó presenciar esta escena me quise desmayar, pero al pasar los días me fui acostumbrando y al menos ya no me dan ganas de salir corriendo.

Mientras ellas son los bichos raros para mí en el camarín, yo claramente soy de Marte cuando estamos en las máquinas. Si bien esto es un gimnasio, no es como los que uno ve en Chile. Se ve igual, pero al entrar te confundes con la consulta de un dentista. La música es LO fome, despacio y sin ni medio ritmo y todo es pulcro e inmaculado. Nadie conversa, nadie hace ruidos de esfuerzo físico, ni nada. Foooommmeeeee. ¿Cómo cresta iba yo a mantenerme motivada para ir entonces? ¡Gracias al Ipod!...y al reggetón, por supuesto.

Nadie que me conoce se sorprenderá del hecho que me carga hacer deporte. De hecho siempre he dicho que si me quieren castigar hay que ponerme a correr y listo, pero como no tengo muchas opciones acá –porque no entiendo ni una cuestión- la trotadora pareció una opción “amigable” ante tanta rareza. Partí ‘piolita’, caminando a un ritmo digno que me acelerara la cuchara, pero que no me infartara a los cinco minutos y, mientras encontraba ese punto medio, busqué música que me alegrara la estadía. ¡Gracias DJ Méndez, gracias Daddy Yankee!

Sólo por ellos logré agarrar un ritmo y entretenerme mientras tanto. Como me encanta la música, me encanta bailar y sobre todo me encanta cantar, al principio me tenía que concentrar para no ponerme a cantar en voz alta…pero eso fue sólo al principio. Después de unos días pensé “¡mala cuea!” Total qué me importaba lo que opinen. La mayoría del tiempo me observan igual, aunque esté calladita, así que filo. Ahora pongo la música a todo lo que da –quedo casi sorda- y troto feliz de la vida, cantando cuando quiero y callándome también. No es que quiera hacer el loco deliberadamente, sólo que decidí no frenarme a mí misma. Voy a DISFRUTAR esa horita que me regalo y que es EL momento en el que soy yo de verdad, estando en público. Ahora gozo con Elvis Crespo y puras chulerías que hacen que se me muevan las caderas mientras intento trotar (jajaja)

Como acá son todos tan serios nadie se me ha acercado a decirme nada, pero se me instalan gallas al lado, haciéndose las locas, y apuesto que es sólo para escucharme cantar/jadear. Debo ser un espectáculo desde atrás –siempre pienso eso- porque me muevo entera, canto, cambio el ritmo del trote o caminata dependiendo de la canción, etc. Eso ya es llamativo, a lo que se le suma el hecho que transpiro como chancho en matadero. O sea soy un estropajo al ritmo de la salsa.

Al final empecé a pasarlo bien y ahora me quedo feliz. Incluso conocí a una coreana bien amorosa que me tradujo el horario de las clases grupales y salimos a almorzar y todo.

Vamos avanzando, pero aún no me pidan que me duche con ellas…eso sí que no.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Luz, cámara y ¡acción!

Hace unas semanas nos invitaron a comer. Una compañera de pega de Cristián estaba gravando un programa de cocina para un canal del cable y la idea era juntar a algunos extranjeros y mostrarles distintos platos tradicionales coreanos. ¡Yo feliz! No tanto por la comida, pero me tincó entretenido conocer gente de distintos países y más encima para un programa. Chori, ¿cierto?

Bueno, la comida iba a hacerse en la casa de otra persona de Samsung. Un invitado más, pero con cocina grande.

Se supone que los comensales debíamos llegar a las cinco de la tarde. Todo debía estar listo a esa hora. A las cinco en punto hablamos con la persona que estaba organizando todo y nos pidió llegar más tarde. Estaban atrasados. Fome, porque yo tenía todo fríamente calculado con Cristóbal y sus horarios, pero OK…no me hice problemas.

Finalmente llegamos cerca de las siete. Como ya era tan tarde estuvimos a punto de no ir, pero la niña nos rogó que llegáramos, asegurándonos que sería súper cortito todo.

Cristóbal se durmió en el coche, así que ni se enteró de dónde estábamos.

Lo primero que noté fue que éramos los primeros en llegar. ¡Valor! La súper conductora del programa era una coreana/alemana, amorosa, pero se notaba que estaba estresada. Nos presentó a los camarógrafos y al dueño de casa. Un polaco in-so-por-ta-ble. Alto, rucio, con colita y pesado como elefante en brazos. Nos miró con cara de querer matarnos, no nos habló ni una palabra y andaba con cara de trasero purulando por todos lados, verificando que nadie tocara nada, haciendo suspiros de descontento cuando notaba algo que no le gustaba, etc. Con Cristián nos mirábamos y a lo único que atinábamos era a reírnos de la situación en la que estábamos. Tras unos minutos ETERNOS llegó un alemán. Este era simpático, menos mal. Habló más y al parecer era amigo del idiota porque se hablaban con cierta “confianza”, aunque el gigantón este no cambiaba la cara de ass. Claramente estaba furioso con lo tarde que se había hecho. Él había prestado su casa para hacer este programa, pero al parecer con CERO ganas. De hecho al rato nos dimos cuenta que su polola estaba encerrada en una pieza, sin salir ni siquiera a decir ‘hola’. Súper cordial ella…

Media hora y varios llamados telefónicos después apareció una rusa. Tonta como una puerta la pobrecita. Hablaba puras leseras y se reía sin cachar que todos la odiaban por lo tarde que había llegado. Al menos se reía, así que igual hablé con ella.

En un intento por amenizar la velada Cristián se puso a conversar con el alemán simpático y por supuesto el tema en común era la pega. No alcanzaron a decir ‘Sams…’ y el adorable dueño de casa los para en seco, diciéndoles que no podían mencionar “la marca” ya que estaban en algo nada que ver…que estaba ‘prohibido’. Otra risita cómplice entre nosotros y al silencio nuevamente.

Finalmente partió la grabación y nos sentamos en el suelo. La comida era CERDA. Todo estaba helado, calentado y recalentado mil veces, seco, duro…ufffff. El menú eran unos tallarines con salsa de champiñones –suena rico, pero no lo era-, tortillas de cebollín y una especie de cazuela de pollo que era un poquito mejor que tomar agua de calcetín. Mala, mala, mala…el pollo entero adentro (los pollos son enanos acá) y la galla cortándolo con tijera para servirlo. ¡¿Qué hago acá?! Teniendo que probar cosas que jamás hubiera puesto en mi boca en otra circunstancia y poniendo caras de agrado cuando sólo quería salir corriendo. Al lado mío la rusa decía, después de dos cucharadas, que no quería más porque iba a engordar y la corana/alemana queriendo asesinarla la obligaba a comer. ¡Qué agradable velada!

En un momento de pausa de la grabación la anfitriona pidió al dueño de casa que el aire acondicionado apuntara a otra parte, porque le llegaba justo en la cara. Cristián estaba al lado del aparatito, así que se paró y movió la rendija hacia un lado. “Noooo!!”, saltó nuestro nórdico amigo, “that’s not a manual machine!”. Ahí nos reímos fuerte ‘cara de palo’ no más, ¡qué gallo más histérico!”. A mí ya me tenía más que sobrepasada su pésima actitud, pero no pensaba darle en el gusto haciéndome la ofendida o enojándome.

Mientras comíamos yo le comenté a la rusa que no sabía comer bien con palitos y este tipo ‘mete su cuchara’, diciéndome que efectivamente los estaba tomando como una niña. Ventana abierta para sarcasmo –pensé-, así que de inmediato le dije: claro, es que tengo el corazón de una niña…supongo que tú los estás tomando como anciano. Ni me fijé en su reacción porque al tiro desvié la mirada y no lo volví a ver, pero no me volvió a hacer comentarios. La rusa se rió al menos.

Luego de lo que pareció una eternidad por fin la comida se terminó. Cada uno dio su opinión a las cámaras de qué le había perecido todo, diciendo si ese tipo de platos se adecuarían a sus respectivos países. Todos mentimos, obvio.

Cristóbal se despertó justo, así que lo pudimos usar de excusa para irnos de inmediato. El dueño de casa no se despidió. Estaba ocupado ordenando la cocina para que el resto también se fuera pronto, me imagino.

No supimos más de nadie. Ningún mail ni llamado agradeciendo nuestra disposición.

Al fin de semana siguiente, en un paseo organizado por Samsung, nos encontramos en el bus con el polaco desgraciado y su polola –que era coreana, by the way- y ni siquiera nos miramos. Él saludó a Cristián en un momento en que yo estaba lejos y eso fue todo, pero nos miró todo el rato. No sé por qué, pero creo que está con vergüenza por cómo se comportó. ¡Sería lo mínimo! Después de todo, ¿qué culpa teníamos nosotros si la cuestión se alargó y la polola se enojó? Sólo quisimos ser amorosos, ir, ayudar a esta tipa que necesitaba gente y quizá conocer a personas simpáticas. Nada de eso pasó, pero esa fue nuestra intención.

Bueno, al final no todas las experiencias son buenas, está claro, pero al menos nos sirvió para salir en la tele…jajajjajaa.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Lo bueno, lo malo y lo raro

Al venirme a Corea la verdad es que poca idea tenía de cómo sería el país. Cristián había venido varias veces antes, así que algo me había contado, pero igual llegué con la ignorancia pura a vivir al otro lado del mundo.

Algo que me impresionó mucho al comienzo fue lo moderno que es todo. No sé por qué tenía la idea que el país sería más antiguo, más “artesanal”, por así decirlo, pero para nada. Mucha luz, mucha vida, mucha gente, mucho de todo.

Al pasar las semanas he podido ir identificando mejor lo que me gusta y lo que no de esta sociedad. Partamos por lo malo, obvio…soy yo la que escribe…

LO MALO
El olor a comida

En cada esquina se puede encontrar un local de comida coreana y, tal cuál es conocida en el mundo entero, ¡es hedionda! Rica, pero hedionda a morir. Una mezcla entre olor a pescado, algas, ají y  ajo, por supuesto. Muuucho ajo. Y lo peor es que uno se encuentra con “el aroma” a cualquier hora del día y en cualquier lugar. Me da una rabia parida cuando salgo recién duchadita, perfumada y me llega el “buqué” a pescado. ¡Obvio que una también queda hedionda!

La dormida

Grande fue mi impresión y decepción cuando llegó la hora de acostarse en Corea por primera vez. La cama era una TA-BLA. O sea, cómo me explico para que me entiendan. Tan, tan dura e incómoda que me fui a echar a un sillón tieso de cuerina y al menos ahí pude dormir.

La primera semana fue una real pesadilla. La cama del terror, el calor del infierno y Cristóbal enterrándome su cabeza en la columna a cada rato. Y más encima tratando de acostumbrarnos a las ¡13 horas de diferencia horaria! De verdad que atroz.

A los diez días, más o menos, compramos por internet un colchón nuevo. Por internet porque en los malls que fuimos vendían sólo las tablas diabólicas. Después de un par de días más de espera -y sus respectivas noches- finalmente llegó la esperada adquisición. No resultó ser lo que esperaba, pero al menos era bastante más decente.

También por internet compramos cama para el Toti porque mucho lo amaré, pero de verdad cero posibilidad de seguir durmiendo con él. Su cama es igual de dura que la nuestra del comienzo L o peor, quizá. ¡Qué rabia! Más encima caras las porquerías. Me dio tanta pena que le compré unas colchonetitas que venden y que se ponen arriba del colchón –hasta ellos cachan que la cuestión es incomodísima-. La pura colchonetita costó ochenta mil pesos, aproximadamente, pero al menos ahora no me siento tan mala de dormir “cómoda” mientras él se acuesta en esa tortura. ¡Si hasta cuando lo acompaño para que se duerma me queda doliendo la espalda!

La basura

Es muy bueno reciclar. Como están las cosas, más que una opción parece una obligación. El planeta lo necesita y se trata de un pequeño granito de arena para evitar que nuestra ecología siga colapsando, ¿verdad? LAS PAILAS! Acá he descubierto que me da lo mismo la ecología y el planeta green. Los coreanos reciclan y, por supuesto, tienen un orden claramente establecido para hacerlo. El martes es EL día de la basura. Sólo el martes. ¿Y qué me importa a mí si total yo vivo en edificio?, pues me importa porque acá no hay incineradores. Charán! Cada uno es responsable de sacar sus desechos y de llevarlos dónde corresponde.

Hay un lugar para los cartones, otro para los plásticos, otro para las latas, otro para la basura propiamente tal (pañales, por ejemplo) y otro distinto para los restos de comida, pero aquí viene la parte “chori”…no es llegar y botar la bolsa con comida en el basurero, noooo, hay que abrir cada bolsa, aguantar el exquisito aroma de comida descompuesta hace días, y botar sólo el contenido en el basurero. La bolsa hay que tirarla en el lugar de los plásticos. Si te pillan botando la bolsa te llega multa. Entrete, ¿cierto?

Ahí es donde toma sentido esto de la compra de las bolsas en el súper. Las que te venden son unas bolsas verdes que son las únicas que se aceptan en el basurero general…el de los pañales. Nada de usar su propia bolsa, señora. Si no es la verde que dice Garbage Bag entonces estamos mal.

Vale decir que la botada de basura es LA tarea de Cristián. Yo me puedo encargar de limpiar, cocinar, planchar, ir al súper a ‘pata’ y todo lo demás, pero la basura no la saco ni aunque me paguen.

No English

Sé que parece pesado de mi parte, pero me carga que ¡nadie habla inglés! Me imagino que en Chile un taxista, una vendedora de mall o lo que sea tampoco se maneja mucho en el idioma, pero pucha al menos algo cachan, ¿o no?

Todo se hace imposible cuando está la barrera del idioma. Comprar, subirse a un tren, inscribir a Cristóbal en el jardín, meterme al gimnasio, o sea todo, ha sido una odisea.

Todo lo que sé respecto de cómo le está yendo a mi hijo en el jardín es gracias a una compañera de trabajo de Cristián que llama y hace las preguntas que yo quiero hacer. Las profesoras –que son jóvenes y educadas- ni siquiera saben decir hello. Nada. Cuando fui a averiguar no hubo caso con sacarles una palabra. Estuve como media hora tratando de lograr hacerme entender con el traductor del celular y salí más perdida que cuando llegué. ¡Incluso su lenguaje corporal es distinto! Si les preguntaba si tenía que llevarle a Cristóbal el almuerzo yo todos los días –usando el traductor- ellas en vez de decirme “no”, usando la cabeza o el dedito en movimiento de limpiaparabrisas, me hacían una mini reverencia, sonriendo. PLOP ¿Mi traductor vale hongo o estoy en un mundo paralelo?

En el gimnasio la cosa no cambió mucho. El lugar se llama Top Fitness y queda al lado de mi casa, o sea, al lado de Samsung donde hay varios extranjeros, sin embargo nadie habla inglés. Todos los letreros están en coreano, las máquinas en coreano y la información de horarios, clases, etc., en coreano. Fail again! No me culpen si no bajo ni medio gramo…está claro que sin instrucciones uno no puede hacer mucho.

Cuando fui a comprar la colchonetita para Cristóbal de nuevo me encontré con la pared idiomática. Haciendo señas y gestos la señora del negocio entendió que necesitaba tal producto, pero hasta ahí no más llegamos. No pudo explicarme el precio ni si servía para lo que yo necesitaba. También con gestos me indicó que me sentara y esperara. Supuse que había ido a buscar a alguien. Veinticinco minutos más tarde –y no estoy exagerando- llegó un vendedor que hablaba inglés –quizá lo trajeron de Japón- ¡Aleluya! La colchoneta era carísima, pero después de tanta espera no iba a decir “no, gracias…estaba mirando”. Pasé la tarjeta y ahí todos me entendieron.

LO BUENO

Shoes off

Me encanta la costumbre que tienen los coreanos de sacarse los zapatos en la casa. Lo encuentro lo más higiénico y cómodo que hay. ¿Qué mejor que llegar e instalarse al tiro la pantufla? En los restaurantes coreanos también lo hacen, se sientan en el suelo para comer, todos a ‘patita pelá’ y lo mismo pasa en muchos otros lugares. En el jardín del Toti no se entra con zapatos, en el camarín del gimnasio tampoco y si vas a la casa de alguien lo primerísimo que tienes que hacer es sacarte los zapatos antes de entrar. ¡Así da gusto comprar alfombras caras!

Si alguien está en un parque, sentado en una banca y quiere subir una patita arriba ¿qué hace? Se saca los zapatos, obvio. Cuando nos han venido a dejar cosas o a arreglar el baño, los maestros se sacan los zapatos y entran. ¡Lo encuentro tan tierno!

Tanto me gustó el sistema que ya estamos adoptando la costumbre en nuestra casa también. En la entrada hay un mueble con repisas –que me tinca era para eso- así que ahí estamos guardando los zapatos. Antes de salir uno se los pone y al llegar, antes de entrar al piso flotante, te los sacas y agarras tus pantuflitas.

La paciencia

Otra cosa muy buena y envidiable es la paciencia que tiene la gente de acá. Como son tan ordenados prácticamente para todo hay fila…y son cincuenta millones de coreanos, así que las filas no son cortas. Para los buses, para entrar al baño, para tomar taxi, ¡para todo!

Uno no llega y hace parar un taxi en cualquier parte, hay lugares establecidos para que los autos esperen a los pasajeros y así se van formando las filitas.

Más que paciencia yo creo que lo bueno es que son personas muy perfeccionistas y por eso tienen un país tan limpio. Todo lo hacen bien, nada a la rápida ni ‘por donde miró la suegra’. En el supermercado noté que una niña que trabajaba ahí estaba limpiando unas basuritas que estaban en el suelo, pero no pasó la escoba sino que se agachó, se puso unos guantes, sacó una bolsita de papel que tenía en el bolsillo y empezó, miguita a miguita, a recoger lo que estaba en el suelo. Se tomó su tiempo, pero quedó perfecto. Los taxistas también son así. Como siempre andamos acarreando el coche del Toti, constantemente abrimos la maleta de los autos y siempre está todo organizado adentro. Una canastita o caja con zapatos, artículos para limpiar el taxi y cosas así. Todo ordenado, impecable.

Mientras infructuosamente trataba de entenderle algo a la profesora de Cristóbal, él se puso a mirar un libro...a los treinta segundos el libro tenía una hoja menos, obvio. Yo muerta de plancha le pegué una retada al niño mientras ella, tranquila, tomó el cuento, sacó scotch y arregló la hoja. Después sacó un wipe, le limpió las manos al Toti y se lo guardó…no lo iba a dejar ahí encima de una mesa cualquiera…

Es realmente ‘refrescante’ ver ese comportamiento. Tan orgullosos de lo que hacen, tan buenos en lo que hacen…incluso me dan como ganas de ser un poquito más así.

Cada loco con su tema

¡Me encanta la diversidad de Corea! En una sola cuadra vez Evangélicos cantando, niñas con vestidos y taquitos con brillos, hombres vestidos como Ken de Barbie, viejitas con trajes tradicionales, etc. y nadie mira a nadie raro. ¡Rico! Incluso Cristián me dijo que aprovechara y que me pusiera todas las rarezas que quisiera mientras estuviéramos acá…jajajjaja…a la que más le gusta usar rarezas.

El desayuno

El pan de Corea es EL MÁS RICO DEL MUNDO!! De verdad que es exquisito. Así como son fanáticos del café son fanáticos de la respostería, porque también en cada esquina se encuentran panaderías estilo Castaños, pero en bacán, con cosas exquisitas, lindas, panes de distintos tipos, etc. El pan, sumado a la mermelada de hiervas y canela que compramos la otra vez, hacen que el desayuno sea la mejor parte del día :)

LO RARO

Las sábanas

Los coreanos NO USAN SÁBANAS! Eso es lo más raro que hay. Aparte de las camas de palo sencillamente no tienen sábanas. Sólo ponen un cubre-tortura (perdón, cubre-colchón) y después el cubrecama.

Cuando nos vinimos traje un juego por si acaso y resulta que ahora es lo único que tenemos, así que me la paso lavando y poniendo la misma cosa. Así como vamos, en un par de meses más vamos a estar durmiendo en una tela de cebolla…y eso que no me he dado por vencida. Mall que voy, mall que pregunto por sábanas, pero ni saben a qué me refiero.

Escobas

Como la idea es hacerme la vida difícil, los coreanos decidieron ir contra el mundo y no tienen las escobas que todos conocemos. Hay escobas, pero el palito tiene unos cincuenta centímetros de largo…o sea, hay que doblarse como wantán para poder usarlas, por ende, NO uso escoba. A pura aspiradora no más.

Amables, pero pesados

La verdad es que la gente de acá es súper amable. Cuando uno logra comunicarse con ellos son muy amorosos, pero en el diario vivir tienen actitudes raras que los hacen parecer mal educados, incluso. Nadie te afirma una puerta si estás por entrar o salir de algún lado, así que prepárate para el portazo en la cara si no estás atento; si estás ‘paveando’ se te cuelan como locos en las filas, no esperan que la gente baje de un lugar para subir ellos (en un ascensor, por ejemplo), etc. Eso al principio fue bien choqueante, uno no se lo espera, pero lueguito te acostumbras y andas a codazos como todo el resto no más. De hecho ya tuve un encontrón con una coreana. Estábamos como a las ocho de la noche afuera de la estación de trenes, esperando en la fila un taxi para irnos a la casa después de un día agotador. Éramos Cristián, el Toti, yo, coche, bolsas, etc. y una ‘cabra’ llega, pasa al lado nuestro y abre ‘cara de palo’ la puerta del auto en cuanto paró al lado nuestro. La reacción de Cristián fue “...’ta la huevona” y yo, furia, dejo las bolsas en el suelo y le cierro la puerta antes que se suba. THIS IS OUR CAR! …Quizá qué cara le puse –acompañando el grito- porque me miró espantada y se fue. Pía: 1 – cabra patuda: 0

Restaurants

La mayoría de los restaurants donde hemos ido han sido de comida occidental, así que las cartas son en inglés y eso nos facilita la vida. Lo raro ha sido, esos sí, que no te ofrecen cosas para tomar. Acá se come con agua –que no te la cobran- aunque si quieres pedir una bebida probablemente tengan, sólo que no la ofrecen. También es diferente el hecho que al servirte los platos te llevan la cuenta al tiro, así que hay que decidir si vas a querer postre, café o lo que sea, a penas llegas.

El tema de la comida acá es más bien un trámite. Te sientas, comes y te vas. No se da el tema del aperitivo, entrada, plato de fondo, postre y café como en Chile…eso es fome. Quizá por eso la atención es tan rápida…no ven la hora que te vayas.

Maldito speaker!

Llevábamos un par de días acá cuando, de la nada, una voz nos empezó a hablar. ¡¿Qué onda?! Resultó ser que hay una especie de parlante empotrado en la pared del living desde donde la Administración te da avisos. Para nosotros es cero aporte porque obviamente hablan en coreano, pero lo peor es que la gente esta ¡habla a cada rato! Como dos o tres veces al día escucho anuncios que no entiendo, que no son nada de cortos y que a veces aparecen a horas bien desubicadas. He tratado de buscar la forma de bajar el volumen, pero parece que eso no depende de uno.

La única vez que he dormido siesta acá adivinen qué me despertó. El speaker!

Chips de chocolate

Después de ir a buscar a Cristóbal al jardín el otro día se me ocurrió la brillante idea de comprarle un helado. El calor era espantoso y se había portado tan bien en el jardín que se lo merecía. Le elegí uno que por el papel parecía ser de chocolate con chips. “¿Está rico?” – “Ajá”-, me responde él y veinte segundos después “mamáaaa, noooooo”. Pensé que se estaba manchando y que quería que lo ayudara entonces como toda mamá le tomé el helado y le chupetié la parte de abajo para “ordenarlo”. PUAJ!! Era cerdo, ¿y las chispas de chocolate? POROTOS NEGROS!! ¿Quién se come esa cuestión? No sé, pero yo terminé botando esa asquerosidad de inmediato.


*Rarezas flash:

-          Todos los autos son negros, blancos o grises. Puros sedán y todos automáticos…hasta el más ‘sharsha’

-          Las mujeres usan ‘manguitas’. Polera manga corta con una mangas de laycra que van del bícep a la muñeca. Para protegerse del sol, supongo. ¿Por qué no usan poleras de manga larga entonces? Ni idea.

-          La gente acá está obsesionada con la cara. Tiendas gigantes de puras cremas, comerciales y más comerciales de hidratantes, infomerciales con mascarillas milagrosas, etc. la embarraron para vanidosos.

-          Los malls tienen en el baño de mujeres una sala especial para pintarse. Con mesitas, espejos individuales iluminados y ¡viven llenas!

-          Comen arroz todos los santos días. La snack del jardín de Cristóbal es arroz con sopa de champiñón, de hecho. (y él se come todo)

-          Muchas mujeres caminan de la mano. Mamás e hijas, amigas, lesbianas (me imagino) y así, mujeres de todas las edades andan de la mano por la vida.