miércoles, 23 de noviembre de 2011

Día NEGRO

Al igual que la gran mayoría de los mortales, por lo general me paso la semana entera esperando ansiosa la llegada del sábado. Es lejos mi día favorito. Representa el inicio del descanso y actividades choras y, sobre todo acá en Corea, significa dejar de lado el aburrimiento que causa el estar la mayor parte del día sola.

Todos los sábados durante el desayuno decidimos con Cristián que hacer ese día. Generalmente salimos temprano y volvemos en la noche, intentando aprovechar al máximo el tiempo.

Hace un par de semanas partimos con la misma rutina de siempre, pero no nos dimos cuenta que en ese mismísimo momento una espesa nube negra se estaba instalando sobre nuestras cabezas.

Por primera vez en muchas semanas decidimos almorzar en la casa. Había comida hecha y Cristóbal estaba durmiendo siesta, así que igual había que esperar que se despertara. Tipo dos de la tarde estábamos listos. La idea era ir a Seúl y hacer un paseo en catamarán por el río Han, que cruza toda la ciudad, y que al anochecer ofrece un panorama de verdad muy lindo. Suena regio, pero no contábamos con la cantidad de errores y ‘malas cuevas’ que nos esperaban.

Tomamos un taxi y llegamos a la estación de Suwon. Primero que todo nos equivocamos al comprar los tickets del tren. Compramos ida hasta Seúl cuando necesitábamos bajarnos antes, en una estación que está más cerca del destino final al que íbamos. FAIL, pero filo…no era tan importante. Al bajarnos tomamos otro taxi para que nos llevara hasta el lugar donde se toma el barquito. Hay que tener en cuenta que ya está haciendo un frío tremendo acá, entonces cada subida o bajada del medio de transporte que sea significa ponerse o sacarse chaquetas, gorros, poner o sacar el forro del coche –con el plastiquito puesto no se puede guardar para meterlo a la maleta del auto-, etc., entonces no es una cosa muy agradable. Bueno, llegamos y fail número dos: el catamarán estaba partiendo…ahí, ante nuestros ojos. ¡Qué mala suerte! Si hubiéramos llegado dos minutos antes estaríamos arriba, pero ya, jodimos no más.

Eso significaba que íbamos a tener que esperar una hora y media para la salida del siguiente barco. Uffff. ¿Qué hacemos mientras tanto? Decidimos ir a un sector de Seúl muy conocido donde se ubican todas las tiendas caras. Gucci, Louis Vuitton, etc., pero no sólo tienditas, son edificios enteros de cada marca, enormes y con cosas con precios que ni siquiera puedo traspasar a pesos. Regio, pensé, vamos a shoppiniar y después al paseo. Wrong!

Compramos los tickets para asegurarnos de no volver y que la cuestión estuviera full vendida (lo que ya nos había pasado una vez) y nos volvimos a poner a la espera para un taxi. Transcurrieron cinco y después diez minutos y nada. Damn! Cristián me dijo que cruzáramos, porque al frente ya habían pasado dos autos desocupados. Al otro lado de la calle no tuvimos mucha más suerte. Obviamente apenas estábamos instalados vimos que justo en la esquina donde habíamos estado nosotros hasta hace un minuto había un radiante taxi desocupado, siendo ocupado por algún suertudo que acababa de llegar. ¡Maldición! Seguimos congelándonos un rato más hasta que tuvimos que volver a cruzar, porque definitivamente ahora todos los autos estaban andando por al frente. Uffff. OK, por fin nos logramos subir a un taxi y estábamos camino a esta zona de compras.

La verdad no teníamos muy claro donde quedaba el lugar mismo, pero no creímos que importara. Wrong again! Estuvimos nada más y nada menos que UNA HORA EN EL AUTO, metidos en una autopista, en el medio de un taco del infierno que no nos permitía bajarnos ni darnos la vuelta. ¿Resultado? No pudimos volver hasta el lugar del catamarán a tiempo, así que perdimos los tickets…y la luz de día. Intentamos llamar al número que aparecía en los boletos para preguntar si podíamos cambiar la fecha o algo, pero obviamente nadie nos contestó. A esa altura ya estaba de noche, con un frío del terror y Cristián con un ánimo que daban ganas de meterlo en una bolsita y tirarlo al río. Yo, contra todo pronóstico, me lo tomé con humor y no le di importancia. Que adulta ¿cierto?...pues no me duraría mucho.

Después de caminar un rato, ver carteras y joyas que valen más que mi auto y cosas así, llegamos a unas callecitas chicas con cosas más normales. Cristián se compró zapatos y mágicamente su ánimo volvió.  Ya eran cerca de las ocho de la noche y mi retoño tenía que comer, así que comenzamos a buscar restaurants occidentales por ahí. Nos imaginamos que debía haber varios, porque es una zona bien turística. En la mitad de la avenida –que era enorme- teníamos que decidir hacia dónde caminar. ¿Derecha o izquierda? Izquierda. Caminamos lo que parecieron siglos en estado de congelamiento y nada. Miles de lugares para comer, pero todos asiáticos y ya me tenían aburrida las verduritas con arroz. Además, Cristián había anunciado desde tempranito que él TENÍA que comer carne.

Ahí todo mi ánimo y buen humor anterior se empezó a desvanecer y comenzó a aflorar lo peor de mí. ¿Yo con frío, cansada y hambre?...ah no…mejor corra y escóndase.

Con cara de bottom empecé a presionar a Cristián para que “hiciéramos algo”, no sé qué esperaba, pero cuando estoy así siempre lo empujo a que solucione la cuestión, como sea (pobre), así que tomó una decisión. “Vámonos de acá, subámonos a un taxi y que nos lleve al tiro a Gangnam. Ahí sí que hay de todo y tenemos que llegar allá igual”. ¡TODA LA RAZÓN! Con razón me casé con este hombre, pensé.

Gangnam es un área muy taquilla de Seúl, donde se junta gente joven, que está llena de restaurants, cafés y tiendas…y justo es donde tenemos que tomar el bus para volver a Suwon. Habíamos decidido no tomar el tren esta vez para no tener que ir nuevamente a la estación. Estupendo…partimos.

Apenas nos subimos al taxi –luego de sacarnos las chaquetas y envoltorios varios por enésima vez en el día- Cristóbal empezó a pedir los “yams” (comida) y eso es una de las cosas que más nerviosa me pone. Mi hijo es cero hambriento, asique cuando pide comer es que de verdad está con la guata pegada a la espalda. Habíamos avanzado dos cuadras en el auto y vimos, uno al lado del otro, un Friday’s y un Bennigan’s. ¡Justo lo que andábamos buscando!...ahí nos dimos cuenta que antes habíamos caminado para el lado equivocado. Bueno, daba lo mismo, total ya estábamos en el taxi e íbamos a estar al frente de un bistoco in no time.

Llegamos a Gangnam y nuevamente emprendimos la caminata en búsqueda de comida. Caminamos harto rato por un lado de la avenida y nada. Todo lo que veíamos era oriental o pollo frito…algo que no le iba a dar a mi hijo como cena. Seguimos caminando y yo, ya con el nivel de tolerancia en menos mil, le pedí a Cristián que se olvidara de su carne y que comiéramos cualquier cuestión no más. Él, como es, dijo que nica, y que era “obvio” que íbamos a encontrar algo por ahí. Cruzamos la calle y empezamos a buscar por el otro lado. ¡NADA! No se veía nada decente. ¡Malditos pinchos cabrones! A la distancia Cristián juró que vio un cartel que decía “Brazil” o algo así…cruzamos NUEVAMENTE y empezamos a caminar hasta allá. ¡Ehhh! ¡Era cierto! Había un restaurant brasileño que estaba en el subterráneo de un edificio. La cuestión no tenía ascensor, así que tuvimos que bajar al Toti en el coche entre los dos, por la escalera. No importa, todo sea por por fin instalarnos. Me llamó la atención que nadie pareció pescarnos al entrar, y eso que acá son ultra buenos para “atender”, pero había una razón: ¡estaban cerrando! &%#//&#$#&t/!!!! Vuelta a acarrear el coche con Su Majestad a bordo, quien a todo esto seguía cada veinte segundos “mami, yams; mami, yams; mamiii, yams!!”. Ayyyyy!!! ¿Era sábado a las 9.20 de la noche y ya estaban cerrando??!!...para que vean lo “prendidos” que son acá…

Un par de cuadras más y llegamos a Ashley, un restaurant buffet occidental. ¡Matanga! Corrimos de felicidad, pero la tipa de la entrada nos frenó en seco, advirtiéndonos que eran las 9:30 y que el salad bar cerraba a las 10:00pm. ¡Nos da lo mismo! Con el hambre y lo chato que estábamos arrasaríamos con todo en cinco minutos, con suerte.

Nos instalamos y empezó el baile de platos. Ensaladas, camarones, pastas y choclos para el Toti (es como tonto para el choclo) ¡Que alegría! Cuando ya estábamos listos para los postres nos dimos cuenta que la niña se refería a que todo el buffet se cerraba a las diez. Eran las 10:01 y ya no había señas de que alguna vez hubo comida. Sacaron absolutamente todo y ni siquiera alcanzamos a tomarnos un café. Malditos puntuales de porquería.

Al final nos fuimos a instalar al paradero del bus para, de una vez, irnos a la casa…o al menos nos paramos en lo que creímos era el paradero. Por supuesto, y para seguir con la tónica de nuestro día, al momento de llegar a la esquina donde paran los buses JUSTO pasó el nuestro. Ufff. Ok, ya pasará el próximo. Como las avenidas son anchísimas y hay muchos recorridos que pasan por ahí hay paraderos en la vereda y en la berma del medio. Al llegar vimos pasar nuestro bus por el lado de la vereda. Le dije a Cristián, pero él insistió en que había que ponernos en la berma. Según él ahí es donde lo había tomado la última vez. OK…le creeré. “¿Estás seguro?” – “síiii, te digo que aquí lo tomé la semana pasada”, - “bueno, pero acabamos de ver que pasó por el otro lado”, - “pucha que eres porfiadaaaa, ¿quién es la perdía acá?” – (ahí me jode, porque claramente la que no tiene idea dónde está parada el 95% de las veces soy yo), pero igual repliqué: “¿entonces se supone que el bus cambió el recorrido?...porque ahora paró en el otro lado”, - “hazme caso, por favor…es por acá”. Ahí nos quedamos. Cristóbal estaba full energético, así que me puse a jugar con él, tapados como oso, tratando de entretenerlo cosa que no se tentara con tirarse a la calle. Mientras tanto Cristián haciéndose el “no inseguro” revisaba en el teléfono los recorridos de los buses y el cartel del paradero. En fin, pasó más de media hora y nada…hasta que…¡PASÓ EL BUS POR EL LADO QUE YO DECÍA! ¡Ayyyy! ¡¿Quién me pasa un hacha, por favor?! Nos corrimos y obvio ya estaba formadita la fila que esperaba la siguiente micro que necesitábamos…o sea, teníamos para quizás cuánto rato más, porque estos son buses que se van de corrido a Suwon, no paran, y es un trayecto de cerca de una hora, así que nadie se quiere ir parado. Y aunque quisiéramos nosotros no podemos por Cristóbal y porque andamos con coche.

No sé cómo la paz se apoderó de mí y no hice ni dije nada…me tragué el “TE LO DIJEEE!” porque la cara de amargura de mi marido me mostró que ya estaba teniendo suficiente castigo. Como la fila famosa era de una cuadra, aproximadamente, calculé que en unos tres buses más recién podríamos irnos sentados. ¿Qué hago mientras? Me salí de la fila, dejando a Cristián con el coche ahí, mientras yo jugaba en una escalerita con Cristóbal. Él, lindo, estaba chocho subiendo y bajando peldaños, saludando a los transeúntes hasta que…puaf! Guaaaaa!!!! Se sacó la cresta y media, cayendo de boca en la vereda. Lo recogí y empecé a consolar cuando me di cuenta que estaba sangrando como loco. ¡Horror! Según yo que se había volado un diente porque la sangre era tanta que no se la podía tragar, la escupía. Puaj!. Muerta de nervio recogí a Toti, bolsas, cartera, etc., y empecé a caminar con el niño sangrante en búsqueda del papá. Un poco más allá, en la fila, estaba Cristián. Vio a Cristóbal lleno de sangre y me dice: “mala cueva…nos vamos en taxi”.

Cinco taxis en total, treinta lucas en tickets botadas a la basura, dos horas arriba de un taxi y al menos otras dos de espera fue el balance del día. Cerca de las 11:30 de la noche llegamos a la casa, sintiéndonos derrotados por el destino y la mala suerte, pero aliviados de que al menos todos los dientes del Toti seguían ahí…

viernes, 4 de noviembre de 2011

Porque no todo es miel sobre ojuelas

Desde que llegué le he encontrado miles de cosas buenas a Corea. Estoy contenta de estar acá y de poder vivir esta experiencia, pero…¡pucha que son raros estos gallos a veces!

Hace unos días mi lindo marido cumplió 32 años. Para celebrar nos regalamos unos días en un resort de invierno que queda a un par de horas de Suwon. Es un lugar muy chori, que tiene convenio con Samsung así que, además, es barato para nosotros.

Cristóbal había pasado los últimos días súper enfermo, por lo que dudamos un poco si ir o no, pero al final decidimos partir no más. Total, si iba a estar afiebrado lo íbamos a pasar mal donde estuviéramos y la reserva ya estaba confirmada.

Cristián arrendó un auto y luego de unas explicaciones acerca de cómo usar el navegador, estábamos on our way. La maquinita esta es es-pec-ta-cu-lar. Le programas la dirección a la que vas y te hace un mapa con indicaciones de cómo llegar. Pero no es sólo una flecha ordinaria moviéndose, no, la cosa te habla y te avisa de precauciones en el camino –careful with falling rock- por ejemplo, los límites de velocidad, te dice que viene un peaje y cuánto es el monto a pagar, entre otras cosas. ¡Maravilloso!

Con esto no nos costó nada llegar, y eso que las carreteras acá son enfermas de enredadas, atiborradas de carteles que obviamente no entendemos. ¡Con razón absolutamente TODO el mundo tiene uno en el auto acá!

Llevábamos una media hora de camino, Cristóbal dormía atrás, y ya habíamos alabado el invento este durante largos minutos. Luego, un momento de silencio y…”¡maldita máquina!”. Pucha, es demasiado útil, pero ¡aburre! Se trata de un parloteo constante que dice “En 700 metros el límite de velocidad es de 100 kilómetros por hora”, perfecto, pero a los veinte segundos…”En 400 metros el límite de velocidad es de 100 kilómetros por hora”, para luego: “En instantes el límite de velocidad es de 100 kilómetros por hora” y todo esto acompañado de un incesante pito de alarma y la pantalla iluminándose y apagándose al ritmo del mismo. El show dura hasta que bajes la velocidad. Después te advierte que el camino tiene curvas, que hay peligro de rocas cayendo, que una próxima curva es pronunciada, que vienen lomos de toro, etc. y cuando no tiene nada que advertirte te dice: “Maneje con precaución”. Uffff!!!

Obviamente cero posibilidad de ir cantando en el auto, comentando el paisaje o cosas así. Tienes que ir mega atento a que, entre tanta cháchara, no se te pase justo el comentario útil que te avisa que hay que tomar una salida de la autopista.

Bueno, tras un par de horas de tortura habíamos llegado. El lugar era enorme, con hotel,  condominios, restaurants, un parque acuático enorme y miles de cosas más. Nosotros nos íbamos a quedar en uno de los condominios porque el hotel no tenía reservas –“maldición, tendré que seguir haciendo camas”, pensé-, pero bueno…peor es mascar lauchas.
Phoenix Park. Acá van a ser los JJOO de invierno en 2018

El departamentito era lindo, chiquitito, pero “monono” como se dice por ahí. Dos piezas, pero sólo una con camas gemelas (cueck) y cuatro colchonetitas coreanas con sus respectivos plumones por si alguien quisiera dormir en el suelo. -“Partiste, Cristóbal”.

Corea 1 – Pía 0

El niñito este seguía pata de laucha, así que la primera noche fue del terror. Llegamos, comimos y de vuelta a la pieza. Mientras buscábamos dónde comer me di cuenta de otra cosa: los empleados del lugar no le pegan al ‘inglich’. Estuvimos harto rato tratando que nos dijeran qué restaurants había en el complejo y qué estilo eran, pero no hubo caso. Terminamos yendo al hotel, pero no tenía ni un brillo.

Me extraña mucho que en un lugar que obviamente es turístico no contraten a alguien que hable inglés, o no tengan panfletos con la información obvia necesaria al menos…

Corea 2 – Pía 0

El Toti había dormido harto en el auto, así que no hubo caso que se durmiera temprano y, para rematar, se estaba volando en fiebre de nuevo. Más de 40 grados había sido la tónica los últimos tres días, así que mi aguante a esa altura era nulo. Le enchufé el remedio mágico y se empezó a recuperar.

Cuando finalmente cayó en los brazos de Morfeo era casi la una de la mañana y yo, hecha leña, partí a acostarme. Deseosa de caer en coma profundo (#planta) llego a la pieza y Cristián me dice con cara de ass: “prepárate, las camas son una tortura”. NOOOOO!! ¡Mi peor pesadilla hecha realidad! Inocente yo, creí que eso iba a ser lo peor de mi noche…

Tratando de hacer el menor ruido posible empezamos a sacar colchonetitas del closet para ponerlas arriba del “colchón”. Yo figuraba odiando a todo el mundo, especialmente al lado asiático, por su afán de dormir al estilo “pagando mandas”. ¿Quién cresta puede descansar así? ¿Esta gente del hotel no se da cuenta que acá vienen turistas con espaldas de humano que no aguantan ese nivel de incomodidad? Valor, Lord.


Pero la verdadera guinda de la torta llegó un par de horas después –literalmente DOS horas después- cuando Cristóbal se despertó llorando. Seguía sintiéndose mal, así que lo pasé para mi cama (de una plaza by the way). Incómoda a más no poder, con un niñito hirviendo y lloroso al lado mío, traté de seguir durmiendo. Estaba casi casi cuando…¡PAF! ¡Cristóbal se cayó de la cama! Llanterío de locos y Cristián retándome por “cómo se me había caído”. Grrr. Al final me fui a la cama/suelo con el nene para evitar nuevos accidentes. Mala idea. Si bien no se cayó más (obviamente) me pateó como quiso y cada quince minutos más o menos se pegaba una llorada grande. Hasta Cristián estaba histérico – y eso que él casi nunca lo “siente” (¬¬). En fin…la cosa es que no dormí nada.

Al otro día todas mis esperanzas estaban puestas en lo que LEJOS más me gusta de salir de paseo: ¡los desayunos de hotel! Llegamos al buffet y…¡desilusión! La cuestión era desayuno coreano, con muy pocas cosas de nuestro estilo. Sí había kilos de arroz, sopas, dumplings, algas con soya, etc. ¡Pucha la cuestión! Un par de miserables tostadas con huevo revuelto y una media luna fue lo que conseguí.

Corea 3 – Pía 0

Como mi retoño seguía debilucho estuvo todo el día “palito con caca”. O sea, no había por dónde agarrarlo. ¡Pesado el cabrito! Y más encima Cristián fatalista diciéndome que le había vuelto la ‘maña’ que me tuvo al borde del suicidio hace un par de meses.
Una muestra de su llanto

Al final nos instalamos traje de baño ya partimos al parque acuático in door del lugar. Era exquisito, pero todo fue un show. Cristóbal lloraba porque no se quería sacar la ropa, después lloraba porque no quería meterse al agua y después lloraba porque no quería salirse. Ufffffffff. Paciencia, ¡ven a mí!

Feliz me hubiera quedado mucho más rato, pero de verdad era medio imposible con Cristóbal tan pesote, asique nos fuimos más o menos luego. Cristián, por su lado, con la cara larga porque ese era el día de su cumpleaños y no se lo estábamos respetando…

En la noche salimos a mirar más restaurantes, pero no hubo caso. Todo es coreano. De verdad que no entiendo cómo es que sólo comen su comida. ¿En Chile hay puros restaurants con empanadas y pasteles de choclo? ¡No poh!, pero acá sí. Todo es comida típica de ellos y está siempre lleno. El único occidental era el del hotel al que habíamos ido el día anterior y que era más fome que chupar un clavo. Las otras opciones eran pizza (sólo para llevar) y pollo en salsa BBQ. Todo “asiaticado”, obviamente, así que mega picante. El pollo era incomible, de hecho.

Desde la casa llevamos una torta para cantarle a Cristián y cuando estábamos preparando todo, sorpresa nuevamente: en la cocina no hay cuchillos ni tenedores. Sólo palitos chinos y cucharas.

Corea 4 – Pía 0

Los 32!


En la mañana decidimos no ir al desayuno de abajo. Para qué si total teníamos cocina con varias cosas bastantes más ricas que las de ellos. Habíamos planeado ir de paseo a unas playas cercanas, así que había que levantarse luego. El Toti POR FIN estaba bien.

Entré rauda a la ducha –el día anterior nos habíamos bañado en el mismo parque acuático- y oh, nuevamente sorpresa: hay sólo toallas de mano. Llamé a la recepción y al parecer algo me entendieron porque enviaron a alguien al tiro. Lamentablemente venía con las mismas mini toallitas de mano que ya teníamos. Los coreanos no usan toallas grandes, pero again mi furia se gatilla porque ¡¿cómo no piensan en los turistas?!
Corea 5 – Pía 0


Ese día de paseo fue exquisito. El clima estuvo increíble, Cristóbal feliz, todo bien. Como era día de semana la playa estaba desierta, enterita para nosotros, todo un lujo en Corea. Encontramos un restaurant italiano para almorzar. Cristián pidió rissotto y yo lasaña. Desde que llegamos, cada vez que pedimos pasta lo único que ofrecen es tallarines. No se ven ñoquis ni raviolis por ninguna parte y acá por fin había algo distinto. Llegó la lasaña y, obvio, la habían echado a perder. Calculo que le pusieron medio kilo de pimienta más o menos porque era intragable, cero sabor a lasaña. ¡Grrrr! ¡Qué rabia! ¡Coreanos desgraciados con su paladar y sus espaldas extrañas!

Corea 6 – Pía 0
Mi ninja

Al otro día ya era hora de irse. Guardamos todo y nos fuimos nuevamente de paseo…había que aprovechar el auto. Usando la maquinita navegadora llegamos a un lugar que por fuera no parecía tener ni un brillo, pero que terminó siendo bello. Una isla artificial de cinco kilómetros de diámetro en medio de un lago precioso, llena de árboles y animalitos. Lindo, lindo. Había miles de cosas que hacer para los niños, miles, y los paisajes y vistas eran maravillosas. Lo pasamos súper y volvimos a la casa con una sensación muy rica. Todo lo malo que pasamos se borró ese día.


Ya en la casa me puse a desarmar la maleta y ¡oh, sorpresa! Ahí estaban las dos toallas de mano que me “traje sin querer” del resort. No iba a dejar que me dieran la paliza así como así…

Corea 6 – Pía 1 J

domingo, 16 de octubre de 2011

La triste realidad

Uno o dos meses antes de irme de Chile noté un cambio en mí. Misteriosamente varios de mis pantalones decidieron achicarse al mismo tiempo y las cámaras hicieron un complot para hacer que me viera patética en cada foto que me tomaban. Como es lógico me hice la loca, pero al llegar a Corea y encontrarme con espantosas temperaturas veraniegas no me quedó otra que hacerme cargo y reconocerlo…¡estoy gorda!

En general mi cuerpo no varía mucho de peso. Creo. La verdad es que jamás me peso, pero me imagino que subo un par de kilitos más en invierno y los bajo, sin esfuerzo de mi parte, durante el verano. Jamás he sido de esas flacas envidiadas ni mucho menos, pero sí tenía la suerte de comer TODO lo que quería –literalmente- sin culpa. Mis amigas me decían barril sin fondo y mi papá bromeaba con que yo comía como camionero.

Hace dos años fui mamá, pero no le puedo echar la culpa al embarazo. Después de que nació Cristóbal me demoré sólo ocho días en volver a mi peso y todo gracias a mi súper mega ultra potente leche que, según la pediatra, era más bien leche condensada. Full grasa traspasada a mi hijo…una liposucción gratis que duró siete meses. ¡Maravilloso! Pero lamentablemente todo cambió con la llegada de los malditos treinta.

Llegamos acá a fines de julio, época peak del invierno chileno, con un envidiable color verde palta y no sólo un par de kilitos de más. CINCO KILOTES EXTRA que quedaron en evidencia en la evaluación del gimnasio y que me tienen en el peor momento –físicamente hablando- de mi historia. ¡Por Dios que se notan cinco kilos! ¿Y ahora, quién podrá ayudarme? No tengo idea cómo se hace una dieta, jamás he intentado limitar lo que como y la verdad es que la sola idea me parece una tortura. Nooooo!!!

No fumo y jamás tomo alcohol, por lo que comer es mi único vicio. ¿Tendré que privarme del pan con mantequilla, las donas, los postres, tallarines, crema, etc.? ¡Sufro con sólo pensarlo!…Y como me conozco opté por incrementar la actividad física más que restringir las calorías. Así me doy a mí misma algo que hacer mientras recupero, en lo posible, algo de mi cuerpo juvenil.

Llevo casi dos meses yendo tres veces a la semana al gimnasio. Troto y hago yoga, nada más, porque odio las máquinas y porque no estoy dispuesta a hacer step con la música que ponen ni a caer muerta sobre una fría baldosa debido a una clase de spinning…no, aún me falta mucho para eso.  Los resultados hasta ahora son…NULOS. No me he pesado ni nada, pero la ropa me queda igual de apretada y me sigo viendo patética en las fotos. Brazos que parecen piernas, poto que parece un hermano siamés no desarrollado y cara con los cachetes más gordos que Cristóbal. ¡¿Qué onda?! ¿Deberé seguir culpando a la persona que toma la foto o qué? No tengo idea cuánto uno debiera demorarse en ver resultados, pero claramente es más de lo que pensé. Yo me imaginaba que a esta altura habría bajado un par de kilitos al menos, pero na’ ni na’.

No me queda otra más que empezar a cerrar la boquita, pero es que es tan difícillll!! Acá salimos a comer todos los fines de semana, almuerzo y comida, y obvio que no me voy a pedir una ensalada, poh!. Durante la semana comemos bien normal, comida típica que no debiera ser la causante de mi morbidez, así que culpo a los restaurantes de tenedor libre que en Corea son buenísimos y baratos, a la repostería maravillosa que tienen, a Baskin Robbins (una heladería de-li-cio-sa) y a los mockaccinos que me tomo cuando salimos a pasear…pero sobre todo CULPO A LA MALDITA DE MI EX NANA, que me daba “tecito” cuando llegaba de la pega –tipo cinco de la tarde- que incluía marraqueta con mantequilla y palta y la infaltable sopaipilla con mermelada. ¡y a las ocho estaba comiendo tallarines con salsa!. ¡La odio! ¿Cómo no me di cuenta que la tontona me tenía en plan de engorda? Claramente me detestaba y tenía un plan para deshacerse de mí, lentamente, mordisco a mordisco.

Una duda constante que tenemos con Cristián es cómo cresta lo hacen los coreanos para ser tan flacos. Todos son escuálidos y eso que su comida es bien grasienta, con mucha fritura, mucho tocino y supermercados atiborrados de comida chatarra. Debe ser la raza, creo yo…o el estrés…

Bueno, ahora nada que hacer. Obligada a cerrar el ‘hoci’ y a seguir yendo al templo de la piluchez. Menos mal que acá ya está haciendo frío así que nadie más que yo debe ver mi fofedad ni cúmulos adiposos.  Espero que para cuando haya que empezar a sacarse la ropita de nuevo haya logrado algún cambio que me permita, al menos, no ser la más gorda del condominio. A esta altura con eso me conformo.

Hay dos cosas que me suben el ánimo, eso sí. Una es que al menos tengo la nariz respingada y los ojos gigantes, por lo que acá soy la envidia de todo el mundo; y la otra es que cuando volvamos a Chile será invierno nuevamente así que si no bajo ni medio gramo al menos tendré un par de meses para seguir ocultando mi triste realidad.

viernes, 14 de octubre de 2011

Educación, cacerolazos, niños, vida...

Cuando me meto al computador a ver los diarios de Chile lo único que veo es “Camila Vallejo…”. Al venirme a Corea Camila Vallejo ni existía en el mapa, pero ahora, a menos de tres meses, me entero que tiene su propia aplicación para Smartphone, que está en París, que pololea, que le dio alergia una molotov y que incluso la están postulando como candidata presidencial.

La verdad es que, a pesar de ser periodista, leo poco y nada acerca de actualidad. Sé que son temas importantes y que muchas veces marcan lo que somos como personas y sociedad, pero ME DA LATAAAAA. Encuentro tan re fome escuchar y leer una y otra vez el mismo baile entre los “fachos” y los “comunachos”, que los derechos del pueblo, que los subversivos, etc. Sorry, pero de verdad me supera. Me enferma saber que miles de millones se están desperdiciando porque resulta que cada fin de semana hay que arreglar destrozos. Me da pena pensar en las personas de esfuerzo que ven como les destruyen sus kioscos, autos, plazas…como si fueran tan fáciles de recuperar. Y lo peor de todo es que los ‘vaca’ que hacen esas cosas se camuflan entre verdaderos ciudadanos con una legítima demanda: educación de calidad.

Al menos a mí, toda la parafernalia e incesante tratamiento de esos temas en los medios me transforma en una preocupada, pero impávida espectadora.

Debido a la misma actualidad nacional hace un par de semanas Fernando Paulsen twitteó un link en el que se hablaba de Corea del Sur como ejemplo de sistema educativo. El artículo mostraba impresionantes resultados de los estudiantes coreanos, explicaba que el profesor era un profesional altamente valorado que recibía como sueldo promedio cinco veces más que uno en Chile, daba luces de cada paso que había dado el Estado para lograr, en menos de treinta años, pasar de una realidad como la de la actual Bolivia a la de un país desarrollado. También se detallaba el riguroso plan de este país para continuar mejorando.

Quedé chocha. Toda la idea que yo me había hecho de lo perfeccionista y trabajadores que son los coreanos tomaba aún más fuerza al leer estos datos. A la primera oportunidad que tuve comenté el artículo con una amiga de acá, subrayándole el hecho que estaban siendo considerados como un ejemplo para nuestro país, pero parece que es cierto eso que dicen que el pasto de al lado es siempre más verde.

De partida olvídense de gratuidad o equidad. Acá la educación se paga y es cara. Muy cara. Con cifras impensadas para nuestra realidad chilena. Al igual que allá, en Corea existe educación gratis, garantizada, pero eso no quiere decir que sea buena.

Coincidentemente todas las amigas que me he hecho –que no se conocen entre ellas, by the way- encontraron bastante increíble que se mencione a Corea como un ejemplo en educación. Efectivamente están conscientes que hay colegios y universidades excelentes, pero concuerdan en que para que sus hijos puedan acceder a ellas hay que prepararse desde ya para pagar el precio.

Está claro que Corea ha crecido muchísimo. En sólo un par de décadas ha logrado lo que otros países sólo sueñan. Como he dicho antes, el lugar es un ejemplo de orden, limpieza y seguridad, pero como en todo hay un costo implicado que muchas veces pasa desapercibido entre nosotros, los “admiradores” del modelo.

Férrea competencia, presión ejercida desde todos los ángulos –colegio, casa, sociedad, amigos, etc.- es el día a día de un joven coreano. El país es chico y hay, literalmente, millones de otros como tú que pueden hacer lo mismo que tú, incluso mejor que tú, si es que no te esfuerzas por sobresalir.

Un niño coreano pasa –según mis amigas al menos- un promedio de once horas diarias estudiando. El colegio dura hasta las tres de la tarde, pero después deben ir al instituto de inglés, luego al de matemáticas y para terminar el día, al de música. Además, la mayoría de los colegios ofrece clases de reforzamiento los sábados, e incluso algunos hacen las pruebas durante los fines de semana para así no perder “hora/clase” en la semana. Salir un sábado a la hora de almuerzo es sinónimo de encontrarse con cientos de niños (adolescentes sobre todo) con uniforme, saliendo o entrando a clases.

Sábado al medio día...

Esta realidad es tan así, tan dura, que una amiga y su marido ya decidieron que no estaban dispuestos a someter a sus hijos –niñito de 2 años y guagua de 8 meses- a esa vida. Planean trabajar y ahorrar durante los próximos cinco años para así poder ir y radicarse en Canadá hasta que la menor termine el colegio. Ahí cada niño podrá decidir si se queda allá o si vuelve a Corea con sus papás. Impactante, ¿verdad?

Cuando me comentó su plan, lo primero que atiné fue a preguntar: “¿y por qué no quedarse acá y sencillamente no entrar al círculo de presión?” La respuesta fue sencilla: “porque si mis hijos no son parte de ese mundo, sencillamente no existirán. No hay vida social para los niños que no sea creada en los institutos post colegio. Nunca van a poder invitar a un amigo a la casa, porque sus amigos tendrán clases, nunca serán invitados tampoco…ni siquiera los fines de semana”. PLOP

La gente que me rodea no es rica ni pobre. Por lo general son familias con ambos padres profesionales, pero sólo un ingreso, ya que la mamá se encarga de la casa.

Otra amiga que vive en el mismo edificio que yo -cuyo marido es ingeniero de Samsung- esta aterrada de pensar que su hijo deberá ir al colegio en un par de años. Me decía que la plata les alcanza justo. Por supuesto el sueldo del marido no es malo, más bien bueno, pero sólo en pagar el dividendo se gastan la mitad. Las casas acá son carísimas. De hecho el departamento en el que estamos nosotros, que es muy cómodo, pero ninguna maravilla, cuesta unos US$400.000 ¡CASI MEDIO MILLÓN DE DÓLARES! …y eso que estamos en Suwon, una ciudad mucho más barata que Seúl. Con el otro 50% pagan todo lo demás, pero igual no pueden enviar a su único hijo  –de dos años- al jardín. Ese gasto se lo preferían ahorrar por ahora.

Una conocida del gimnasio con la que he salido a almorzar un par de veces me decía que la presión es enorme. Ella tiene dos hijas, de 12 y 10 años, las que según ella se quejan constantemente porque encuentran que les exigen demasiado.

Conversar con esta niña (que no es tan niña) ha sido bien impactante. Hasta ahora se ha mandado varios comentarios que me han parecido fuertes y sinceros, verdaderas muestras de la sociedad coreana. Uno de esos fue que cuando sus hijas se quejan porque ella les exige mucho ella siente que es ella la presionada, por ser una mamá perfecta, por tener hijas perfectas, etc. Literalmente me dijo que estaba “al límite” y que a veces sentía ganas de saltar a un precipicio…esa onda. Otra cosa que me impactó fue que me mencionó que durante los últimos dos años no ha visto mucho a sus hijas. Yo me imaginé que ella había vuelto a trabajar o algo así, pero la razón era otra: las niñas estaban muy ocupadas. PLOP. Pero sin duda lo que más me impresionó fue que me dijo -muy tranquilamente- que últimamente se ha comenzado a cuestionar su visión frente al futuro de sus hijas. Según ella durante sus primeros años como mamá su única preocupación era hacer bien todo lo que estuviera en sus manos para que a las niñas les fuera bien, que estudiaran una buena carrera, en una buena universidad y que consiguieran un buen trabajo. Me confesó que jamás se le pasó por la cabeza que la idea era que fueran felices primero. JAMÁS LO PENSÓ. Ella sentía que su deber era prepararlas para el mundo laboral, pero ahora que las niñas están entrando a la adolescencia y se estaban rebelando un poco se daba cuenta que debió haber sido más cariñosa, más cercana a sus sentimientos… lamentablemente también cree que ya es tarde para cambiar.

Actualmente el 70% de los jóvenes coreanos llega a la educación superior. La valoración por las carreras profesionales es tan grande que realmente no me imagino qué va a pasar en un par de décadas más. ¿Tendrán médicos lavando autos, dentistas arreglando refrigeradores o algo así? Hay limitados puestos de trabajo para limitada cantidad de profesionales y lamentablemente nadie quiere estar en la mitad de la pirámide.
Corea tiene excelentes indicadores, cifras que muestran éxito, logro y bastante más igualdad que la que tenemos nosotros, pero me da la impresión que hay un factor importante que esos balances no muestran...la satisfacción y felicidad de su gente.

De verdad que me alegro de no estar en los pantalones de quienes tienen que tomar decisiones tan importantes como qué hacemos con la educación en el país. Hay tantísimos factores que analizar y sopesar, y todos ellos son presentados por personas que ven las cosas bajo su propio prisma, con sus propias experiencias y valores. Ufff, me muero.

Termino de escribir esto con una sensación de tristeza. No sé qué pasará en Chile, no sé qué quiero que pase, no me atrevo ni siquiera a opinar porque, como dije, sé poco y nada como para hacerlo, pero si sé que quiero justicia, quiero que la gente sienta que tiene posibilidades de surgir y quiero vivir en un país en paz, que mira al futuro, aprendiendo del pasado.

Dios quiera que todo se solucione pronto. Que los alumnos dejen de perder clases y que se termine esta separación tan grande en Chile que se siente hasta en el otro lado del mundo.

…igual no sería malo volver y no tener que preocuparme de pagarle el colegio a Cristóbal.
Si quieren leer el artículo que twitteó Paulsen, aquí está el link http://elpost.cl/content/aprender-de-corea-del-sur

viernes, 30 de septiembre de 2011

Madre hay una sola

Hay dos cosas muuuuy extrañas que no sé por qué se me olvidó mencionar antes. En Corea incluyen el año del embarazo como edad de la persona, por lo que acá mi hijo no tiene un año, sino tres. Se cuenta el 2009 (año en que nació), 2010 y 2011. Por lo mismo yo acá tengo 31 y no mis dulces y primaverales 30 como en occidente. El otro día le dije a alguien que mi guagua tenía un año y pensó que era recién nacido. Raro, ¿cierto?

Lo otro es que lo normal en Corea es que los papás duerman con sus hijos hasta que los niños tienen unos 6 ó 7 años. Duermen todos juntos, en familia, aunque haya tres niños en el medio. Otra cosa que sería mega extraño para nosotros, pero que está muy arraigado en esta cultura.

El otro día fui a almorzar con dos vecinas del condominio que tienen hijos como de la edad del mío. Súper amorosas ellas. Conversamos mucho acerca de estas diferencias culturales y las dos me decían que envidiaban nuestro sistema, que les encantaría poder “desprenderse” así de sus hijos, pero que era imposible. Me comentaban que no soportan escuchar llorar a sus niños y que les simplifica la vida tenerlos al lado durante la noche. Además, decían que aunque intentaran dejarlos llorar unos minutos en el colche, por ejemplo, no podían porque sabían que iban a ser fuertemente juzgadas por los demás. Acá no es bien visto que dejes llorando a tu hijo, aunque sea una simple mañana que se le va a pasar en unos minutos. Con razón todos me hablan y seudo gritonean cuando reto al Toti en público…

Caminando hacia el restaurant la hija de ocho meses de una de ellas se quejó. No alcanzó a ser llanto, pero se notaba que no quería estar en el coche. La mamá paró, se puso el “canguro” y puso a la guagua ahí. La movía y trataba de consolar como si la niñita estuviera sufriendo. Se notaba que estaba estresada al no poder calmarla de inmediato. Me pedía disculpas por el ruido y me decía que no sabía qué hacer. Mientras tanto la amiga sacaba el chupete y se lo trataba de poner a la guagua. Cuando la niñita no lo quiso trató de ayudar ofreciéndole una galleta…A mí la verdad me daba lo mismo la queja de la guagua. Los niños son así, llorar es la única forma que tienen de expresarse y eso no quiere decir que vayan a estar traumados después. Al final tanto nerviosismo de la mamá y de la otra mujer fue lo que más me incomodó.

Es increíble la entrega que estas mamás tienen hacia sus niños. La gran mayoría son mujeres profesionales, muy bien educadas, pero que al convertirse en mamás dejan de lado sus carreras para ser dueñas de casa 24/7. ¿Por qué? Primero porque así han sido las cosas siempre, están acostumbradas, y segundo porque las niñeras son extremadamente caras y muy pocos jardines aceptan niños de meses. El gobierno tampoco ofrece guarderías. En pocas palabras quedan con las manos atadas si es que no tienen algún familiar que las ayude.

En la plaza me llama la atención verlas tan tranquilas. Jamás he escuchado a alguna pegarle un grito a sus niños, menos un zamarreo ni nada parecido. Mi voz es la única que se escucha –casi- aparte de la de los niños.

Las mamás son muy unidas entre ellas, comparten todo, juguetes, cosas para comer e incluso el cuidado de los niños en los juegos. De hecho a veces es difícil distinguir quién es la mamá de quién porque todas cuidan a todos. Desde afuera parece tan natural, tan bien asumido este sacrificio que hacen día a día por ellos, pero al conocer a la gente un poquito más de cerca te das cuenta que es una carga que han aprendido a llevar, pero que les encantaría dejar de lado.

Me he hecho bien amiga de una coreana que tiene dos hijos. El mayor es más chico que Cristóbal y la guagua tiene recién tres meses. Ella es la única coreana que he conocido, con hijos, que trabaja. Me decía que durante mucho tiempo pensó en renunciar, ya que pagar el jardín de su hijo más la nana para su guagua era casi equivalente a su sueldo -la eterna disyuntiva-, pero que al final había decidido “aguantar” estos tres años difíciles que le iban a tocar con tal de mantener un trabajo que le diera posibilidades de ascender. Según ella muchas de sus amigas que han renunciado para cuidar a sus familias tratan de volver al mundo laboral después de un tiempo, pero es simplemente imposible. Al parecer no se perdona el “abandono”, por lo que las mujeres quedan destinadas a trabajos de poca responsabilidad, con poco sueldo.

Ella tiene una buena pega. Vivió en Estados Unidos por unos años y si bien su mentalidad está más occidentalizada que la del resto, igual se nota la culpa en sus palabras cuando trata de explicar por qué sigue trabajando. Sacando las cuentas se gasta cerca de un millón de pesos chilenos al mes sólo en el cuidado de sus hijos. Setecientos mil van directo a la nana.

En Chile, al menos en apariencia, ‘la tenemos’ más fácil. Las nanas son más baratas, la vida en general también y, bueno o no, al menos existe un sistema de jardines y salas cuna que nos da la posibilidad de trabajar sin que nuestros hijos queden descuidados. Sin embrago la eterna pregunta persiste: ¿vale la pena trabajar fuera de la casa para llegar a las 7 u 8pm, dar comida, bañar y acostar a los niños, día tras día, sin siquiera tener la energía para jugar un rato con ellos?, ¿o para escucharlos?, ¿o enseñarles algo?. ¿Es esa la mamá que queremos que nuestros hijos recuerden cuando sean grande? Me atormenta pensar que en el futuro mi hijo pueda criticarme por haber sido una mamá fome o amargada...que sienta que no lo disfruté...o peor aún, que yo crea que no lo hice.

Al pensar en esto me doy una vez más con la nunca bien ponderada roca en los dientes por la oportunidad que estoy teniendo ahora. Tengo la posibilidad de mandar a mi hijo a un buen jardín, donde creo está seguro y estimulado, y además tengo tiempo y energía para hacerle comida, sacarlo a pasear y jugar con él.

Finalmente me queda claro que ningún sistema es perfecto. Creo que las mujeres estamos destinadas –o programadas quizá- a sentir culpa hagamos lo que hagamos. “Show me a woman without guilt and I will show you a man” leí por ahí…



viernes, 23 de septiembre de 2011

Let's get physical

Al lado de mi casa, justo al lado, hay un tremendo gimnasio. Se llama Top Fitnesss y desde que llegué me cierra el ojo…

Hace más de diez años que no había puesto un pié en uno de esos lugares, pero qué mejor oportunidad que esta para comenzar una nueva adicción. Mi secreto deseo era que, gracias a una iluminación divina, mi cuerpo y mente se enamoraran de una rutina deportiva cosa de hacerme dependiente y, por ende, mina, mina. Lamentablemente no creo que me esté funcionando mucho.

El gimnasio es enorme, súper moderno, con muchas máquinas nuevas, teles, salones para spinning, yoga y esas cosas, y baños con camarines tremendos. Me di una vuelta loca, haciéndome la que sabía lo que estaba haciendo, y me inscribí por tres meses. Suficiente tiempo como para “enamorarme”, pero no demasiado como para perder plata como loca en caso que mi nueva relación no se diera como esperaba.

El primer día te dan una tarjetita y hacen una evaluación. En mi caso no tenía mucho sentido porque no les entiendo ni una cuestión a los entrenadores, pero al menos vería mi triste realidad en números. Y ‘oh my God’ que fue triste. Cincuenta y nueve kilos. ¡Cincuenta y nueve! ¡Eso pesaba cuando tenía casi cinco meses de embarazo!

El profesor que me evaluó no hablaba ni una palabra de inglés, pero tratando de explicarme el resultado de la medición –te paras en una maquinita con las piernas y brazos abiertos y te hacen una especie de scanner con todo tipo de índices- logró decirme una frase para el bronce “you: no muscle” y después una segunda revelación, “you: too much fat”. ¡Fantástico!

Con el ego por el suelo cumplí con todo lo que este joven me dio como tarea para el día: unas flexiones de piernas del terror, otros ejercicios de máquinas y cuarenta minutos de caminata rápida. Después de esa seudo-masacre llegué a mi casa arrastrándome, con las piernas tiritonas, sintiendo cada una de esas células adiposas de más. Pero al otro día estaba de vuelta.

Entré a una clase de yoga esta vez. ¡Qué espanto! ¡No puedo hacer nada! Soy hiperlaxa y por ende debiera ser ultra flexible, pero me sentí embalsamada. Realmente pasan la cuenta los años y la falta de movimiento. Al menos lo pasé bien esta vez, incluyendo la caída que me pegué tratando de mantener el equilibrio en una pierna. Después de esa clase entré por primera vez al camarín.

No puedo expresar mi sorpresa. La cuestión era enorme, doscientos lockers, espejos y pesas por doquier, pero lejos lo más impactante es que habían unas cuarenta mujeres adentro, piluchas de pié a cabeza, conversando, pintándose, secándose el pelo, así…como si nada. ¡Cero pudor! ¡¿No les gustan las toallas tampoco qe nadie las usa?!

Algunas estaban medio vestidas, pero no la parte obvia que uno primero se tapa, no. Ellas estaban a ‘poto pelao’, pero con una bella blusa y pelo perfectamente peinado. ¡Nadie puede! Como yo soy yo lo primero que noté fue que, si bien son extremadamente preocupadas por la higiene y la apariencia, al parecer no pasa lo mismo con la depilación. O sea…NI AHÍ CON LA DEPILACIÓN. Y a nadie parece importarle.

Una extraña sensación entre rabia por tener que estar mirando potos ajenos que no quería mirar, vergüenza y una necesidad imperiosa de sacar fotos se adueñaron de mi. ¡Necesitaba mostrarle eso al mundo para que se rieran y sorprendieran conmigo! De verdad estuve a un segundo de sacar el celular para inmortalizar la imagen, pero al final me arrepentí. Quizá las piluchas se dan cuenta y me atacan todas juntas con su humedad, pelos y rollos de por medio…no, mejor no.

Si bien la primera impresión fue grande, NADA me preparó para lo que vi después.

Al llegar al gimnasio te pasan una pulsera con un número que tiene una especie de imán que abre el locker. Un día ‘x’ me tocó uno de los primeros y eso me dejó al lado de los espejos y lavamanos. Y ahí, pasando casi desapercibida, figuraba una puerta enorme de vidrio que no había visto antes. Detrás de ella una sala gigantesca con duchas y dos enormes jacuzzis. Y cuando digo enormes me refiero a que caben unas cuarenta o cincuenta personas en cada uno, fácil.

Vapor por doquier saliendo de maquinitas en cada esquina de la habitación y decenas de mujeres de todas las edades bañándose juntas, piluchitas, en esos jacuzzis. Otra decena –por lo bajo- se duchaba mientras tanto. Me imagino que para los hombres la escena podría parecer casi erótica, pero para nada. Se tratan como madres e hijas, con una naturalidad tremenda, mientras lo único que cruza mi mente es: “¡qué asco esa agua!” Diez mil potos transpirados juntos al mismo tiempo…¡guáchila!

La ducha no es mucho mejor en todo caso. No se trata de las duchas que nosotros conocemos, individuales, con cortinas y altas cosa de bañarse paradas. No, acá el agua sale a la altura de la cadera, entonces las mujeres se sientan en unas banquitas plásticas enanas, mirando el chorro, con las piernas bien abiertas -cosa que el chorrito caiga donde tiene que caer-  mientras con unos jarritos juntan agua y se la van tirando para enjugarse la espalda. P-L-O-P.

Después de ese nivel de intimidad no íntima, echarse crema, secarse el pelo y conversar sin ropa no parece nada del otro mundo.
Las primeras veces que me tocó presenciar esta escena me quise desmayar, pero al pasar los días me fui acostumbrando y al menos ya no me dan ganas de salir corriendo.

Mientras ellas son los bichos raros para mí en el camarín, yo claramente soy de Marte cuando estamos en las máquinas. Si bien esto es un gimnasio, no es como los que uno ve en Chile. Se ve igual, pero al entrar te confundes con la consulta de un dentista. La música es LO fome, despacio y sin ni medio ritmo y todo es pulcro e inmaculado. Nadie conversa, nadie hace ruidos de esfuerzo físico, ni nada. Foooommmeeeee. ¿Cómo cresta iba yo a mantenerme motivada para ir entonces? ¡Gracias al Ipod!...y al reggetón, por supuesto.

Nadie que me conoce se sorprenderá del hecho que me carga hacer deporte. De hecho siempre he dicho que si me quieren castigar hay que ponerme a correr y listo, pero como no tengo muchas opciones acá –porque no entiendo ni una cuestión- la trotadora pareció una opción “amigable” ante tanta rareza. Partí ‘piolita’, caminando a un ritmo digno que me acelerara la cuchara, pero que no me infartara a los cinco minutos y, mientras encontraba ese punto medio, busqué música que me alegrara la estadía. ¡Gracias DJ Méndez, gracias Daddy Yankee!

Sólo por ellos logré agarrar un ritmo y entretenerme mientras tanto. Como me encanta la música, me encanta bailar y sobre todo me encanta cantar, al principio me tenía que concentrar para no ponerme a cantar en voz alta…pero eso fue sólo al principio. Después de unos días pensé “¡mala cuea!” Total qué me importaba lo que opinen. La mayoría del tiempo me observan igual, aunque esté calladita, así que filo. Ahora pongo la música a todo lo que da –quedo casi sorda- y troto feliz de la vida, cantando cuando quiero y callándome también. No es que quiera hacer el loco deliberadamente, sólo que decidí no frenarme a mí misma. Voy a DISFRUTAR esa horita que me regalo y que es EL momento en el que soy yo de verdad, estando en público. Ahora gozo con Elvis Crespo y puras chulerías que hacen que se me muevan las caderas mientras intento trotar (jajaja)

Como acá son todos tan serios nadie se me ha acercado a decirme nada, pero se me instalan gallas al lado, haciéndose las locas, y apuesto que es sólo para escucharme cantar/jadear. Debo ser un espectáculo desde atrás –siempre pienso eso- porque me muevo entera, canto, cambio el ritmo del trote o caminata dependiendo de la canción, etc. Eso ya es llamativo, a lo que se le suma el hecho que transpiro como chancho en matadero. O sea soy un estropajo al ritmo de la salsa.

Al final empecé a pasarlo bien y ahora me quedo feliz. Incluso conocí a una coreana bien amorosa que me tradujo el horario de las clases grupales y salimos a almorzar y todo.

Vamos avanzando, pero aún no me pidan que me duche con ellas…eso sí que no.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Luz, cámara y ¡acción!

Hace unas semanas nos invitaron a comer. Una compañera de pega de Cristián estaba gravando un programa de cocina para un canal del cable y la idea era juntar a algunos extranjeros y mostrarles distintos platos tradicionales coreanos. ¡Yo feliz! No tanto por la comida, pero me tincó entretenido conocer gente de distintos países y más encima para un programa. Chori, ¿cierto?

Bueno, la comida iba a hacerse en la casa de otra persona de Samsung. Un invitado más, pero con cocina grande.

Se supone que los comensales debíamos llegar a las cinco de la tarde. Todo debía estar listo a esa hora. A las cinco en punto hablamos con la persona que estaba organizando todo y nos pidió llegar más tarde. Estaban atrasados. Fome, porque yo tenía todo fríamente calculado con Cristóbal y sus horarios, pero OK…no me hice problemas.

Finalmente llegamos cerca de las siete. Como ya era tan tarde estuvimos a punto de no ir, pero la niña nos rogó que llegáramos, asegurándonos que sería súper cortito todo.

Cristóbal se durmió en el coche, así que ni se enteró de dónde estábamos.

Lo primero que noté fue que éramos los primeros en llegar. ¡Valor! La súper conductora del programa era una coreana/alemana, amorosa, pero se notaba que estaba estresada. Nos presentó a los camarógrafos y al dueño de casa. Un polaco in-so-por-ta-ble. Alto, rucio, con colita y pesado como elefante en brazos. Nos miró con cara de querer matarnos, no nos habló ni una palabra y andaba con cara de trasero purulando por todos lados, verificando que nadie tocara nada, haciendo suspiros de descontento cuando notaba algo que no le gustaba, etc. Con Cristián nos mirábamos y a lo único que atinábamos era a reírnos de la situación en la que estábamos. Tras unos minutos ETERNOS llegó un alemán. Este era simpático, menos mal. Habló más y al parecer era amigo del idiota porque se hablaban con cierta “confianza”, aunque el gigantón este no cambiaba la cara de ass. Claramente estaba furioso con lo tarde que se había hecho. Él había prestado su casa para hacer este programa, pero al parecer con CERO ganas. De hecho al rato nos dimos cuenta que su polola estaba encerrada en una pieza, sin salir ni siquiera a decir ‘hola’. Súper cordial ella…

Media hora y varios llamados telefónicos después apareció una rusa. Tonta como una puerta la pobrecita. Hablaba puras leseras y se reía sin cachar que todos la odiaban por lo tarde que había llegado. Al menos se reía, así que igual hablé con ella.

En un intento por amenizar la velada Cristián se puso a conversar con el alemán simpático y por supuesto el tema en común era la pega. No alcanzaron a decir ‘Sams…’ y el adorable dueño de casa los para en seco, diciéndoles que no podían mencionar “la marca” ya que estaban en algo nada que ver…que estaba ‘prohibido’. Otra risita cómplice entre nosotros y al silencio nuevamente.

Finalmente partió la grabación y nos sentamos en el suelo. La comida era CERDA. Todo estaba helado, calentado y recalentado mil veces, seco, duro…ufffff. El menú eran unos tallarines con salsa de champiñones –suena rico, pero no lo era-, tortillas de cebollín y una especie de cazuela de pollo que era un poquito mejor que tomar agua de calcetín. Mala, mala, mala…el pollo entero adentro (los pollos son enanos acá) y la galla cortándolo con tijera para servirlo. ¡¿Qué hago acá?! Teniendo que probar cosas que jamás hubiera puesto en mi boca en otra circunstancia y poniendo caras de agrado cuando sólo quería salir corriendo. Al lado mío la rusa decía, después de dos cucharadas, que no quería más porque iba a engordar y la corana/alemana queriendo asesinarla la obligaba a comer. ¡Qué agradable velada!

En un momento de pausa de la grabación la anfitriona pidió al dueño de casa que el aire acondicionado apuntara a otra parte, porque le llegaba justo en la cara. Cristián estaba al lado del aparatito, así que se paró y movió la rendija hacia un lado. “Noooo!!”, saltó nuestro nórdico amigo, “that’s not a manual machine!”. Ahí nos reímos fuerte ‘cara de palo’ no más, ¡qué gallo más histérico!”. A mí ya me tenía más que sobrepasada su pésima actitud, pero no pensaba darle en el gusto haciéndome la ofendida o enojándome.

Mientras comíamos yo le comenté a la rusa que no sabía comer bien con palitos y este tipo ‘mete su cuchara’, diciéndome que efectivamente los estaba tomando como una niña. Ventana abierta para sarcasmo –pensé-, así que de inmediato le dije: claro, es que tengo el corazón de una niña…supongo que tú los estás tomando como anciano. Ni me fijé en su reacción porque al tiro desvié la mirada y no lo volví a ver, pero no me volvió a hacer comentarios. La rusa se rió al menos.

Luego de lo que pareció una eternidad por fin la comida se terminó. Cada uno dio su opinión a las cámaras de qué le había perecido todo, diciendo si ese tipo de platos se adecuarían a sus respectivos países. Todos mentimos, obvio.

Cristóbal se despertó justo, así que lo pudimos usar de excusa para irnos de inmediato. El dueño de casa no se despidió. Estaba ocupado ordenando la cocina para que el resto también se fuera pronto, me imagino.

No supimos más de nadie. Ningún mail ni llamado agradeciendo nuestra disposición.

Al fin de semana siguiente, en un paseo organizado por Samsung, nos encontramos en el bus con el polaco desgraciado y su polola –que era coreana, by the way- y ni siquiera nos miramos. Él saludó a Cristián en un momento en que yo estaba lejos y eso fue todo, pero nos miró todo el rato. No sé por qué, pero creo que está con vergüenza por cómo se comportó. ¡Sería lo mínimo! Después de todo, ¿qué culpa teníamos nosotros si la cuestión se alargó y la polola se enojó? Sólo quisimos ser amorosos, ir, ayudar a esta tipa que necesitaba gente y quizá conocer a personas simpáticas. Nada de eso pasó, pero esa fue nuestra intención.

Bueno, al final no todas las experiencias son buenas, está claro, pero al menos nos sirvió para salir en la tele…jajajjajaa.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Lo bueno, lo malo y lo raro

Al venirme a Corea la verdad es que poca idea tenía de cómo sería el país. Cristián había venido varias veces antes, así que algo me había contado, pero igual llegué con la ignorancia pura a vivir al otro lado del mundo.

Algo que me impresionó mucho al comienzo fue lo moderno que es todo. No sé por qué tenía la idea que el país sería más antiguo, más “artesanal”, por así decirlo, pero para nada. Mucha luz, mucha vida, mucha gente, mucho de todo.

Al pasar las semanas he podido ir identificando mejor lo que me gusta y lo que no de esta sociedad. Partamos por lo malo, obvio…soy yo la que escribe…

LO MALO
El olor a comida

En cada esquina se puede encontrar un local de comida coreana y, tal cuál es conocida en el mundo entero, ¡es hedionda! Rica, pero hedionda a morir. Una mezcla entre olor a pescado, algas, ají y  ajo, por supuesto. Muuucho ajo. Y lo peor es que uno se encuentra con “el aroma” a cualquier hora del día y en cualquier lugar. Me da una rabia parida cuando salgo recién duchadita, perfumada y me llega el “buqué” a pescado. ¡Obvio que una también queda hedionda!

La dormida

Grande fue mi impresión y decepción cuando llegó la hora de acostarse en Corea por primera vez. La cama era una TA-BLA. O sea, cómo me explico para que me entiendan. Tan, tan dura e incómoda que me fui a echar a un sillón tieso de cuerina y al menos ahí pude dormir.

La primera semana fue una real pesadilla. La cama del terror, el calor del infierno y Cristóbal enterrándome su cabeza en la columna a cada rato. Y más encima tratando de acostumbrarnos a las ¡13 horas de diferencia horaria! De verdad que atroz.

A los diez días, más o menos, compramos por internet un colchón nuevo. Por internet porque en los malls que fuimos vendían sólo las tablas diabólicas. Después de un par de días más de espera -y sus respectivas noches- finalmente llegó la esperada adquisición. No resultó ser lo que esperaba, pero al menos era bastante más decente.

También por internet compramos cama para el Toti porque mucho lo amaré, pero de verdad cero posibilidad de seguir durmiendo con él. Su cama es igual de dura que la nuestra del comienzo L o peor, quizá. ¡Qué rabia! Más encima caras las porquerías. Me dio tanta pena que le compré unas colchonetitas que venden y que se ponen arriba del colchón –hasta ellos cachan que la cuestión es incomodísima-. La pura colchonetita costó ochenta mil pesos, aproximadamente, pero al menos ahora no me siento tan mala de dormir “cómoda” mientras él se acuesta en esa tortura. ¡Si hasta cuando lo acompaño para que se duerma me queda doliendo la espalda!

La basura

Es muy bueno reciclar. Como están las cosas, más que una opción parece una obligación. El planeta lo necesita y se trata de un pequeño granito de arena para evitar que nuestra ecología siga colapsando, ¿verdad? LAS PAILAS! Acá he descubierto que me da lo mismo la ecología y el planeta green. Los coreanos reciclan y, por supuesto, tienen un orden claramente establecido para hacerlo. El martes es EL día de la basura. Sólo el martes. ¿Y qué me importa a mí si total yo vivo en edificio?, pues me importa porque acá no hay incineradores. Charán! Cada uno es responsable de sacar sus desechos y de llevarlos dónde corresponde.

Hay un lugar para los cartones, otro para los plásticos, otro para las latas, otro para la basura propiamente tal (pañales, por ejemplo) y otro distinto para los restos de comida, pero aquí viene la parte “chori”…no es llegar y botar la bolsa con comida en el basurero, noooo, hay que abrir cada bolsa, aguantar el exquisito aroma de comida descompuesta hace días, y botar sólo el contenido en el basurero. La bolsa hay que tirarla en el lugar de los plásticos. Si te pillan botando la bolsa te llega multa. Entrete, ¿cierto?

Ahí es donde toma sentido esto de la compra de las bolsas en el súper. Las que te venden son unas bolsas verdes que son las únicas que se aceptan en el basurero general…el de los pañales. Nada de usar su propia bolsa, señora. Si no es la verde que dice Garbage Bag entonces estamos mal.

Vale decir que la botada de basura es LA tarea de Cristián. Yo me puedo encargar de limpiar, cocinar, planchar, ir al súper a ‘pata’ y todo lo demás, pero la basura no la saco ni aunque me paguen.

No English

Sé que parece pesado de mi parte, pero me carga que ¡nadie habla inglés! Me imagino que en Chile un taxista, una vendedora de mall o lo que sea tampoco se maneja mucho en el idioma, pero pucha al menos algo cachan, ¿o no?

Todo se hace imposible cuando está la barrera del idioma. Comprar, subirse a un tren, inscribir a Cristóbal en el jardín, meterme al gimnasio, o sea todo, ha sido una odisea.

Todo lo que sé respecto de cómo le está yendo a mi hijo en el jardín es gracias a una compañera de trabajo de Cristián que llama y hace las preguntas que yo quiero hacer. Las profesoras –que son jóvenes y educadas- ni siquiera saben decir hello. Nada. Cuando fui a averiguar no hubo caso con sacarles una palabra. Estuve como media hora tratando de lograr hacerme entender con el traductor del celular y salí más perdida que cuando llegué. ¡Incluso su lenguaje corporal es distinto! Si les preguntaba si tenía que llevarle a Cristóbal el almuerzo yo todos los días –usando el traductor- ellas en vez de decirme “no”, usando la cabeza o el dedito en movimiento de limpiaparabrisas, me hacían una mini reverencia, sonriendo. PLOP ¿Mi traductor vale hongo o estoy en un mundo paralelo?

En el gimnasio la cosa no cambió mucho. El lugar se llama Top Fitness y queda al lado de mi casa, o sea, al lado de Samsung donde hay varios extranjeros, sin embargo nadie habla inglés. Todos los letreros están en coreano, las máquinas en coreano y la información de horarios, clases, etc., en coreano. Fail again! No me culpen si no bajo ni medio gramo…está claro que sin instrucciones uno no puede hacer mucho.

Cuando fui a comprar la colchonetita para Cristóbal de nuevo me encontré con la pared idiomática. Haciendo señas y gestos la señora del negocio entendió que necesitaba tal producto, pero hasta ahí no más llegamos. No pudo explicarme el precio ni si servía para lo que yo necesitaba. También con gestos me indicó que me sentara y esperara. Supuse que había ido a buscar a alguien. Veinticinco minutos más tarde –y no estoy exagerando- llegó un vendedor que hablaba inglés –quizá lo trajeron de Japón- ¡Aleluya! La colchoneta era carísima, pero después de tanta espera no iba a decir “no, gracias…estaba mirando”. Pasé la tarjeta y ahí todos me entendieron.

LO BUENO

Shoes off

Me encanta la costumbre que tienen los coreanos de sacarse los zapatos en la casa. Lo encuentro lo más higiénico y cómodo que hay. ¿Qué mejor que llegar e instalarse al tiro la pantufla? En los restaurantes coreanos también lo hacen, se sientan en el suelo para comer, todos a ‘patita pelá’ y lo mismo pasa en muchos otros lugares. En el jardín del Toti no se entra con zapatos, en el camarín del gimnasio tampoco y si vas a la casa de alguien lo primerísimo que tienes que hacer es sacarte los zapatos antes de entrar. ¡Así da gusto comprar alfombras caras!

Si alguien está en un parque, sentado en una banca y quiere subir una patita arriba ¿qué hace? Se saca los zapatos, obvio. Cuando nos han venido a dejar cosas o a arreglar el baño, los maestros se sacan los zapatos y entran. ¡Lo encuentro tan tierno!

Tanto me gustó el sistema que ya estamos adoptando la costumbre en nuestra casa también. En la entrada hay un mueble con repisas –que me tinca era para eso- así que ahí estamos guardando los zapatos. Antes de salir uno se los pone y al llegar, antes de entrar al piso flotante, te los sacas y agarras tus pantuflitas.

La paciencia

Otra cosa muy buena y envidiable es la paciencia que tiene la gente de acá. Como son tan ordenados prácticamente para todo hay fila…y son cincuenta millones de coreanos, así que las filas no son cortas. Para los buses, para entrar al baño, para tomar taxi, ¡para todo!

Uno no llega y hace parar un taxi en cualquier parte, hay lugares establecidos para que los autos esperen a los pasajeros y así se van formando las filitas.

Más que paciencia yo creo que lo bueno es que son personas muy perfeccionistas y por eso tienen un país tan limpio. Todo lo hacen bien, nada a la rápida ni ‘por donde miró la suegra’. En el supermercado noté que una niña que trabajaba ahí estaba limpiando unas basuritas que estaban en el suelo, pero no pasó la escoba sino que se agachó, se puso unos guantes, sacó una bolsita de papel que tenía en el bolsillo y empezó, miguita a miguita, a recoger lo que estaba en el suelo. Se tomó su tiempo, pero quedó perfecto. Los taxistas también son así. Como siempre andamos acarreando el coche del Toti, constantemente abrimos la maleta de los autos y siempre está todo organizado adentro. Una canastita o caja con zapatos, artículos para limpiar el taxi y cosas así. Todo ordenado, impecable.

Mientras infructuosamente trataba de entenderle algo a la profesora de Cristóbal, él se puso a mirar un libro...a los treinta segundos el libro tenía una hoja menos, obvio. Yo muerta de plancha le pegué una retada al niño mientras ella, tranquila, tomó el cuento, sacó scotch y arregló la hoja. Después sacó un wipe, le limpió las manos al Toti y se lo guardó…no lo iba a dejar ahí encima de una mesa cualquiera…

Es realmente ‘refrescante’ ver ese comportamiento. Tan orgullosos de lo que hacen, tan buenos en lo que hacen…incluso me dan como ganas de ser un poquito más así.

Cada loco con su tema

¡Me encanta la diversidad de Corea! En una sola cuadra vez Evangélicos cantando, niñas con vestidos y taquitos con brillos, hombres vestidos como Ken de Barbie, viejitas con trajes tradicionales, etc. y nadie mira a nadie raro. ¡Rico! Incluso Cristián me dijo que aprovechara y que me pusiera todas las rarezas que quisiera mientras estuviéramos acá…jajajjaja…a la que más le gusta usar rarezas.

El desayuno

El pan de Corea es EL MÁS RICO DEL MUNDO!! De verdad que es exquisito. Así como son fanáticos del café son fanáticos de la respostería, porque también en cada esquina se encuentran panaderías estilo Castaños, pero en bacán, con cosas exquisitas, lindas, panes de distintos tipos, etc. El pan, sumado a la mermelada de hiervas y canela que compramos la otra vez, hacen que el desayuno sea la mejor parte del día :)

LO RARO

Las sábanas

Los coreanos NO USAN SÁBANAS! Eso es lo más raro que hay. Aparte de las camas de palo sencillamente no tienen sábanas. Sólo ponen un cubre-tortura (perdón, cubre-colchón) y después el cubrecama.

Cuando nos vinimos traje un juego por si acaso y resulta que ahora es lo único que tenemos, así que me la paso lavando y poniendo la misma cosa. Así como vamos, en un par de meses más vamos a estar durmiendo en una tela de cebolla…y eso que no me he dado por vencida. Mall que voy, mall que pregunto por sábanas, pero ni saben a qué me refiero.

Escobas

Como la idea es hacerme la vida difícil, los coreanos decidieron ir contra el mundo y no tienen las escobas que todos conocemos. Hay escobas, pero el palito tiene unos cincuenta centímetros de largo…o sea, hay que doblarse como wantán para poder usarlas, por ende, NO uso escoba. A pura aspiradora no más.

Amables, pero pesados

La verdad es que la gente de acá es súper amable. Cuando uno logra comunicarse con ellos son muy amorosos, pero en el diario vivir tienen actitudes raras que los hacen parecer mal educados, incluso. Nadie te afirma una puerta si estás por entrar o salir de algún lado, así que prepárate para el portazo en la cara si no estás atento; si estás ‘paveando’ se te cuelan como locos en las filas, no esperan que la gente baje de un lugar para subir ellos (en un ascensor, por ejemplo), etc. Eso al principio fue bien choqueante, uno no se lo espera, pero lueguito te acostumbras y andas a codazos como todo el resto no más. De hecho ya tuve un encontrón con una coreana. Estábamos como a las ocho de la noche afuera de la estación de trenes, esperando en la fila un taxi para irnos a la casa después de un día agotador. Éramos Cristián, el Toti, yo, coche, bolsas, etc. y una ‘cabra’ llega, pasa al lado nuestro y abre ‘cara de palo’ la puerta del auto en cuanto paró al lado nuestro. La reacción de Cristián fue “...’ta la huevona” y yo, furia, dejo las bolsas en el suelo y le cierro la puerta antes que se suba. THIS IS OUR CAR! …Quizá qué cara le puse –acompañando el grito- porque me miró espantada y se fue. Pía: 1 – cabra patuda: 0

Restaurants

La mayoría de los restaurants donde hemos ido han sido de comida occidental, así que las cartas son en inglés y eso nos facilita la vida. Lo raro ha sido, esos sí, que no te ofrecen cosas para tomar. Acá se come con agua –que no te la cobran- aunque si quieres pedir una bebida probablemente tengan, sólo que no la ofrecen. También es diferente el hecho que al servirte los platos te llevan la cuenta al tiro, así que hay que decidir si vas a querer postre, café o lo que sea, a penas llegas.

El tema de la comida acá es más bien un trámite. Te sientas, comes y te vas. No se da el tema del aperitivo, entrada, plato de fondo, postre y café como en Chile…eso es fome. Quizá por eso la atención es tan rápida…no ven la hora que te vayas.

Maldito speaker!

Llevábamos un par de días acá cuando, de la nada, una voz nos empezó a hablar. ¡¿Qué onda?! Resultó ser que hay una especie de parlante empotrado en la pared del living desde donde la Administración te da avisos. Para nosotros es cero aporte porque obviamente hablan en coreano, pero lo peor es que la gente esta ¡habla a cada rato! Como dos o tres veces al día escucho anuncios que no entiendo, que no son nada de cortos y que a veces aparecen a horas bien desubicadas. He tratado de buscar la forma de bajar el volumen, pero parece que eso no depende de uno.

La única vez que he dormido siesta acá adivinen qué me despertó. El speaker!

Chips de chocolate

Después de ir a buscar a Cristóbal al jardín el otro día se me ocurrió la brillante idea de comprarle un helado. El calor era espantoso y se había portado tan bien en el jardín que se lo merecía. Le elegí uno que por el papel parecía ser de chocolate con chips. “¿Está rico?” – “Ajá”-, me responde él y veinte segundos después “mamáaaa, noooooo”. Pensé que se estaba manchando y que quería que lo ayudara entonces como toda mamá le tomé el helado y le chupetié la parte de abajo para “ordenarlo”. PUAJ!! Era cerdo, ¿y las chispas de chocolate? POROTOS NEGROS!! ¿Quién se come esa cuestión? No sé, pero yo terminé botando esa asquerosidad de inmediato.


*Rarezas flash:

-          Todos los autos son negros, blancos o grises. Puros sedán y todos automáticos…hasta el más ‘sharsha’

-          Las mujeres usan ‘manguitas’. Polera manga corta con una mangas de laycra que van del bícep a la muñeca. Para protegerse del sol, supongo. ¿Por qué no usan poleras de manga larga entonces? Ni idea.

-          La gente acá está obsesionada con la cara. Tiendas gigantes de puras cremas, comerciales y más comerciales de hidratantes, infomerciales con mascarillas milagrosas, etc. la embarraron para vanidosos.

-          Los malls tienen en el baño de mujeres una sala especial para pintarse. Con mesitas, espejos individuales iluminados y ¡viven llenas!

-          Comen arroz todos los santos días. La snack del jardín de Cristóbal es arroz con sopa de champiñón, de hecho. (y él se come todo)

-          Muchas mujeres caminan de la mano. Mamás e hijas, amigas, lesbianas (me imagino) y así, mujeres de todas las edades andan de la mano por la vida.