martes, 19 de junio de 2012

No soy yo, es mi gemela mala


Este año ha sido intenso, está claro. Gracias a todo lo que hemos pasado siento que he logrado conocerme más y que incluso he madurado un poco. Muchas cosas han pasado y siento que me pude adaptar a la mayoría de los cambios en una forma súper sana…eso, hasta hace un tiempo.

Todo iba bien y, de repente, de un día para el otro, Cristián me dice que tiene que ir de nuevo a Chile. La Pía Rossi que conocemos se va al suelo y emerge desde las cenizas una versión 2.0 con una fuerza incontenible: ¡furia, furia de la más honda!

No sé cómo explicar lo que me pasó. Todos los meses de ver el vaso medio lleno y de repetirle al mundo y a mí misma que el estar acá era bueno me colapsaron. El sólo hecho de imaginarme sola otra vez por no sé cuántos días más mientras Cristián lo pasaba increíble allá hizo que surgiera lo peor de mí. Y no estoy exagerando.

Lo primero fue, obviamente, enfurecerme con Cristián y cuestionarle qué tan necesario era que fuera, ladrándole en vez de hablar, pero nada que hacer. La cosa ya estaba hecha y los pasajes comprados. Al final fueron diez días de tortura.

Quizás crean que soy una tierna al calificar como tortura estar sin mi marido, pero no. No es de amorosa. La verdad es que era tanta mi pica que ni siquiera lo eché de menos. Llegué a lo más bajo que he llegado y anduve pateando la perra todo el tiempo, enojada con el mundo, con el Toti y conmigo misma por cada cosa que hacía o no hacía. Todo me daba rabia, andaba desganada y enojona a morir. ¡Ni yo me aguantaba!

Se me caía una cuchara y era un suplicio no recogerla y tirarla con ira contra una ventana, alguien me decía algo y me daban ganas de escupirle la cara…a ese nivel. Cristóbal tuvo que convivir con una loca de patio que lo retaba, después le pedía perdón y después lo retaba de nuevo. ¡Ayyy, pobrecito mi pollito! Yo creo que hasta él daba gracias a Dios que existiera el jardín.

Es súper difícil estar acá sola, a cargo de un niño de dos años que por supuesto JUSTO se enfermó y andaba odioso, siendo la responsable de todo: lavar, planchar, cocinar, lavar dientes, bañar, dar comida, limpiar poto, acostar, jugar, retar, sacar la basura, ir al supermercado, y responder a las quinientas necesidades que un hijo tiene al día…y por diez días!

Además, tuve que pedir nuevamente permiso en el colegio para llegar más tarde ya que el jardín abre a las 8:30 horas, entonces las mañanas eran un caos, levantando a Cristóbal y tratando de estar yo a la hora en el trabajo. Pero todo lo anterior no es nada terrible si no se le suma lo que verdaderamente me molestaba: el hecho que Cristián estuviera haciendo todo lo que yo quería hacer.

En general me siento una buena persona, con buenos sentimientos, que se alegra por los logros y buena fortuna de otros, pero esta vez no fue así. Ahora el único sentimiento que llenaba mi corazón era la envidia. Sí, ENVIDIA y de la NO sana.

La primera vez que Cris fue a Chile me sentí genuinamente feliz por él. Me alegraba saber que iba a poder ver a su familia, a juntarse con los amigos y a tener un break dentro de lo que ha sido esta aventura coreana. Cuando me llamaba me encantaba escuchar acerca de sus panoramas y de todo lo que había hecho, pero ahora fue diferente.

¡Cada vez que hablábamos me daba más rabia! Saber que había conocido a mi sobrino recién nacido a quién yo sólo he visto por fotos, o que había ido a un asado donde amigos, imaginármelo durmiendo a pata suelta y hasta la hora que quisiera en el Hyatt –en una cama que no es una tortura como la nuestra de acá- comiendo cosas ricas, lleno de invitaciones y panoramas, hablando en chileno y entendiendo los carteles del camino, viendo tele…arrrggghhhh, ¡qué rabia! Es TV basura, lo sé, pero ¡NUESTRA tele basura y la echo de menos!

Definitivamente ahora fue distinto. Esta vez, cuando llamaba, no quería que me contara ninguna cuestión, sólo me interesaba saber que estuviera bien y listo, “Toti, ven a saludar al papá!”

Por supuesto tenía claro que no era su culpa, que a él le encantaría que yo también hubiera podido ir, pero que no se podía. “Nosotros ocupamos los pasajes en ir a Australia, poh y lo pasamos increíble, o no?” –me decía. Sí, pero tú también fuiste a Australia y a Bali y dos veces a Chile. ¡No es justo!

Si hay algo claro es que todo lo bueno que efectivamente estamos sacando de la experiencia de vivir en Corea trajo consigo un costo que, lamentable y sinceramente, en su mayoría estoy pagando yo.

Es cierto que Cristián echa de menos a su gente también, sus carretes, su pega, su auto, etc y que Cristóbal ha estado un año sin primos o abuelos, acostumbrándose a un idioma nuevo y bla bla bla, pero la que realmente cooperó acá fui yo.

Ahora que el camino está casi recorrido veo que fueron miles de cosas a las que tuve que renunciar y que me cayeron cientos de responsabilidades para las que nunca me ofrecí. Familia, amigos y trabajo son obviamente las cosas más evidentes que uno echa de menos, pero la verdad es que es mucho más que eso. Extraño mi libertad, el hecho de no saber qué voy a hacer mañana y el ser parte de algo. Acá no soy parte de nada y todos mis días son iguales, a pesar que me las rebusco para que no sea así con el trabajo, yendo al gimnasio, etc. Al final lo cierto es que necesito más. Necesito salir, conversar con gente, reírme, necesito hablar de mi vida o mi familia con gente que no sea parte de ella. Quiero hablar tonteras y echo de menos mi rol de Pía, no de señora de Cristián ni de mamá de Cristóbal. Es increíble como uno se da cuenta todas las “personalidades” que tiene y cómo se echan de menos.

Finalmente, cuando Cris llegó de vuelta una nube se corrió de sobre mi cabeza y volví a ver el sol. Mi ánimo volvió y recobré mi hasta entonces esquivo sentido del humor. Quizás sí lo eché de menos, después de todo.