Mientras preparábamos todo para
venirnos, mi mente divagaba de dicha al imaginarme el año que se vendría. Obvio
estaba preparada a sufrir inconvenientes, echar de menos, e incluso me había
imaginado que en más de alguna ocasión me iban a dar ganas de volver a Chile
antes, pero lo que siempre me hizo dejar atrás esos pensamientos para volver a
enamorarme de la idea del cambio fue el nunca bien ponderado año sabático.
¿Quién no ha soñado con esa época
de libertad laboral? La sola idea de poder levantarme a la hora que yo
quisiera, de no tener que verle la cara a nadie que no se la quisiera ver y simplemente
tomarse un descanso era maravillosa.
Como entré chica al colegio y me
fue relativamente bien, a los 22 años ya estaba trabajando full time con contrato, entonces nunca viví esa etapa de buscar
pega o estar sin obligaciones. De hecho mi único break llegó junto con el prenatal, así que el hecho de estar
“cómodamente desempleada” era más que atractivo.
Llegamos a Corea y partió mi
temporada de relajo. O al menos eso creí yo.
Obviamente siempre tuve claro que
acá no iba a tener nana y que iba a ser yo la que se iba a llevar la mayor
parte de la carga de la casa, lógico, pero la realidad superó mis expectativas.
Para resumir la experiencia en
una frase: “Being a housewife sucks!”
El primer mes estuve sola con
Cristóbal todo el día todos los días y eso en sí era una pega a tiempo
completo, pero a eso le tuve que sumar el hecho de “llevar una casa” sin ayuda.
Eso nunca lo había hecho.
Antes de casarme viví con una de
mis mejores amigas y no teníamos nana, pero ella es igual y más maniática que
yo, así que nuestra casa era un museo y ni se notaba la pega. Ahora, en cambio,
no sólo no tenía a la Danzarina al lado, sino que había dos personas cuya
contribución se limitaba a ensuciar y desordenar.
Al igual que al principio de toda
nueva experiencia comencé esta, sin querer incluso, con ciertas expectativas que
intenté cumplir y eso me pasó la cuenta.
Las primeras semanas mi casa era
PULCRA. O sea, si alguien usaba una cuchara al tiro partía yo y la lavaba,
secaba y guardaba. Hacía aseo completo y comida fresca y variada todos los
días. Los horarios se cumplían como con reloj suizo y todo andaba regio. De
hecho me levantaba a las 7:30 y bromeaba con el hecho que a las 10:00 de la
mañana ya tenía todo hecho.
El sistema funcionaba, pero me
colapsó. No sé por qué sentía que tenía que cumplir MI ROL en forma perfecta.
Si bien es obvio que era mayormente mi responsabilidad el mantener el orden,
etc. (ya que no estaba trabajando) nadie me estaba exigiendo todo lo que estaba
haciendo.
De partida tuve que aprender a
cocinar. Jamás tuve la necesidad de hacerlo y nunca me llamó la atención
tampoco, así que llegué a Corea sabiendo hacer tallarines y arroz. Sería.
Lamentablemente mi hijo no se podía alimentar sólo con eso, así que TUVE que ingeniármelas
para mantener un menú balanceado y que fuera comible.
Finalmente, al cabo de un par de
meses, la rutina y el cansancio me la fueron ganando y comencé a cambiar.
Cristián tuvo que asimilar –a la fuerza- que acá NO había nana y yo me vi
forzada a renunciar a mi sueño ridículo de la casa/museo y aceptar la idea de
una casa vivible y agradable para sus habitantes.
Así pasó un tiempo hasta que
definitivamente y, contrario a todas mis previas creencias, me dieron ganas de
volver a trabajar.
No tener pega y estar tranquila
económicamente debe ser muy bueno y es un verdadero sueño para muchas mamás, yo
incluida, pero al vivirlo lejos de tu familia y amigos, sin nana, ni auto para
moverse libremente más que un beneficio se convierte en un motivo más para
sentirte enclaustrada. Debido a eso y, decidida como soy, me empecé a mover
para encontrar algo que ocupara algunas horitas de mis días.
Como no tengo Visa para trabajar
ni estudiar mi idea en un principio era hacer un curso o quizá ofrecerme de
voluntaria para alguna organización, pero encontré miles de obstáculos. El
primero y más evidente: el idioma.
Como le había empezado a
encontrar el gustito a cocinar postres y cosas así decidí hacer un curso de
repostería, pero todos eran en coreano y los pocos que pillé en inglés se
dictaban en Seúl. La ciudad no queda TAN lejos, son unos 45 minutos, pero al
sólo imaginarme ese traslado en el invierno me venía un patatú, así que desistí. OK, al voluntariado entonces.
Soy miembro de un grupo en
Facebook de papás extranjeros en Suwon y mi primer instinto fue acudir a ellos.
Publiqué un post diciendo que estaba
aburrida y en búsqueda de algo que hacer. Que si alguien sabía de algún lugar
donde se necesitara mi ayuda y que quedara cerca me avisara. Me llegaron
algunos datos, pero ninguno me tincó. Uno era el domingo en la mañana, otro, 2
veces al mes y así…no lo que yo necesitaba. Finalmente me rendí y se me olvidó
el tema hasta que di con el sitio web del único colegio internacional en Suwon.
Como no me faltan “patas” y no
tenía nada que perder redacté un mail, traduje mi currículum a inglés y mandé
un correo con mis antecedentes a todos los funcionarios que me tincaron y
aparecían en la página. Recursos humanos, Comunicaciones, directores de nivel,
inspectores, etc. contándoles quién era yo y básicamente ofreciendo mi “ayuda”
en lo que necesitaran…y gratis.
¡Nadie me respondió!
Pasaron unos días y nada. Bolita de
pasto seco en el oeste…esa onda. Ah no, pensé, ¡estos gallos son muy
desgraciados! Si bien no soy PhD ni mucho menos, igual tengo mis añitos de
experiencia en educación y, más que mal, estaba ofreciendo ir a corchetearles
documentos gratis si querían!
Me invadió la furia, pero decidí
usar esa experiencia laboral que tengo e “hinchar” hasta lograr una respuesta. Al final eso es lo único que siempre veo que resulta. Agarré mi mail, le cambié
unas cositas y se lo mandé al Rector, cara de nalga. Me respondió a los 15
minutos, agradeciendo mi interés y contándome que iba a reenviar mis datos a su
equipo para que me contactaran. ¡Estupendo!, pensé.
Pasto seco nuevamente.
Ayyy, ¡que rabia! ¿Sigo en Chile
que la gente se demora mil años en hacer las cosas o promete otras que sabe no
va a cumplir? Un par de días después agarré un galón de aceite y me tragué UNA
VEZ MÁS mi orgullo para volverle a escribir a este caballero. Al rato me
respondió pidiendo disculpas y contándome que estaban en medio de un cambio de
autoridades en el colegio por lo que, probablemente, mi correo se perdió entre otras
prioridades, pero que esta vez sí o sí una de tres personas –de las cuales me dio
nombre y apellido- me llamaría para coordinar una visita.
Sigo esperando ese llamado.
Derrotada a más no poder y con el
rabo entre las piernas asomé, entre las ruinas de mi orgullo, una banderita
blanca y me di por vencida. Ahora sí que sí.
¡Qué humillación más grande! Yo
ofreciendo mis servicios en lo que quisieran, cuando quisieran y sin pagarme ni
un peso, e ¡igual no me pescaron! Envié todas mis maldiciones al colegio
y agradecí a los cielos el no haberle contado a nadie en lo que estaba, porque
DE VERDAD que era penoso.
Siguieron pasando las semanas y
llegó la hora de irnos de vacaciones. Australia y Bali fueron nuestro destino. Dos
semanas de calor, playa, relajo y paseos varios. ¡Una maravilla! Lo pasamos increíble
y nos arrancamos de este crudísimo invierno. Espectacular.
Unos días después de volver entro
nuevamente a Facebook y veo que una persona que no tengo entre mis contactos
había respondido el post que yo había publicado un par de meses antes. Me decía
que si aún estaba interesada en hacer algo quizá podría contactar a su jefe, ya
que en el colegio donde ella trabajaba buscaban a una profesora sustituta. Obvio,
era el mismo colegio.
Me entusiasmé al tiro, pero justo
al empezar a escribir el mail a este “jefe” me atacó el miedo. ¡Fijo que ya le
había mandado mi cv hace tiempo y lo había usado de poza vasos! O sea, claramente
se iba a acordar de “la gusana” que se arrastraba por pega y me iba a tirar,
nuevamente, al olvido. ¡Qué plancha! Al final, haciendo uso de mi nueva
filosofía de “dejar que las cosas fluyan” y “todo pasa por algo” mandé el
correo igual y ¡sorpresa! ¡me contestaron al tiro!
El director de básica me contó de
lo que se trataba la pega, el sueldo, beneficios, etc. y me preguntó si me
interesaba. Respondí que sí y al otro día estaba en su oficina. Hablamos una
hora y media y me en-can-tó la descripción que hizo del trabajo.
Se trata de un colegio con muchos
recursos y, uno de ellos, son profesores sustitutos full time para reemplazar a los que se ausenten. Obvio mi pregunta
inmediata fue: ¿cómo una periodista sin experiencia va a hacer una clase de francés
o química? Bueno, todo está tan bien organizado que quienes van a faltar envían
el día anterior el detalle de la clase que iban a hacer, por lo que el
sustituto debe, básicamente, estar ahí, asegurarse que nadie se mate e irles
traspasando el plan que tenía el profesor para ese día. I-DE-AL.
Aunque sonaba simple igual le
pedí que me dejara ser la “sombra” de una sustituta durante un día para ver qué
hacía y cómo lo hacía, cosa de no hacer el loco aceptando una pega que no fuera
para mí.
Así lo hicimos y, modestia
aparte, me quedó claro que I rock! O
sea…cómo te explico que la pobre mujer a quién acompañé era una mosquita
pequeña, sin voz ni autoridad y con un acento que daba un poco de penita. Obvio
que podía hacer esa pega, así que con la confianza en su máximo nivel dije sí a
la oferta.
Mi único dilema era que, ya que
acá no tengo red de apoyo, tener un trabajo full time me podía complicar al
momento de tener algún problema con Cristóbal. Sin embargo y como “todo pasa
por algo” mi falta de Visa hizo que la única opción fuera trabajar el máximo
que permite la ley coreana sin contrato, es decir, 15 horas semanales, o sea,
dos días de 8 a 3. ¡MARAVILLOSO! ¿Qué más podría pedir? Ahora tengo un trabajo donde
me pagan, sólo un par de días a la semana, con un buen horario y donde puedo
conocer gente y ampliar mi círculo. Eso, además de permitirme llenar lo que, en
otras circunstancias, habría sido un año en blanco dentro de mi currículum. ¡Y
más encima en un colegio, que es lo que definitivamente me gusta hacer!
Como todo ha resultado tan bien –me
encanta el colegio, los profesores y los niños- he decidido adoptar for ever
ese pensamiento positivo de dejar que las cosas sigan su curso, ya que de
verdad me ha funcionado.
Si bien la humillación inicial
dolió, si no hubiera sido por eso ahora no estaría ganando piticlines, ni
valorando tanto lo que tengo. Me quedo con la moraleja de la importancia de ser
insistente cuando uno quiere algo, no dejarse estar, ni pretender que las
oportunidades lleguen a tu puerta con un cartel luminoso que diga “¡tómame!”
La realidad es que es uno quien debe forjarse esas
oportunidades y agarrarlas con las dos manos a la hora que aparezcan. Así lo hice ahora y estoy feliz :)
Miss Pía