Cuando llegamos a Corea era pleno verano. La alta temperatura y la humedad hacían que uno anduviera transpirado y aletargado todo el día. Caminábamos una cuadra y parecía una eternidad y, por supuesto, yo me quejaba y me quejaba. Inocente paloma, yo. Si alguien me hubiera dicho lo que me esperaba, hubiera atesorado cada una de esas gotas de sudor y cada momento en el que sentí que me faltaba el aire.
Estamos comenzando el 2012 y el frío es te-rro-rí-fi-co. ¡Cómo añoro esos días de ahogo!
Antes de llegar a este país me habían comentado que el invierno era duro, con hartos grados bajo cero, pero como yo había vivido en Coyhaique y Punta Arenas, entre otras ciudades, me imaginé que no me iba a costar tanto acostumbrarme. Error.
Al menos a mí me dio la impresión que el tiempo cambió de una semana para otra. De repente ya no parecía tan irracional usar pantalones o ponerse un poleroncito. Y así mismo, de un día para el otro el cuerpo te pedía ponerte encima cada prenda de ropa que tuvieras a tu disposición. Hace años que no necesitaba instalarme gorro, guantes, bufanda, calzas de polar debajo de los pantalones, doble calcetín y todas los demás implementos…¡y si tuviera pasamontañas feliz me lo pondría!
En ese sentido he perdido toda vanidad. Cuando salgo me da lo mismo parecer loca, usando dos gorros al mismo tiempo o tapándome la cara entera con bufandas y pañuelos, y si la parka, gorro y botas no me combinan para nada…WHO CARES! Prefiero vivir…
La verdad es que como acá soy dueña de mi propio tiempo –por no decir que soy desempleada- no tengo la necesidad imperiosa de salir todos los días, pero ese mínimo rato que me demoro en caminar las dos cuadras que separan mi casa del jardín del Toti hacen que me quiera morir. Salgo forrada de pies a cabeza, pero igual siento que esa casi nula parte de mí que queda al aire libre se me está partiendo y cayendo a pedazos. Suena enfermo de exagerado, pero de verdad que la sensación térmica de -20 es para querer encerrarse en una cueva y no salir más.
Con el Toti es la misma cuestión. Lo lleno de camisetas, calzas de algodón debajo de la ropa, parkas, gorros con chiporro e incluso una mascarilla del tren “Thomas” para que no respire aire helado. Eso más una frazada sobre la que se sienta en el coche, otra que le tapa las piernas y un forro plástico tipo carpa que cubre todo el armatoste. Estupendo, ¿verdad? Así ni se entera que hace frío…eso hasta que hay que sacarlo de su mini mundo calentito para entrar a otro lugar, llámese taxi, jardín, casa, etc.
¿Cuál es el problema entonces? El problema es que estamos en Corea y acá la gente anda a ‘patita pelada’ all day long, sean guagua o viejo, entonces absolutamente todos los lugares están calefaccionados a unos 28-30 grados. Uno literalmente entra a cualquier café, mall o lo que sea y te tienes que desnudar lo antes posible cosa de no transpirar demasiado durante los segundos que te demores en la tarea.
En nuestra casa el medidor de la calefacción no tiene marcados los grados, pero lo tenemos fijo en un tercio de lo que sería la máxima. Así y todo podemos estar a pies pelados y con polera, pero igual las amigas que tengo acá incluyen, a la misma calefacción que tengo yo, una máquina de aire caliente que funciona como secador de pelo gigante. ¡Valorrrrr! ¡No sé cómo no se quieren sacar la piel! Por esos mismos cambios de temperatura es que se rompió nuestra racha de cuatro meses de salud ininterrumpida.
Un día cualquiera el Toti volvió medio enfermo del jardín. No parecía nada especial, pero se notaba que se estaba resfriando. Le di sus remedios típicos para que durmiera bien y al otro día no lo llevé al colegio. Nos quedamos en la casa y de repente, al levantarse de la siesta…¡pánico! ¡despertó cojeando heavy! Al principio me lo tomé con calma y pensé que en el trayecto de su pieza a donde estaba yo se podría haber doblado la patita o algo y que se le iba a pasar. Al rato y como la cojera seguía igual, pero no se quejaba de nada, asumí que estaba jugando, así que empecé a decirle que caminara bien, que eso “no se hacía”, sólo para ver si podía, pero no hubo caso. Lo agarré y empecé a moverle la patita en todas las formas posibles para ver qué parte era específicamente la que le estaba causando la molestia, pero nuevamente cero respuestas. ¡Nada parecía dolerle! Un rato después llegó Cristián y nuestra profesora de coreano. Hice la clase mirando todo el rato como Cristóbal cojeaba de esta forma extrañísima, corriendo incluso, y sin decir ni pío. En cuanto se fue la profe entré a Internet y Columbo se apoderó de mí. ¡Necesitaba saber qué le estaba pasando! No sé por qué, pero sentía que no era normal y que tenía que averiguar luego cómo ayudarlo. ¡Me partía el corazón verlo así, como niñito de la Teletón! Suena idiota, pero de verdad que no era una cojera normal. Caminaba a la misma velocidad de siempre, corriendo y jugando a la pelota incluso, pero con la patita derecha con los dedos amuñados y sin apoyar toda la planta, sólo el lado externo.
Bueno, al final entré a Google y encontré ¡puras tragedias! En un blog una mujer contaba cómo su hijo había partido con cojera sin dolor de un día para otro, un tiempo después descubrieron que tenía leucemia y había muerto cuatro años después. En otro sitio hablaban de posibles tumores óseos y así, una cosa terrible tras otra. La única información que se repetía en todos lados era que la cojera en un niño nuca es normal y siempre debe ser visto por un especialista.
Al otro día y luego de llorar casi toda la noche, pasándome los peores rollos del mundo, partí al hospital sola con mi pollo cojo. Esperamos la hora y media promedio –en Corea no se usa el pedir hora…todo es por orden de llegada o gravedad- y entramos a que lo viera un ortopedista. El doctor tenía unos doce años, calculo yo, y hablaba inglés peor que Lucho Jara. JUSTO lo que NO necesitaba.
Obvio Cristóbal no quiso ni que lo mirara este ‘puber’ así que apenas lo pudo revisar. Le hicieron rayos x y como salieron normales el súper diagnóstico fue que quizá había pisado un juguete mientras yo no lo veía y sólo le dolía al cargar su peso sobre el pié. ¡GRACIAS POR NADA, NIÑITO!
Ya en la casa me puse a conversar por chat con una amiga y las dos, obsesivas como somos, seguimos navegando la Web al mismo tiempo en búsqueda de la respuesta al misterio. De a poco empezamos a ver que en varias partes se hablaba de cojeras causadas por virus, que afectan generalmente a niños chiquititos y que por lo general parten luego de un resfrío y se agravan al despertar. Lo que al parecer pasa, es que el virus se les va a tejidos blandos como los ligamentos de la cadera, lo que causa inflamación y dolor. ¡Aleluya!
Todos los síntomas describían tal cual lo que le estaba pasando al Toti, así que por fin sentí que le habíamos achuntado. Le empecé a dar analgésicos para aliviar la supuesta inflamación y a los dos días la cojera había desaparecido. Soy seca or what?!
Cuando el nene ya estaba apto para volver al jardín y darle así un respiro a su madre lo llevé al jardín nuevamente. La libertad me duró dos días y volvió a tener fiebre. Tos de perro, ronquito y respirando con dificultad. Esta me la sabía…¡laringitis! Otra semana más de enfermera/esclava y la que estaba sintiéndose pésimo ahora era yo.
Mi enfermedad partió normal. Típicos síntomas de resfrío que se iban eternizando sin avanzar hasta que partió la tortura de la tos. Tos del terror que me tuvo sin dormir por casi cinco noches. Probé todo, los remedios que me traje de Chile, otros comprados acá y los infaltables naturales que se supone ayudan. En mi desesperación por descanso terminé tomando analgésicos, tres tipos distintos de jarabes, antibióticos y una cebolla entera licuada con el jugo de dos limones de una sola ‘patada’. Nada me ayudaba. Cuando ya no daba más me empezaron unos dolores en las costillas que literalmente no me dejaban respirar. Cada bocanada de aire hacía que me salieran lágrimas…Hasta ahí no más llegué. Al otro día partimos con Cristián al doctor y vi lo que era ser paciente en Corea por primera vez.
Fue justo en la semana entre Navidad y Año nuevo, así que Cristián se había pedido un par de días supuestamente para aprovechar de pasear. Incluso habíamos arrendado un auto, pero como estaba había cero posibilidad de pasarlo medianamente bien.
Una niña que trabaja en el área que ayuda a los expats de Samsung nos acompañó al hospital para hacer de intérprete.
Al llegar te guían hasta un sector de espera donde hay pequeños cubículos estilo “isapre” donde se atiende a la gente por orden de llegada. Primero hay que ir a la caja a pagar lo que será una atención de urgencia y te ponen una pulserita como la que le ponen a los recién nacidos. Luego pasas a estos cubículos (que no tienen divisiones) y que están atendidos por enfermeras y ahí ingresan tus datos, síntomas, te pesan, toman la temperatura y presión arterial. Todo lo imprimen en unas etiquetas que te van pegando al historial médico.
Mientras estábamos en eso sentimos unas voces como raras, miramos para atrás y justo a mi espalda había una viejita, en una camilla, que al parecer estaba teniendo convulsiones. Sus parientes asustados trataban de afirmarla y un par de doctores la estaban atendiendo…todo ahí. Un par de metros más allá un niño en silla de ruedas, con batita de hospital y suero; una embarazada que lloraba, también en bata de hospital y pantuflas, y por lo menos unas cinco guaguas llorando, que se notaba estaban afiebradas, o esperando hacer pipí para un examen de orina o lo que sea.
La escena era un poco fuerte. Todos juntos, apiñados, con obviamente distintas dolencias y vestidos con ropa de clínica. ¡Cero pudor o intimidad! Me daba vergüenza toser, porque me imaginaba a los papás de esas guaguas queriendo matarme por estar llenando la sala de bichos, pero no me quedaba otra.
Al ratito me llamaron y ahí, en medio de la gente, un doctor me hacía preguntas a través de la intérprete y me escuchaba el pecho y espalda. Aprovechó de darme unos golpecitos en distintas partes y me dijo que creía que tenía neumonía. Chiuuuu, ¡me lo temía! Pero lo peor de todo no fue el diagnóstico…lo peor fue que este mismo tipo me dijo que lo más probable era que me tuviera que quedar hospitalizada. Nooo, ¡¡¡quiero morir!!!
Como Cristián justo estaba con esos días libres no era Cristóbal el que me preocupaba, lo terrible era que en los hospitales acá no existe el concepto de privacidad. Me hubiera tenido que quedar con no sé cuántos otros coreanos quejosos y enfermos. Por favor, Señor, ¡no lo permitas!
Me dijeron que me iban a tener que hacer exámenes de sangre, que también te los hacen ahí con los compañeritos enfermos al lado, y rayos X y que todo demoraría unas dos o tres horas. Al escuchar eso le dije a Cristián que se llevara al Toti y que fuera a dejar a su compañera de pega también y que yo lo llamaba cualquier cosa. No quería que Cristóbal se pegara más cosas.
Cuando me llamaron para los rayos X me pidieron que me sacara la parte de arriba de la ropa y que me pusiera una mini batita. Ok, pero ¿dónde? – pase aquí-. El “aquí” era un mini closet, ahí mismo en la sala de espera, con batas y bolsas plásticas. ¿Para qué las bolsas? Para que ahí guardaras tus cosas. ¡Ayyyy, cómo te extraño, Clínica Alemana!
Con mi sentadora y elegante batita y una bolsa de supermercado llena con mi ropa salí para enfrentar una vez más, pero esta vez semidesnuda, a mis partners de espera. ¡Qué plancha!
A pura seña me mostraban qué tenía que hacer y a pura seña me iban llevando de un lado a otro. Al final llegué a la oficina de otro doctor –que en verdad parecía más otro closet, pero un poquito más grande- y, mostrándome los rayos X me dijo que él creía que la neumonía estaba a tiempo de superarse con remedios y que no creía necesario que me quedara internada. Thank you, Jesus!
Tomé un taxi y casi tres horas después de haber llegado pude salir del hospital.
Algo bueno que encontré es que al irte te dan todos los remedios recetados, en mini bolsitas zipplock con la dosis justa para cada vez que los tengas que tomar…¡y no te los cobran! Lindo detalle J Lo único que pagué fue el monto inicial que fueron unos $40.000 chilenos.
No tengo idea qué tomé, pero un par de días después me sentía MIL veces mejor. La tos dolorosa pasó a ser tos vergonzosa, pero al menos ya podía dormir.
Justo cuando empezaba a volver a la vida llegó el Año Nuevo. Empecé el 2012 sintiéndome bien, pero con el terror latente de volverme a enfermar de esa forma. Es en situaciones como éstas en las que uno de verdad quiere estar en su país.
Una cojera y tos maldita fueron las que me hicieron, por primera vez desde que llegamos, extrañar de verdad mi casa.