Al igual que la gran mayoría de los mortales, por lo general me paso la semana entera esperando ansiosa la llegada del sábado. Es lejos mi día favorito. Representa el inicio del descanso y actividades choras y, sobre todo acá en Corea, significa dejar de lado el aburrimiento que causa el estar la mayor parte del día sola.
Todos los sábados durante el desayuno decidimos con Cristián que hacer ese día. Generalmente salimos temprano y volvemos en la noche, intentando aprovechar al máximo el tiempo.
Hace un par de semanas partimos con la misma rutina de siempre, pero no nos dimos cuenta que en ese mismísimo momento una espesa nube negra se estaba instalando sobre nuestras cabezas.
Por primera vez en muchas semanas decidimos almorzar en la casa. Había comida hecha y Cristóbal estaba durmiendo siesta, así que igual había que esperar que se despertara. Tipo dos de la tarde estábamos listos. La idea era ir a Seúl y hacer un paseo en catamarán por el río Han, que cruza toda la ciudad, y que al anochecer ofrece un panorama de verdad muy lindo. Suena regio, pero no contábamos con la cantidad de errores y ‘malas cuevas’ que nos esperaban.
Tomamos un taxi y llegamos a la estación de Suwon. Primero que todo nos equivocamos al comprar los tickets del tren. Compramos ida hasta Seúl cuando necesitábamos bajarnos antes, en una estación que está más cerca del destino final al que íbamos. FAIL, pero filo…no era tan importante. Al bajarnos tomamos otro taxi para que nos llevara hasta el lugar donde se toma el barquito. Hay que tener en cuenta que ya está haciendo un frío tremendo acá, entonces cada subida o bajada del medio de transporte que sea significa ponerse o sacarse chaquetas, gorros, poner o sacar el forro del coche –con el plastiquito puesto no se puede guardar para meterlo a la maleta del auto-, etc., entonces no es una cosa muy agradable. Bueno, llegamos y fail número dos: el catamarán estaba partiendo…ahí, ante nuestros ojos. ¡Qué mala suerte! Si hubiéramos llegado dos minutos antes estaríamos arriba, pero ya, jodimos no más.
Eso significaba que íbamos a tener que esperar una hora y media para la salida del siguiente barco. Uffff. ¿Qué hacemos mientras tanto? Decidimos ir a un sector de Seúl muy conocido donde se ubican todas las tiendas caras. Gucci, Louis Vuitton, etc., pero no sólo tienditas, son edificios enteros de cada marca, enormes y con cosas con precios que ni siquiera puedo traspasar a pesos. Regio, pensé, vamos a shoppiniar y después al paseo. Wrong!
Compramos los tickets para asegurarnos de no volver y que la cuestión estuviera full vendida (lo que ya nos había pasado una vez) y nos volvimos a poner a la espera para un taxi. Transcurrieron cinco y después diez minutos y nada. Damn! Cristián me dijo que cruzáramos, porque al frente ya habían pasado dos autos desocupados. Al otro lado de la calle no tuvimos mucha más suerte. Obviamente apenas estábamos instalados vimos que justo en la esquina donde habíamos estado nosotros hasta hace un minuto había un radiante taxi desocupado, siendo ocupado por algún suertudo que acababa de llegar. ¡Maldición! Seguimos congelándonos un rato más hasta que tuvimos que volver a cruzar, porque definitivamente ahora todos los autos estaban andando por al frente. Uffff. OK, por fin nos logramos subir a un taxi y estábamos camino a esta zona de compras.
La verdad no teníamos muy claro donde quedaba el lugar mismo, pero no creímos que importara. Wrong again! Estuvimos nada más y nada menos que UNA HORA EN EL AUTO, metidos en una autopista, en el medio de un taco del infierno que no nos permitía bajarnos ni darnos la vuelta. ¿Resultado? No pudimos volver hasta el lugar del catamarán a tiempo, así que perdimos los tickets…y la luz de día. Intentamos llamar al número que aparecía en los boletos para preguntar si podíamos cambiar la fecha o algo, pero obviamente nadie nos contestó. A esa altura ya estaba de noche, con un frío del terror y Cristián con un ánimo que daban ganas de meterlo en una bolsita y tirarlo al río. Yo, contra todo pronóstico, me lo tomé con humor y no le di importancia. Que adulta ¿cierto?...pues no me duraría mucho.
Después de caminar un rato, ver carteras y joyas que valen más que mi auto y cosas así, llegamos a unas callecitas chicas con cosas más normales. Cristián se compró zapatos y mágicamente su ánimo volvió. Ya eran cerca de las ocho de la noche y mi retoño tenía que comer, así que comenzamos a buscar restaurants occidentales por ahí. Nos imaginamos que debía haber varios, porque es una zona bien turística. En la mitad de la avenida –que era enorme- teníamos que decidir hacia dónde caminar. ¿Derecha o izquierda? Izquierda. Caminamos lo que parecieron siglos en estado de congelamiento y nada. Miles de lugares para comer, pero todos asiáticos y ya me tenían aburrida las verduritas con arroz. Además, Cristián había anunciado desde tempranito que él TENÍA que comer carne.
Ahí todo mi ánimo y buen humor anterior se empezó a desvanecer y comenzó a aflorar lo peor de mí. ¿Yo con frío, cansada y hambre?...ah no…mejor corra y escóndase.
Con cara de bottom empecé a presionar a Cristián para que “hiciéramos algo”, no sé qué esperaba, pero cuando estoy así siempre lo empujo a que solucione la cuestión, como sea (pobre), así que tomó una decisión. “Vámonos de acá, subámonos a un taxi y que nos lleve al tiro a Gangnam. Ahí sí que hay de todo y tenemos que llegar allá igual”. ¡TODA LA RAZÓN! Con razón me casé con este hombre, pensé.
Gangnam es un área muy taquilla de Seúl, donde se junta gente joven, que está llena de restaurants, cafés y tiendas…y justo es donde tenemos que tomar el bus para volver a Suwon. Habíamos decidido no tomar el tren esta vez para no tener que ir nuevamente a la estación. Estupendo…partimos.
Apenas nos subimos al taxi –luego de sacarnos las chaquetas y envoltorios varios por enésima vez en el día- Cristóbal empezó a pedir los “yams” (comida) y eso es una de las cosas que más nerviosa me pone. Mi hijo es cero hambriento, asique cuando pide comer es que de verdad está con la guata pegada a la espalda. Habíamos avanzado dos cuadras en el auto y vimos, uno al lado del otro, un Friday’s y un Bennigan’s. ¡Justo lo que andábamos buscando!...ahí nos dimos cuenta que antes habíamos caminado para el lado equivocado. Bueno, daba lo mismo, total ya estábamos en el taxi e íbamos a estar al frente de un bistoco in no time.
Llegamos a Gangnam y nuevamente emprendimos la caminata en búsqueda de comida. Caminamos harto rato por un lado de la avenida y nada. Todo lo que veíamos era oriental o pollo frito…algo que no le iba a dar a mi hijo como cena. Seguimos caminando y yo, ya con el nivel de tolerancia en menos mil, le pedí a Cristián que se olvidara de su carne y que comiéramos cualquier cuestión no más. Él, como es, dijo que nica, y que era “obvio” que íbamos a encontrar algo por ahí. Cruzamos la calle y empezamos a buscar por el otro lado. ¡NADA! No se veía nada decente. ¡Malditos pinchos cabrones! A la distancia Cristián juró que vio un cartel que decía “Brazil” o algo así…cruzamos NUEVAMENTE y empezamos a caminar hasta allá. ¡Ehhh! ¡Era cierto! Había un restaurant brasileño que estaba en el subterráneo de un edificio. La cuestión no tenía ascensor, así que tuvimos que bajar al Toti en el coche entre los dos, por la escalera. No importa, todo sea por por fin instalarnos. Me llamó la atención que nadie pareció pescarnos al entrar, y eso que acá son ultra buenos para “atender”, pero había una razón: ¡estaban cerrando! &%#//&#$#&t/!!!! Vuelta a acarrear el coche con Su Majestad a bordo, quien a todo esto seguía cada veinte segundos “mami, yams; mami, yams; mamiii, yams!!”. Ayyyyy!!! ¿Era sábado a las 9.20 de la noche y ya estaban cerrando??!!...para que vean lo “prendidos” que son acá…
Un par de cuadras más y llegamos a Ashley, un restaurant buffet occidental. ¡Matanga! Corrimos de felicidad, pero la tipa de la entrada nos frenó en seco, advirtiéndonos que eran las 9:30 y que el salad bar cerraba a las 10:00pm. ¡Nos da lo mismo! Con el hambre y lo chato que estábamos arrasaríamos con todo en cinco minutos, con suerte.
Nos instalamos y empezó el baile de platos. Ensaladas, camarones, pastas y choclos para el Toti (es como tonto para el choclo) ¡Que alegría! Cuando ya estábamos listos para los postres nos dimos cuenta que la niña se refería a que todo el buffet se cerraba a las diez. Eran las 10:01 y ya no había señas de que alguna vez hubo comida. Sacaron absolutamente todo y ni siquiera alcanzamos a tomarnos un café. Malditos puntuales de porquería.
Al final nos fuimos a instalar al paradero del bus para, de una vez, irnos a la casa…o al menos nos paramos en lo que creímos era el paradero. Por supuesto, y para seguir con la tónica de nuestro día, al momento de llegar a la esquina donde paran los buses JUSTO pasó el nuestro. Ufff. Ok, ya pasará el próximo. Como las avenidas son anchísimas y hay muchos recorridos que pasan por ahí hay paraderos en la vereda y en la berma del medio. Al llegar vimos pasar nuestro bus por el lado de la vereda. Le dije a Cristián, pero él insistió en que había que ponernos en la berma. Según él ahí es donde lo había tomado la última vez. OK…le creeré. “¿Estás seguro?” – “síiii, te digo que aquí lo tomé la semana pasada”, - “bueno, pero acabamos de ver que pasó por el otro lado”, - “pucha que eres porfiadaaaa, ¿quién es la perdía acá?” – (ahí me jode, porque claramente la que no tiene idea dónde está parada el 95% de las veces soy yo), pero igual repliqué: “¿entonces se supone que el bus cambió el recorrido?...porque ahora paró en el otro lado”, - “hazme caso, por favor…es por acá”. Ahí nos quedamos. Cristóbal estaba full energético, así que me puse a jugar con él, tapados como oso, tratando de entretenerlo cosa que no se tentara con tirarse a la calle. Mientras tanto Cristián haciéndose el “no inseguro” revisaba en el teléfono los recorridos de los buses y el cartel del paradero. En fin, pasó más de media hora y nada…hasta que…¡PASÓ EL BUS POR EL LADO QUE YO DECÍA! ¡Ayyyy! ¡¿Quién me pasa un hacha, por favor?! Nos corrimos y obvio ya estaba formadita la fila que esperaba la siguiente micro que necesitábamos…o sea, teníamos para quizás cuánto rato más, porque estos son buses que se van de corrido a Suwon, no paran, y es un trayecto de cerca de una hora, así que nadie se quiere ir parado. Y aunque quisiéramos nosotros no podemos por Cristóbal y porque andamos con coche.
No sé cómo la paz se apoderó de mí y no hice ni dije nada…me tragué el “TE LO DIJEEE!” porque la cara de amargura de mi marido me mostró que ya estaba teniendo suficiente castigo. Como la fila famosa era de una cuadra, aproximadamente, calculé que en unos tres buses más recién podríamos irnos sentados. ¿Qué hago mientras? Me salí de la fila, dejando a Cristián con el coche ahí, mientras yo jugaba en una escalerita con Cristóbal. Él, lindo, estaba chocho subiendo y bajando peldaños, saludando a los transeúntes hasta que…puaf! Guaaaaa!!!! Se sacó la cresta y media, cayendo de boca en la vereda. Lo recogí y empecé a consolar cuando me di cuenta que estaba sangrando como loco. ¡Horror! Según yo que se había volado un diente porque la sangre era tanta que no se la podía tragar, la escupía. Puaj!. Muerta de nervio recogí a Toti, bolsas, cartera, etc., y empecé a caminar con el niño sangrante en búsqueda del papá. Un poco más allá, en la fila, estaba Cristián. Vio a Cristóbal lleno de sangre y me dice: “mala cueva…nos vamos en taxi”.
Cinco taxis en total, treinta lucas en tickets botadas a la basura, dos horas arriba de un taxi y al menos otras dos de espera fue el balance del día. Cerca de las 11:30 de la noche llegamos a la casa, sintiéndonos derrotados por el destino y la mala suerte, pero aliviados de que al menos todos los dientes del Toti seguían ahí…