Uno o dos meses antes de irme de Chile noté un cambio en mí. Misteriosamente varios de mis pantalones decidieron achicarse al mismo tiempo y las cámaras hicieron un complot para hacer que me viera patética en cada foto que me tomaban. Como es lógico me hice la loca, pero al llegar a Corea y encontrarme con espantosas temperaturas veraniegas no me quedó otra que hacerme cargo y reconocerlo…¡estoy gorda!
En general mi cuerpo no varía mucho de peso. Creo. La verdad es que jamás me peso, pero me imagino que subo un par de kilitos más en invierno y los bajo, sin esfuerzo de mi parte, durante el verano. Jamás he sido de esas flacas envidiadas ni mucho menos, pero sí tenía la suerte de comer TODO lo que quería –literalmente- sin culpa. Mis amigas me decían barril sin fondo y mi papá bromeaba con que yo comía como camionero.
Hace dos años fui mamá, pero no le puedo echar la culpa al embarazo. Después de que nació Cristóbal me demoré sólo ocho días en volver a mi peso y todo gracias a mi súper mega ultra potente leche que, según la pediatra, era más bien leche condensada. Full grasa traspasada a mi hijo…una liposucción gratis que duró siete meses. ¡Maravilloso! Pero lamentablemente todo cambió con la llegada de los malditos treinta.
Llegamos acá a fines de julio, época peak del invierno chileno, con un envidiable color verde palta y no sólo un par de kilitos de más. CINCO KILOTES EXTRA que quedaron en evidencia en la evaluación del gimnasio y que me tienen en el peor momento –físicamente hablando- de mi historia. ¡Por Dios que se notan cinco kilos! ¿Y ahora, quién podrá ayudarme? No tengo idea cómo se hace una dieta, jamás he intentado limitar lo que como y la verdad es que la sola idea me parece una tortura. Nooooo!!!
No fumo y jamás tomo alcohol, por lo que comer es mi único vicio. ¿Tendré que privarme del pan con mantequilla, las donas, los postres, tallarines, crema, etc.? ¡Sufro con sólo pensarlo!…Y como me conozco opté por incrementar la actividad física más que restringir las calorías. Así me doy a mí misma algo que hacer mientras recupero, en lo posible, algo de mi cuerpo juvenil.
Llevo casi dos meses yendo tres veces a la semana al gimnasio. Troto y hago yoga, nada más, porque odio las máquinas y porque no estoy dispuesta a hacer step con la música que ponen ni a caer muerta sobre una fría baldosa debido a una clase de spinning…no, aún me falta mucho para eso. Los resultados hasta ahora son…NULOS. No me he pesado ni nada, pero la ropa me queda igual de apretada y me sigo viendo patética en las fotos. Brazos que parecen piernas, poto que parece un hermano siamés no desarrollado y cara con los cachetes más gordos que Cristóbal. ¡¿Qué onda?! ¿Deberé seguir culpando a la persona que toma la foto o qué? No tengo idea cuánto uno debiera demorarse en ver resultados, pero claramente es más de lo que pensé. Yo me imaginaba que a esta altura habría bajado un par de kilitos al menos, pero na’ ni na’.
No me queda otra más que empezar a cerrar la boquita, pero es que es tan difícillll!! Acá salimos a comer todos los fines de semana, almuerzo y comida, y obvio que no me voy a pedir una ensalada, poh!. Durante la semana comemos bien normal, comida típica que no debiera ser la causante de mi morbidez, así que culpo a los restaurantes de tenedor libre que en Corea son buenísimos y baratos, a la repostería maravillosa que tienen, a Baskin Robbins (una heladería de-li-cio-sa) y a los mockaccinos que me tomo cuando salimos a pasear…pero sobre todo CULPO A LA MALDITA DE MI EX NANA, que me daba “tecito” cuando llegaba de la pega –tipo cinco de la tarde- que incluía marraqueta con mantequilla y palta y la infaltable sopaipilla con mermelada. ¡y a las ocho estaba comiendo tallarines con salsa!. ¡La odio! ¿Cómo no me di cuenta que la tontona me tenía en plan de engorda? Claramente me detestaba y tenía un plan para deshacerse de mí, lentamente, mordisco a mordisco.
Una duda constante que tenemos con Cristián es cómo cresta lo hacen los coreanos para ser tan flacos. Todos son escuálidos y eso que su comida es bien grasienta, con mucha fritura, mucho tocino y supermercados atiborrados de comida chatarra. Debe ser la raza, creo yo…o el estrés…
Bueno, ahora nada que hacer. Obligada a cerrar el ‘hoci’ y a seguir yendo al templo de la piluchez. Menos mal que acá ya está haciendo frío así que nadie más que yo debe ver mi fofedad ni cúmulos adiposos. Espero que para cuando haya que empezar a sacarse la ropita de nuevo haya logrado algún cambio que me permita, al menos, no ser la más gorda del condominio. A esta altura con eso me conformo.
Hay dos cosas que me suben el ánimo, eso sí. Una es que al menos tengo la nariz respingada y los ojos gigantes, por lo que acá soy la envidia de todo el mundo; y la otra es que cuando volvamos a Chile será invierno nuevamente así que si no bajo ni medio gramo al menos tendré un par de meses para seguir ocultando mi triste realidad.